El concepto de globalidad en la propuesta historiográfica de Historia a Debate

 

Xan Pereira

Universidad de Santiago de Compostela

 

 

En el momento de escribir estas líneas hace ya décadas que en nuestra profesión existe una percepción sobre una situación problemática y proceso de cambio significativo en el seno de la misma, así como la manifestación de una serie de retos que la práctica histórica ha tenido que afrontar desde entonces, toda vez que la consciencia sobre crisis[1] de la historia irrumpió con fuerza a finales de los años ochenta de una forma patente[2] asestando un duro golpe a todo un legado construido, sobre todo, en torno a unas bases aportadas por Annales y el materialismo histórico[3]. Conciencia surgida por supuesto, en los autores situados en la vanguardia de la práctica historiográfica y que, en multitud de circunstancias, ni siquiera se ha sentido en buena parte de la labor y creencia última de numerosos colegas de nuestra profesión.

 

Se ha hablado largo y tendido sobre los motivos últimos de un proceso cuyas bases se han querido encontrar en causas endógenas y exógenas a nuestra disciplina. Nos referimos a la atención a una larga duración que hacía olvidar el cambio –y como sucedían las transformaciones-, unos esfuerzos metodológicos que no vinieron acompañados de una labor reflexiva y teórica profunda, el triunfo de una historia serial, que se desdibujó del propio desglose y explicación de los datos que aportaba o un intercambio desigual con otras Ciencias Sociales, que no vendría acompañado de una visión más retrospectiva y conciliadora para con nuestra propia disciplina y los profesionales que la componen.

 

A ello que habría que añadir, como causa generalmente atribuida por aquellos que se han interesado por la cuestión, la supuesta “muerte por éxito” de esa historia de las mentalidades cuya indefinición correría a la par que su progresiva popularidad o ese determinismo y objetivismo que relegaba a los sujetos y contemplaba la historia en clave finalista, entre otras cuestiones que veremos a lo largo de nuestra exposición.

 

En cualquier caso –y a consecuencia de ello- si algo tienen en común buena parte de los trabajos derivados de tal situación, a pesar de las notables contribuciones que algunos de ellos han generado, es un carácter cerrado y ensimismado, esto es, la falta de una visión de conjunto que, en última instancia, es la que determina que realmente avance el conocimiento histórico a pasos de zancada y no centímetro a centímetro, con la inevitable consecuencia, además, de la perdida de interés y utilidad que este tipo de historias, o mejor dicho, pequeñas parcelas de la historia, generan para el conjunto de la sociedad

 

Así por ejemplo, en el caso del medievalismo español y más concretamente en lo tocante al estudio de una conflictividad social con la que personalmente estamos más familiarizados, comprobamos la existencia de una consideración actual que estima que el típico esquema tripartito que ha regido el estudio de la misma, para la realidad peninsular bajomedieval, estaría agotado por insistencia y que sería la profundización en ámbitos cada vez más auto-excluyentes y monotemáticos la vía para impulsar la vía de renovación de los estudios. Realmente estimo que se promulga con ello una falsa sensación de libertad para con el historiador que en el fondo se erige como desorden y más fragmentación, condenándose con ello a una disciplina de por sí sometida a una delimitación clara en especialidades historiográficas

 

Por fortuna, varias han sido las vías alternativas para afrontar esa transición histórica cuya deriva última, pese a estar lejos de atisbarse de manera global, si ha sido abordada profusamente.

 

Trataremos en estas páginas, entonces, una de esas alternativas viables y consolidadas que, además, ha sido pionera en multitud de aspectos no solo en el ámbito peninsular o hispanoamericano sino mundial. Dicha vía parte de la labor de Carlos Barros en función de su propia experiencia como investigador y como coordinador de la Red Temática Internacional Historia a Debate, ejemplo de nuevo paradigma historiográfico, -al cual se le dota de una movilidad derivada de la búsqueda de nuevos consensos-, que, si bien recoge y entiende influencias de los paradigmas previos, también se pregunta por los motivos de su fracaso.

 

De esta manera hablamos de una propuesta que se presenta como un puente entre dos mundos a la vez que actúa de conector propio entre dos ámbitos diferenciados. Y es que el rasgo característico de la propuesta diferencial de Historia a Debate, frente a otros planteamientos historiográficos con presencia en red,  se fundamenta en su articulación como red digital a la vez que proyecto historiográfico[4]

 

Doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela y profesor titular de Historia Medieval en la misma institución, dicho autor ha desarrollado una prolífica trayectoria no solo en el campo de la investigación histórica sino también en la reflexión teórico-historiográfica. Ello se ha visto reflejado en la construcción progresiva de una propuesta que, si bien ha sido empleada por muchos sin saberlo, buscando de forma individual aportar su grano de arena para acabar con la fragmentación de nuestra disciplina, se caracteriza por una consciencia plena en torno a un marco teórico-metodológico plenamente definido. He aquí una cuestión determinante. Y es que se mezcla en el autor no solo esa consciencia –amplia- sobre la situación actual de la historia y el proceso de fragmentación, sino la medición de los efectos del mismo y sobre todo, el intento por emprender su superación.

 

Como veremos, dichos planteamientos se asientan en el campo de la práctica a través de lo que ha definido por historia mixta como historia global en una postura que encuentra su evolución última en el ámbito del debate y la búsqueda de un consenso[5] no reñido con la plasmación de unos esquemas últimos firmes y claros. De tal forma, francamente considero que se oferta una historia en movimiento, un movimiento que no resulta unidireccional ni exclusivista sino que se inspira en una historia de continuo aprendizaje que encuentra su esencia en la tolerancia, el diálogo entre historiadores y tendencias

 

No nos precipitemos, veamos esta y otras cuestiones a continuación con mayor detenimiento exponiendo nuestra argumentación de forma más detallada.

 

Diremos, en primer lugar, que la historia mixta como historia global pretende dar respuesta a dos aspectos fundamentales cuya relación entiendo que es innegable.

 

La primera cuestión está relacionada con cierta frase pronunciada por P. Burke, la cual sacamos a colación, entre los múltiples ejemplos que podrían haber sido seleccionados, por haber sido enunciada justamente en el mismo año que surgiría el manifiesto de Historia a Debate del que nosotros mismos somos suscriptores y donde, en su esencia, se contemplan buena parte de los puntos que aquí defenderemos[6]. Así, en referencia a la historia que se venía practicando en los últimos tiempos y tras enumerar una serie de campos de reciente aparición, decía que el precio de semejante expansión es, sin embargo, una especie de crisis de identidad[7].

 

Crisis de identidad que nosotros llamamos, sin sutilezas, enquistamiento de las grandes escuelas del siglo XX, en base a su pérdida como elemento integrador de colectividades de historiadores y la fragmentación derivada tanto de la crisis de las mismas como a consecuencia de ese intercambio desigual con otras Ciencias Sociales, efecto colateral de la historia total, en una circunstancia ya mencionada.

 

Defendemos, entonces, el acercamiento con el resto de especialistas de la historia, pues si bien es cierto que desde escuelas como Annales se trató de buscar una aproximación al conjunto de las Ciencias Sociales, tomando prestado en un intercambio –que progresivamente se convertiría en desigual, en contra de unas pretensiones promovidas por determinados fundadores que giraban en sentido contrario- multitud de elementos de las mismas, también es verdad que acabaría faltando, en el marco de esas revoluciones historiográficas, un mayor trato entre nuestra propia disciplina, las diferentes ramas que abarca, así como entre el conjunto de colegas.

 

De esta forma, apostamos por un modelo que busca la contraposición a la atomización autoimpuesta por una serie de historiadores, bien por “pereza” profesional o simple acomodación, bien por considerarlo el refugio más seguro -o al menos el más fácil- al que acudir y resguardarse ante el cuestionamiento de las certezas previas. Ello viene derivado en base a que el proceso de globalización en el que hoy en día vivimos, contradice esa misma idea de fragmentación que desde Historia a Debate venimos combatiendo, desde mi punto de vista, en dos claros niveles que asumen la idea de globalidad.

 

Esto es, en los trabajos más puramente académicos, asumiendo como punto de partida la generación de una historia más abierta o sintética y también en el día a día, mediante un fluido intercambio virtual de debates, comentarios o aclaraciones de lo más variado con colegas procedentes de decenas de países o con todo aquel que se precie que tenga en común tener interés por la historia y una conexión a Internet.

 

De este modo, entendemos el debate y la multiplicación de las diferentes posturas plasmadas en torno al mismo, como garante mismo de objetividad e incluso como vía de cuestionamiento y aprendizaje de la producción historiográfica precedente, lo que en cierto modo se traduce como una vía de solución global a un problema que también lo es. En ello tiene mucho que ver, la indiscutible heterogeneidad de los participantes en nuestra propuesta –con formación, origen y evolución variopinta- y desde luego el diálogo multi-direccional y continuado como vía de intercambio[8].

 

Dicho de otra forma, somos de la consideración de que el nuevo paradigma historiográfico encontrará buena parte de su acomodo en el campo digital y las múltiples posibilidades que oferta. En base a dicha realidad, no nos queda más remedio que sumarnos al carro y participar de las novedades en red y las nuevas tecnologías, espacio donde podemos dejarnos sentir con mayor ímpetu que nunca. Más allá de ello, únicamente a través Internet podemos combinar nuestras inquietudes personales con las colectivas de forma cuasi instantánea, a la vez que múltiple.

 

Topamos así, con nuestra concepción de lo global asociado a lo digital. En suma consiste en el empleo de herramientas globales –en el sentido de que son comunes a todos, al ser fácilmente accesibles y estar presentes en todo el mundo- para una comunicación que también lo sea, máxime cuando la creación de herramientas facilitadoras en la propia Red es constante, circunstancia que posibilita un intercambio de información cada vez más comprensible y efectivo, aún con especialistas que no dominen del todo un idioma específico.

En segunda instancia, también se deja sentir nuestra apuesta por lo global-mundial.  Si bien el castellano será nuestra principal lengua de difusión y diálogo por motivos evidentes –no podemos desvincularnos del origen último de Historia a Debate ni tampoco olvidar su especial relación con América Latina- conviene recordar que nuestra distribución a listas se realiza también en un esfuerzo que premeditadamente abarca el inglés y el francés; en definitiva, intentando abarcar la mayor parte del mapamundi.

Es precisamente aquí donde apreciamos otro de los signos distintivos de la propuesta diferencial de Historia a Debate frente a otros proyectos historiográficos en línea, que en cualquier caso surgirían a posteriori. Junto a la preocupación por exponer y enlazar toda clase de inquietudes relacionadas con la profesión, desde el comienzo, apreciamos una clara apuesta por una postura internacionalizada, en varias lenguas[9]

Tratamos con dicha apuesta combatir la autoexclusión, en torno a áreas de trabajo cada vez más concretas y limitadas pero también entorno a uno mismo, apostando desde estas líneas precisamente por lo contrario, esto es, abrirse a un mundo cada vez más cercano e interrelacionado y donde las fronteras digitales sencillamente no existen en una red donde el castellano asume un papel cada vez más predominante.

 

La globalidad que ha condenado, junto a otra serie de elementos, a los eurocéntricos Annales[10] a su fracaso, en un siglo XXI donde el peso del francés en la red es mucho menor que nuestro idioma quijotesco, se presenta ante los hispanohablantes como una de nuestras mayores ventajas precisamente por el proceso inverso. No le faltaba razón, por tanto, a Le Roy Ladurie cuando decía aquello de que el historiador del mañana será programador o no será nada[11] aunque sus intenciones, claro, estaban bastante alejadas de lo que aquí defendemos.

 

Estamos, de este modo, ante una responsabilidad histórica que exige aprovechar tal oportunidad, máxime si tenemos en cuenta que la inmediata disposición de una información casi infinita gracias a Internet, ha contribuido decididamente al fin de las dependencias historiográficas asociadas a otras subordinaciones de tipo económico, cultural o político[12] contando con la ventaja de que, en el caso de la península ibérica, la ausencia de grandes escuelas de origen propio puede contribuir a acelerar el impulso renovador y facilitar el desapego de una tradición historiográfica introducida desde fuera, gozando de un desarrollo que, además, fue parcial[13] cuando no tardío.

 

En esta línea, destacaba no sin cierta ironía Emilio Mitre Fernández, en un reciente artículo de 2009 dedicado a la Guerra de los Cien Años, que Somos siervos de expresiones con la que los medios de comunicación nos vienen martilleando. Una es sin duda, la de globalización […] yo he caído también en la trampa[14].

 

Diría, sin miedo a equivocarme, que los que suscribimos el citado manifiesto de Historia a Debate, caemos con gusto en esa trampa, como he aclarado ya, en una doble vertiente que se retroalimenta: nuestro trabajo profesional, buscando una visión de conjunto, así como una mayor plasticidad y en nuestra labor reflexiva, contribuyendo a la construcción día a día de un nuevo paradigma común en colaboración con compañeros de procedencia diversa de forma que se alcancen nuevos consensos en la escritura de la Historia.

 

En suma, nuestra interpretación de la globalización no implica heterogeneidad o uniformidad de pensamiento sino más bien, en la línea con lo que se ha apuntado desde el otro lado del Atlántico una eficaz comunicación a escala mundial […] marca por ello la interconexión de grupos y sociedades diversas en todos los niveles[15] lo que se ha denominado, en un planteamiento similar, la transnacionalización de las diferencias sin tratar de imponer un determinado punto de vista sobre otro[16].

 

Es así como entendemos que, justamente, avanzaría la construcción de la historia que buscamos, una historia flexible, de “idas y venidas” mediante un constante diálogo y donde no están presentes las rigideces que imponían determinadas interpretaciones de las grandes escuelas, cuyo fracaso, por cierto, se debió en gran medida a las ausencias reflexivo-teóricas que en su seno había.

 

Siendo contundentes, somos de la creencia de que sin una apuesta realmente global no quedarían más que ese desmigajamiento existiendo la clara posibilidad de que lo que quedara de la historia –o las sucesivas historias- bien podría quedar a merced de determinadas Ciencias Sociales.

Y es que,  el fracaso de esa historia total de los Annales – en un esquema que, chirriaba a la hora de abordar las transformaciones políticas aceleradas o los espacios territoriales restringidos- denominada utópica e inabarcable por sus críticos, generó colateralmente la puesta en cuestionamiento de los enfoques globales de modo que, a nuestro entender, el árbol no dejó ver el bosque[17].

En ello tuvo mucho que ver la perspectiva desde la cual se contemplaba la investigación; el horizonte de llegada como premisa, en lugar de como un punto de partida sujeto a la delimitación que la propia investigación requiera. Por no hablar de esa perspectiva que aspiraba a ser marcadamente estructural y objetivista, inspirada en la atención a las permanencias y que desatendía a los sujetos, causas todas ellas determinantes en la deriva historiográfica de los últimos tiempos.

En cualquier caso, tal fracaso acabó por favorecer la justificación de una práctica fragmentada o dicho de otro modo, la paradoja de pretender buscar la totalidad a través del intento de abordar el “todo” de forma descoordinada o por cuentagotas, investigador a investigador -o mejor dicho, trabajo a trabajo- mediante la tendencia a la hiper-especialización, con lo que se deja a su suerte a la propia disciplina.

Entonces, de la caída en lo abstracto, de lo que progresivamente llegó a acusarse a esa historia total, se pasó, frecuentemente, a un intento por emprender su extremo contrario. Se trató así de combatir una supuesta incertidumbre teórica, con la búsqueda de lo específico, obviándose que dicho atajo empleado a nivel individual, era generador de incertidumbre misma, ahora elevada a título colectivo.

Somos partidarios, por tanto, de pensar la globalización de forma amplia y “en positivo” a pesar de que también se han buscado orientaciones que giran en un sentido contrario al que proponemos, de modo que se ha llegado a defender la necesidad de enrocarse y hacer frente a un proceso globalizador entendido, casi de forma exclusiva, como un ente hostil que, desde occidente y con una serie de pretensiones totalizadoras, busca imponer una única visión económico-cultural que responde a unos intereses muy concretos[18].

Adoptamos de tal forma, una postura definida a la vez que múltiple en torno a lo global. Aquella que lo contempla como un elemento vertebrador y democratizador, que suprime las tradicionales diferenciaciones en el acceso a la información y al conocimiento –contribuyendo a crearlo-.

En el plano social, ello nos lleva a posicionarnos en contra de aquellos intentos por desvincularse de proyectos compartidos, frutos de años de negociaciones –UE- como también rechazamos una globalización entendida en sentido único y paradójico, es decir, aquella contemplada desde un punto de vista exclusivamente económico donde la defensa a ultranza de la libre circulación de mercancías omite paralelamente a las personas y no viene acompañada del fomento de otros intercambios. Se trata entonces de aproximarnos a los problemas de la globalización desde la propia globalización.

En definitiva, apostamos por una concepción de lo global asociada irremediablemente a la práctica y a la construcción de la historia pero en estrecha vinculación con ello, a unos valores hoy en día puestos en cuestión, cuando no atacados sin atisbo de disimulo. La globalidad aparece así como necesidad coetánea, propia de la época en la que vivimos pero también como enfoque historiográfico, como antídoto contra la fragmentación.

Evidentemente tales planteamientos que defienden la mezcolanza de enfoques y propuestas no son para algunos radicales ni a muchos les sonarán rompedores habida cuenta de los diferentes precedentes existentes así como los diferentes planteamientos que hoy en día apuntarían, de un modo u otro, en tal dirección.

 

Simplificando mucho, incluso en un nivel puramente nominal encontramos coincidencias con la propuesta aquí plasmada, nos referimos en concreto al término historia global, ya empleado por Braudel para referirse, a diferencia de nuestra propuesta, a una historia total que en cualquier caso solo alteraría su nombre y no sus bases profundas.[19]

 

Por no hablar, siguiendo en el ámbito nominal[20], del auge en las últimas dos décadas de lo global en el conjunto de las Ciencias Sociales en base al salto dado desde los medios de comunicación y la economía, especialmente en espacios angloparlantes donde se ha buscado salirse de lo local y nacional a través de una labor que abarca revistas y el campo de la investigación y la docencia[21].

 

Todo ello ha contribuido, y desde hace tiempo, a que la diferenciación entre una historia global, una historia universal que no era tal –al estar “pensada” desde una única óptica[22] y al estar focalizada al espacio conocido de quien le dio forma- así como una historia mundial–fruto de la crítica posbélica a aquella forma de hacer historia, eurocéntrica, y que supedita los sucesos producidos en el resto del mundo a lo decidido en entidades principales[23], en una forma de historiar que adquiere tintes estructurales-, no necesite ser explicitada o justificada de forma previa cada vez que se decida hablar de historia global como tal, al haberse ganado esta última un protagonismo historiográfico multiplicado en los últimos tiempos[24].

 

En cualquier caso, es precisamente esa globalidad múltiple de la que antes hablábamos y que no tiene en cuenta lo global simplemente como un objeto de estudio, unido al carácter colectivo de la propuesta de Historia a Debate, una de las características que le otorga un nivel diferencial a nuestro planteamiento. Buscamos así una globalización, repetimos, que es entendida en varios sentidos, y cuya vertiente práctica está referida a una nueva forma de historiar que pretende alcanzar premeditadamente aproximaciones globales a lo largo de todo el proceso investigador, desde su primera etapa hasta la última, mediante una labor de convergencias[25]

 

Dicho de otro modo y dándole la vuelta a cierta premisa de Hugo Fazio que ahora readaptamos[26], diremos que lo global se constituye como una época, la de las últimas décadas, la del presente y seguramente la del futuro, que avala la realización de una historia hija de su tiempo -aceptando como no podía ser de otro modo las influencias historiográficas del pasado- pues también se constituye simultáneamente como herramienta de conocimiento.

 

El segundo ámbito al que arriba aludíamos referido al objetivo de la historia mixta como historia global, hace referencia a las diferentes problemáticas que surgen a lo largo de la investigación, de modo que entendemos que si no se contemplara su análisis desde una perspectiva múltiple o combinada, todo nuestro esfuerzo sería incompleto.

Nos referimos a la necesidad de combinar tiempos históricos y diversos tipos de sujetos –apostando desde estas líneas por su promoción en contra de esquemas que venían relegando a los sujetos históricos a un segundo plano- fuentes, métodos, especialidades o enfoques, prestando atención a un nivel cualitativo y cuantitativo en una conjunción que debe venir acompañada de una labor reflexiva propia.

Se trata de no caer en la mera repetición de lo sugerido de forma previa en anteriores trabajos o en el peor de los casos, emprender el simple traslado punto por punto de lo expresado en las fuentes escritas a nuestro cuaderno de trabajo -léase nuestro monitor de ordenador-.

Se correría así, una serie de viejos riesgos que se creían superados pero que no lo son tanto, como olvidar que es el historiador quien debe interpretar las fuentes y darle sentido a las mismas y no al revés, o peor aún, se dejaría de lado la tarea de la reflexión teórica de modo que los practicantes de otras Ciencias Sociales piensen en exclusiva por nosotros sobre las funciones y el papel de la historia.

 

Nos referimos con ello a esa mixtura recogida por Carlos Barros en su propuesta, tratando de promover, de entrada, cuatro cuestiones fundamentales.

De un lado, una mayor pluralidad en el empleo de especialidades en función de las necesidades que nuestra investigación vaya marcando como camino para alcanzar explicaciones globales. En el caso del medievalismo, sirva de ejemplo diferentes elementos de la historia del derecho, de la historia política,  de la historia de la marginación, determinados componentes de la oralidad o diferentes puntos de historias especializadas que resultarán –o no- de una utilidad innegable en función de cada investigación, aún a pesar de la preponderancia que le atribuimos a la historia social de las mentalidades en nuestros estudios dedicados, sobre todo, a la conflictividad social medieval.

En estrecha vinculación a ello, partimos de la comprensión de que, en el seno de una misma especialidad, conviven diferentes dimensiones que, en la práctica, nos imposibilitaría el establecimiento de categorías tan rígidas como tradicionalmente se ha hecho y que abogaban por una concepción que contemplaba de forma separada la historia económica, las mentalidades, la historia política o cultural, negando las interferencias múltiples existentes.

La tercera cuestión hace referencia a una necesaria interrelación de tiempos referida a la atención a la práctica historiográfica y su evolución en comparación con los resultados de nuestra propia investigación. Dicho de otro modo, allende la necesidad de entrelazar tiempos como forma de explicar los procesos históricos –y no centrarnos en exclusiva en el “acontecimiento” o en su extremo contrario, como abajo veremos- es necesario una mixtura entre investigación histórica y la historiografía que paulatinamente ha abordado –y alterado- hechos históricos en función de modas o como elemento de construcción de un pasado deseado o imaginado, circunstancia que en cualquier caso se elevan como historia en sí misma, al responder a las inquietudes mentales y sociales del período de producción de ese material que debemos abordar críticamente.

Finalmente, de una forma más amplia, consideramos como indispensable la interrelación entre una historia objetivista y una subjetivista de forma que se evite el culto exclusivista al número y a un falso asepticismo a la vez que se tengan en cuenta las distintas variantes de la voz sujeto – nosotros mismos, el protagonista de los documentos y también sus antagonistas-.

Dicha interrelación también está referida al estudio de voces, conceptos y categorías que, generalmente, han sido abordadas de forma separada, algo contraproducente en un período como el medieval donde la confusión entre real e imaginario, individual y colectivo, campo y ciudad, inclusión y exclusión estaba a la orden del día de forma que la aparente contradicción se combinaba y entrelazaba teniendo un peso significativo en los procesos históricos

Hablamos de un camino integrador por donde la historia de las mentalidades, fundamental para entender las motivaciones de los intervinientes populares en cualquier proceso histórico, discurra sin el peso que la acabó encumbrando como disciplina autónoma[27] o como modo de investigación centrado fundamentalmente en la larga duración.

Tenemos en mente emprender un recorrido donde complemente y a la vez sea complementada por otros géneros de la historiografía y sus aportes –y no solo la historia social, sino también la historia política o biográfica- lo que en cierto modo nos retrotraería a los origines de la misma, en un modelo que, a posteriori, no solo se acabaría desligando de otras formas de hacer historia sino que se presentaría, incluso, como vía alternativa de la historia económico-social.

Entendemos, en definitiva, que solo así la construcción cobraría pleno sentido para alcanzar síntesis globales en un esfuerzo interdisciplinar[28] pero también en un nivel conscientemente intra-disciplinar que se manifiesta, de hecho, como una de las vías de impulso determinantes de los estudios en la actualidad como venimos repitiendo, más allá de ese derrumbe de barreras entre las Ciencias Sociales que algunos especialistas entendían que promulgaban ciertos modelos

Buscamos con ello, con ese paradigma mixto, superar antiguas ingenuidades frecuentemente practicadas, como entender que se podía aportar algo nuevo a nuestra ciencia mediante el abandono a la vez que simple substitución de unos temas por otros[29]. Intentamos demostramos así, que es posible obtener aproximaciones más globales, de conjunto, en contra de una fragmentación imperante que contribuye a la creación de una historia que muchas veces resulta anecdótica

Entonces, la historia mixta como historia global se define, en su esencia, por la búsqueda de resultados completos y en función de las necesidades que la investigación histórica nos exija conforme avanzamos en ella, esto es, sin la imposición de esas autolimitaciones o cerrazones escolástica-dogmáticas[30] que, en buena medida, han contribuido enormemente a la deriva que nos lleva a la situación actual. Como bien destacó hace ya tiempo Carlos Barros, en un escrito temprano, claro precedente de lo que casi una década después pasaría a ser el Manifiesto Historiográfico de Historia a Debate[31], se trata de emprender “un análisis concreto de cada situación histórica concreta[32]

 

Nos hayamos entonces ante una historia que intenta impulsar una práctica que pretende, desde el inicio del proyecto hasta su culminación, reflejar una explicación integradora resultado de la combinación de diferentes elementos procedentes de varios niveles –fuentes, métodos, especializaciones…etc.-. Unido a ello, vemos que se trata de una historia integrada en un modelo que se define por un carácter más horizontal, que no se centra en los grandes nombres de las escuelas sino que tiene en cuenta las aportaciones del conjunto de especialistas

 

Nuestra apuesta, entonces, viene derivada del siguiente planteamiento. No podemos hacer una historia que sea realmente interpretativa y que no deje elementos explicativos que pueden entrar en juego en los procesos históricos, si renunciamos a una explicación global e integral desde el inicio de la investigación.

Dicha afirmación cobra mayor trascendencia, sobre todo, cuando contemplamos como hay intentos serios de historiar por niveles, tanto en obras colectivas como individuales referidas a un período concreto, intentándose en las mismas hablar de las sociedades del pasado separadamente, a modo de compartimentos estancos (es decir, con capítulos concretos dedicados a la sociedad, a la cultura, la política o a la mentalidad…etc.)

Dicha práctica, en primer lugar, fomenta una propuesta de historia irreal, reflejándose una realidad histórica descompuesta en láminas ficticias, como si aspectos como lo social y lo mental no estuvieran interrelacionados. En segundo término, se excluye al sujeto colectivo o a los grupos populares del “todo”, como si tuviesen que esperar su turno para ser tratados en la propuesta, toda vez que ya se ha hablado de ámbitos como el político o el del poder.

 

Con todo ello Carlos Barros nos ha legado un planteamiento que, en última instancia, constituye un alegato y defensa de la originalidad en la investigación. Dicho de otro modo, es esa misma perspectiva global y mixta la que nos permite romper con el viejo modelo de análisis repetitivo inspirado en la evolución cronológica de índole descriptiva que ahora amenaza con volver -pese a ser tan propio de una forma de historiar que pertenece al pasado- y que entre otras cuestiones, contemplaba la superación en la investigación a través de un mayor cúmulo de datos o cifras aportados “al peso”.

 

Se rompen así las cadenas de una historia delimitada desde el punto de vista temporal y geográfico –entendido en el sentido de explicar una a una cada región por separado, es decir, sin que mediara interrelación entre espacios- donde uno a uno se demarcaban toda una serie de procesos -desconectados en el papel- a los cuales se les hacía depender en exceso de las fuentes.

 

Otro de los niveles referidos a la importancia de estudiar de forma global y mixta diferentes procesos, radica en que supone evitar toda una serie de riesgos para con nuestro objeto de estudio desde un punto de vista temporal. Veámoslo a través del ejemplo de la conflictividad social medieval de índole urbano y la atención al acontecimiento. Si bien ello responde al hecho ya aludido de que es el campo de estudio con el que estamos más familiarizados, también se eleva como un ejemplo de libro que resalta la importancia de emprender un trabajo que tenga en cuenta no solo la superposición de procesos sino manejar una mixtura temporal –tiempos largos, medios e inmediatos- como garantía de éxito.

 

De tal modo veamos en primer lugar determinados riesgos de la apuesta por una historia exclusiva centrada en los tiempos cortos y la inmediatez, obviamente asumidos por la mayoría de investigadores.

 

En primer lugar atribuir a un acontecimiento descontextualizado de una problemática de fondo más amplia el foco de atención exclusivo en el estallido de un conflicto supondría, en cierto modo, minusvalorar los posibles mecanismos previos de enfriamiento de lo conflictivo que pueden entrar en juego y adoptar múltiples formas a lo largo de esa misma problemática de largo recorrido, propia de la ciudad medieval y que pueden ser puestos en marcha por el conjunto de involucrados o por agentes externos.

 

Unido a ello, la consideración única a dicho acontecimiento descontextualizado, implicaría, a grandes rasgos, considerar la existencia de un arco tensional irremediable e inevitablemente ascendente, imparable y determinista con independencia de la diversidad múltiple o composición variada de los actores en juego, sus posibilidades o sus aspiraciones frecuentemente sostenidas en el tiempo, por no hablar de la importancia de un contexto previo que bien puede ser omitido en el análisis.

 

En tercer lugar, el estudio del acontecimiento desconectado de una problemática más amplia, podría llevarnos a creer que la interpretación de los agravios es idéntica para todos los grupos intervinientes en una revuelta, que dichos males han sido recibidos prácticamente en la misma temporalidad y que, además, su mera recepción fuerza a los protagonistas a actuar por la vía de la fuerza.

 

También supone que todos estos integrantes de una hipotética amalgama actúan, casi sin explicación, de forma prácticamente similar, avanzándose hacia el proceso de confrontación de forma unitaria o acompasada si no fuese, sobre todo, por los antagonistas de la movilización, a los cuales se le otorga un protagonismo desmesurado pues de ellos depende, en buena medida, apaciguar a las masas para tratar de desinflar una hipotética tensión que derivaría en el acontecimiento en sí.

 

En una línea parecida, podría implicar, como explicación del final de una revuelta, que los miembros de la acción colectiva –cuando no son reducidos por la vía de las armas- confían plenamente en las promesas o medidas de sus rivales, depositarios del poder, o que tales medidas apaciguadoras unidireccionales, fruto de una improvisación derivada de las circunstancias, son siempre efectivas

 

Finalmente, otra de las posibles críticas se hallaría en el hecho de que la apreciación única a un acontecimiento sincronizaría casi de forma súbita objetivos y situaría a lo conflictivo en el plano de lo anecdótico, como si de una anomalía perfectamente delimitada se tratara. No se explica, entonces, la situación previa o los posibles contactos entre actores. Además, se banaliza una acción colectiva que recurrentemente se corta de golpe tras el supuesto aplastamiento militar definitivo, de manera que minimiza la posible continuidad de la propia problemática

 

Dicho esto, huelga decir que la apuesta por una historia centrada en exclusiva en la larga duración presenta inconvenientes de idéntica dimensión. Siguiendo con el ejemplo de la conflictividad medieval en las ciudades gallegas, ello podría llevarnos a una atribución del peso preponderante en los conflictos a las instituciones y su labor exclusiva –los concejos- y por ende la relegación del papel de los sujetos colectivos, por solo citar un ejemplo de los peligros a tener en consideración. Si bien hablamos de un tipo de problemática de corte endémico, secular, cuasi ininterrumpido diría –basta apreciar las insistentes problemáticas y enfrentamientos que afectaron al Santiago o al Ourense bajomedieval- no podemos minusvalorar la importancia del propio acontecimiento cuando esta misma problemática adquiera rango de revuelta.

 

De tal modo, se hace necesaria una historia mixta como nudo entre tiempos largos, medios y cortos para comprender los fenómenos en toda su extensión, del mismo modo que actúe como elemento conector entre lo subjetivo, propio del hombre y la mujer interviniente y lo social-institucional objetivo, elementos todos ellos que afloran en este tipo de revueltas que, evidentemente, no son un proceso homogéneo o unitario.

 

Es gracias a una historia mixta como historia global, como podemos comprobar cómo los elementos de las mentalidades del sujeto colectivo se mezclan con la tradición mantenida, la experiencia y la búsqueda de una oportunidad frente al rival tradicional de la institución concejil -las mitras-.

 

Además, con una perspectiva global y mixta, estimo que se produce también una mayor facilidad en la forma de abordar el propio proceso investigador, en base a la liberalización de la impulsividad obsesiva por recoger sistemática y puntillosamente lo contenido en la documentación como única forma de avance de la misma. De esta manera, la propia perspectiva global completa vacios en la recogida de unos datos que, a veces, sencillamente no disponemos; aporta una visión de conjunto que además de dar pleno sentido a nuestro trabajo acaba con la incertidumbre de las formas de una vuelta al positivismo[33] que ante los vacios de las fuentes se encuentra en un recurrente callejón sin salida. En suma, se trata de aceptar esa invitación a la experimentación entre lo nuevo y lo viejo que el creador de esta línea de investigación ha lanzado[34]

 

Evidentemente, la asunción de los parámetros arriba expresados no sería posible sin seguir una línea crítica a la vez que comprensiva de lo sugerido por múltiples autores o escuelas. En relación a ello se deduce que nuestra labor debe venir acompañada de una ardua reflexión individual pero sobre todo colectiva de carácter teórico-metodológico -inseparable desde nuestro punto de vista- que, sin embargo, no todo el alumnado español de los últimos tiempos ha tenido la fortuna de disfrutar.

 

Ello se debe a la situación de semi-abandono historiográfico a la cual se han visto avocados multitud de educandos, prácticamente a lo largo de todo el desarrollo de su vida estudiantil, en buena parte del ámbito universitario hasta momentos relativamente recientes[35] situación que ha sido denunciada en numerosas ocasiones, luchándose por este y otros frentes como sería la inclusión de la enseñanza de la historiografía en una educación secundaria que no contemple únicamente el aparato conceptual sino el aprendizaje de métodos y estrategias[36]

 

En otras palabras, salvando lo expuesto en asignaturas concretas y el interés personal de una serie de docentes comprometidos a nivel historiográfico pero también a nivel social, la reflexión historiográfica no goza de toda la continuidad que a nuestro juicio debería tener o su papel queda reducido a la memorización por parte del alumnado de las grandes personalidades del oficio, sus obras más destacadas o las escuelas más relevantes.

 

Y decimos a nivel social pues no creemos que un historiador que no esté comprometido plenamente con su tiempo como sujeto histórico participe de los grandes cambios que la historia del siglo XXI necesita. Al fin y al cabo cuando hablamos de historia global nos referimos ineludiblemente a nuestra propia implicación en las problemáticas sociales a la vez que con ello defendemos una historia menos concentrada y encasillada en temas concretos, de modo que resulte atractiva al conjunto de la sociedad.

 

Tenemos en mente a todos esos docentes que tan meritoriamente siguen “en una batalla” permanente iniciada en el caso español en los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición y que gira hoy en día no tanto a la conquista de los derechos sociales sino al mantenimiento de los mismos, en un contexto donde veladamente han sido paulatinamente soterrados, en el marco de un proceso mundial más amplio que busca imponer una visión macroeconómica que aparenta relevar a las personas a un segundo plano.

 

En este sentido, el historiador que escribe sobre el pasado –a la vez que lo construye- desde el presente participa irremediablemente de un futuro con el que interactúa también, a través de su propio trabajo profesional. Contribuye, entonces, a través de su propia actividad vital e implicación social pero también mediante la propia historia que presenta, una historia que puede resultar abierta, en contraposición a una práctica cerrada o absolutamente determinista –lo que a mi modo de ver sería algo así como la negación del propio futuro y la subestimación del papel de los agentes en juego-

 

Del mismo modo, tampoco convendría olvidar que existe una innegable vinculación entre la evolución de los paradigmas historiográficos del siglo pasado y los propios avatares históricos que determinaron el final de ese tumultuoso siglo[37] caracterizado por el aparente –y solo aparente- triunfo de un único modo de entender el mundo, la economía y la sociedad. Desde esta misma perspectiva, al asumir la idea de lo global como ámbito apegado a la propia sociedad del presente, promovemos una historia que no solo piense en el pasado sino también en el futuro

 

Tal situación de aprendizaje no continuado de la “historia de la historia” puede empujar al alumno a una serie de contradicciones “inconscientes” de modo que se combina una mentalidad que suele ser mayormente abierta con modos del positivismo[38] generalmente sin siquiera percatarse de tal disyuntiva, la cual incluso puede entrar en oposición con el esquema ideológico de sujetos autodefinidos como progresistas, al estudiar una historia que puede reflejar en exclusiva la visión de las fuentes tradicionales, los grandes nombres o acontecimientos, omitiéndose así la “visión de los vencidos” y de los grupos mayoritarios de población pero también silenciándose lo irracional o lo imaginario entre otras muchas cuestiones[39]

 

Se corre el riesgo, pues, de que el estudiante desconozca simple y llanamente otro modo de hacer historia, o mejor dicho, que evolución ha seguido la preocupación intelectual sobre la propia historia y que posibilidades nos ofrece o podemos ofrecerle a comienzos de este siglo XXI. La ignora pues tradicionalmente no se le ha enseñado ni se le ha impulsado a que aprenda, al no fomentarse exhaustivamente la generación de un espíritu crítico y la reflexión sobre la propia disciplina y sus derroteros, tarea que, como no podía ser de otra manera, nos concierne a todos los especialistas, con independencia de la época histórica en la cual centremos nuestra actividad investigadora.

 

Lo relevante, sería el hecho de que la consciencia sobre la evolución de nuestra disciplina como ciencia es prácticamente nula o escasamente valorada en un amplio número de historiadores que inician su trayectoria, que ni siquiera se plantean profundamente que tipo de historia están realizando, de donde procede esta o los riesgos que ha debido afrontar como ciencia ante el desafío de una penetración interdisciplinar recurrentemente abusiva que, en determinados casos, ha querido apropiarse en buena medida de la propia historia o ha generado, en última instancia, un efecto dispersor en las investigaciones al punto de convertirlas en inabarcables

 

Así, esta realidad adquiere tientes vitales pues como bien se ha expresado la inconsciencia acerca de los desarrollos teórico-metodológicos, que caracterizan lamentablemente a algunos historiadores  […] implica una renuncia evidente a toda una gama de útiles para la problematización y comprensión de las sociedades del pasado[40]

 

Nosotros añadiríamos que tal circunstancia está, de hecho, no solo en la base de una vuelta a las principios de un positivismo que se caracterizaba precisamente por su apoyo exclusivo en los documentos y un empirismo desmesurado, de modo que se produce el frecuente olvido a la reflexión que sirve de apoyo para desentrañar lo descubierto en esa misma fuente, sino en la crisis de modelos como el de Annales que encuentra una de sus mayores “desgracias” en ya comentada ausencia de una reflexión teórica exhaustiva que no acompañó a las innovaciones metodológicas generadas[41] innovaciones que por cierto, no fueron completas, pues los enfoques objetivistas siguieron estando en buena medida presentes[42]

 

De tal manera, no podemos pretender escapar de la teoría y las múltiples diversidades que abarca en una falsa ilusión que algunos bien creen utópicamente que si pueden hacerlo o bien no se plantean con detenimiento la importancia de la cuestión, contraponiendo la teoría a la misma práctica de la historia, hecho en sí mismo contradictorio[43] pues no hay práctica sin base teórica por muy rudimentaria que esta resulte, independientemente de que se sea plenamente consciente de ello o no.

 

Se trata, con todo lo visto, de evitar volver a realizar una historia acorde con unos parámetros decimonónicos propios del siglo XIX en una sociedad global y múltiple como la que nos ofrece este siglo XXI. Sirva de ejemplo para ilustrar la situación el hacer el fácil ejercicio de enfrentar unas pretensiones rankeanas de historia política de fronteras nacionales con un contexto actual que nos reclama la puesta en práctica de la globalidad[44] aún a pesar de la presencia e ímpetu de determinadas tendencias políticas segregacionistas que desde Inglaterra, Estados Unidos o Francia vienen presionando en el sentido contrario, instrumentalizando para ello la historia, de ahí que nuestra responsabilidad sea enorme[45].

 

Desde luego, no hay verdades científicas “puras” entendiendo esto en el sentido de que estas desde luego no son generadas allende la propia interpretación de la cual se dota a la investigación. Ahora bien, consideramos que una forma idónea de impulsar ese conocimiento científico encuentra su acomodo en la colectividad de especialistas, un sujeto colectivo que interviene y construye el objeto de estudio y no en un individuo que cree –o ni se lo plantea- que su papel pasa por ser un simple notario, lo que en última instancia va más allá de elevarse como un retroceso secular de la práctica histórica; se manifiesta como la negación de la historia misma como ciencia[46].

Lo cierto es que la realidad goza de una mayor gravedad si cabe pues ya hace más de ochenta años, como bien es sabido, que la crítica a la historia exclusivista se iniciaba en la Francia de un Bloch y Febvre que, exagerando un poco – pues la continuidad con esa historia practicada en los años sesenta y setenta, heredera en buena medida de la labor de aquellos, sigue siendo pese a su problemática, una de las grandes tendencias de la historiografía a nivel mundial- diríamos que algunos parece que quisieran soterrar como si nunca hubiesen existido, siendo ninguneadas sus aportaciones, en casos extremos, incluso por un cierto número de aquellos que se definían en las décadas finales del siglo pasado como annalistes o marxistas y que ante la supuesta falta de rumbo de nuestra disciplina han decidido abrazar aquello contra lo que lucharon en su momento.

 

Con lo dicho defendemos la presencia de un historiador que goce de amplitud de miras, más apegado a un desempeño del oficio acorde a nuestros tiempos en una labor que debe ser individual pero como hemos visto también colectiva. Y es que el historiador no puede limitarse a ser un notario que plasme por escrito una serie de aportes para que otros lleguen a conclusiones por él. También se pretende no volver a caer en los errores de las revoluciones historiográficas del siglo XX que entendían, entre otras cuestiones, que bastaba con alterar el objeto de estudio para superar las carencias objetivistas del positivismo y no solo eso, podríamos referirnos también a ámbitos que hasta no mucho fueron “novísimos”, como la historia de género[47]

Llegados a este punto, no podemos pasar por alto el lugar donde encuentra su asiento la propia historia mixta como historia global, máxime cuando en la explicación de la misma hemos hablado de aspectos como el consenso y el debate. Por ello y en base a mi propia implicación personal, centraré ahora la mayor parte de mi exposición en los acontecimientos surgidos en Santiago de Compostela a partir de inicios de los años noventa.

 

Nos referimos en concreto a la ya varias veces mencionada Historia a Debate, lugar de encuentro no solo para caso del estudiante gallego sino, por extensión también del peninsular, el latino y el global hoy más que nunca gracias a Internet

 

Aclarada ya su doble vertiente como foro y espacio de intercambio virtual así como proyecto historiográfico en sí mismo, surgió a partir de 1993 encontrando su sede permanente en Internet –desde 1999- y su manifestación física más evidente no solo a través de los diferentes congresos internacionales organizados  -ya van cuatro-sino también a lo largo de los miles de kilómetros recorridos por el doctor Barros, en una labor de difusión que ha generado el ya aludido manifiesto en el año 2001, suscrito por cientos de colegas y que ha alcanzado regiones como Colombia, Brasil, Italia, México, Argentina o Bélgica

 

Historia a Debate se caracteriza, entre otras cuestiones, por el reconocimiento de la iniciativa de un historiador que toma conciencia de sí mismo no solo a través de su subjetividad como profesional sino como agente histórico que habita el mundo que le tocó vivir. No fue casual, entonces que su salida a la palestra como tendencia historiográfica se produjera un 11 de septiembre de 2001, fecha con tanta significancia para nuestra coeternidad.

 

Historia a Debate constituye una eficiente plataforma para integrarnos en ese mundo digitalizado desde el cual discernir y compartir y donde nuestras posibilidades de divulgar nuestras aportaciones al conjunto de la población son cada vez más evidentes, con lo que se produce un notable acercamiento a la sociedad a la cual pertenecemos y debemos servir.

 

En este sentido, la mixtura que proponemos afecta también a la difusión de las investigaciones históricas, de modo que, unido al tradicional formato en papel, pretendemos no solo promover gratuitamente la difusión en la red de toda una serie de trabajos escritos o reflejados en video o audio a través de diferentes plataformas, sino fomentar el debate en torno a ellas, fundamentalmente a través de las redes sociales

 

Así, una de las principales implicaciones derivadas de todo lo visto hasta ahora se podría sintetizar en lo que ha sido definido como historia digital como historia global labor en la que fuimos pioneros a nivel internacional en una labor desempeñada desde fines del siglo pasado y que gozosamente vemos como se ha extendido mundialmente en un esfuerzo que se ha vinculado en los últimos tiempos con la denominada como public history la cual está estrechamente relacionada, precisamente, con el intento de llevar a cabo una labor de difusión pensada principalmente para el conjunto de la sociedad; es decir llevar la historia a una audiencia generalizada con el objetivo último de democratizarla

 

Por ello, si antes hablábamos de lo global asociado a lo digital, en otro giro –referido únicamente al orden de las palabras- podría decirse que igualmente defendemos lo digital vinculado a lo global pues hablamos de una labor colectiva, construida entre todos –y no de una mera difusión jerarquizada que parta de un único punto o entidad creadora, dado que sería la apuesta por un modo de “globalidad” mal entendida, eurocéntrica y desde luego incompleta, al no ser recíproca y reflejar una única postura o compendio limitado de ellas-

Pese a las reticencias iniciales –y todavía actuales- de buena parte de la comunidad de especialistas de nuestra disciplina, creo sinceramente que hemos dado un paso más en la vanguardia de lo expresado en este sentido con nuestra entrada pionera en las redes sociales. Se trata de una labor diaria, activa las 24 horas por las interconexiones establecidas con todo el globo y donde hemos tenido que aprender sobre la marcha para adaptarnos a ese intercambio recíproco de información difundida a miles de perfiles simultáneamente.

La participación de sujetos de toda índole, además, ha enriquecido y multiplicado los debates en una actividad que afortunadamente exige al historiador-administrador el contacto permanente con la actualidad más reciente pero sin duda, los efectos más importantes de ese debate en constante movimiento, se encuentran en tratar de acercar la historiografía y la historia al conjunto de interesados pero también construir entre todos ambos elementos a la vez.

Culminando, la historia mixta como historia global se presenta como una alternativa viable y premeditadamente elaborada y definida, fruto de toda una experiencia investigadora y reflexiva previa –y que continua- que, más allá de Santiago de Compostela, demuestra que es posible abordar el estudio de las problemáticas históricas, así como las alternativas historiográficas resultantes de las mismas, desde una perspectiva múltiple y global

Surge de esta manera, como una necesaria reacción ante los avatares actuales de nuestra disciplina reconociendo la extensa labor historiográfica previa de la que es deudora a la vez que crítica, buscando con ello aportar su legítimo grano de arena para tratar de superar un trance que muchos directamente se niegan a abordar o han intentado solventar ignorándolo o esquivándolo, aunque para ello practiquen una historia contra la que en su momento se revelaron

Prueba de este interés de Historia a Debate por Clío y por el conjunto de profesionales que participan de la disciplina, se materializó en la encuesta internacional “El Estado de la Historia” donde la percepción de multitud de especialistas fue sacada a la palestra, suponiendo todo un hito que nos sirvió para calibrar el por aquel entonces presente de nuestra profesión y las orientaciones del futuro[48].

 

En este sentido, Historia a Debate se manifiesta como una plataforma que contempla el futuro en varias vertientes en relación a Internet. De un lado, el futuro mismo de nuestra profesión, mediante aspectos ya referidos. De otro, considero que colectivamente ha entendido –antes que nadie- y se ha adaptado como ninguno, al propio futuro de la colectividad de historiadores que, generación a generación, se involucra y convive cada vez más con unas nuevas tecnologías de evolución incierta pero que, a día de hoy, se expone como imparable.

 

Estamos ante una tendencia caracterizada por el avance de las mismas que -a pesar de los posibles retrocesos que pueda manifestar- sugiere que ambas cuestiones se interrelacionarán, más si cabe, al punto de confundirse. Difusión y creación encontrarán –encuentran ya de hecho- su esencia misma en la Red a través de la labor de esos “nativos digitales” cada vez más inmersos en su manejo.

 

Pasado, futuro y presente son, entonces, tenidos en cuenta en el programa de la Red Temática Internacional Historia a Debate, estando referida esta última temporalidad, fundamentalmente a la necesidad de plantearnos los cambios historiográficos, desde ya mismo, de un modo colectivo. Igualmente, estimamos que una implicación activa en las problemáticas de nuestra coeternidad y la discusión constante de las mismas, nos facilita un contacto permanente con el conjunto de una sociedad heterogénea y globalizada.

 

Historia a Debate irrumpe así como una alternativa para aquellos que entienden que existe una necesidad de hacer frente a las peligrosidades de un círculo vicioso caracterizado por los fracasos de las “nuevas historias” y la vuelta de las que se creían superadas en unas pretensiones que no se presentan como acaparadoras. En este sentido, invitamos a realizar y contemplamos con optimismo la creación de cualquier esfuerzo que busque acabar con la atomización de los estudios o la realización de una historia compartimentada o estancada

 

En última instancia, todo ello responde a nuestra misma concepción del oficio que desempeñamos, donde entendemos que la práctica y la teoría, la historia que creamos o estudiamos y la historiografía, se necesitan en un nivel mayor del que comúnmente se predica. De ese modo, es la propia historiografía que nos precede la que obligatoriamente nos debe dar esas necesarias lecciones de humildad que pueden tumbar todo nuestro trabajo hecho hasta la fecha a los que iniciamos nuestra trayectoria profesional, si temerosamente nos precipitamos en el marco de nuestras investigaciones sin haber rendido tributo de forma previa a todas esas contribuciones anteriores o sin haber analizado de forma crítica el modelo o las reflexiones que las sustentan. A fin de cuentas lo que nos distingue de las variantes más perversas de la historia narrativa, es precisamente los métodos, técnicas y la teoría que debería sustentar la base de todo nuestro esfuerzo creador

 

 

 

[1] Debemos entender crisis como dificultad pero también como oportunidad. Crisis no supone una ruptura tajante, tampoco implica destrucción sino movimiento. Carlos Barros. “Hacia un nuevo paradigma historiográfico”. Memoria y Civilización 2 (1999): 223.

[2] Así, bien es sabido que algunos de los pistoletazos de salida más influyentes en la comprensión de los avatares que nuestra profesión estaba sufriendo lo constituirían ese Hacer la Historia que tenía como directores a  Le Goff y Nora en 1974 , ese desmenuzamiento que François Dosse pondría en el centro del debate trece años después o el afamado artículo de 1979 de L. Stone donde se sometían a juicio las conquistas de la nueva historia por citar algunos de los fenómenos de mayor impacto

[3] En nuestra crítica pensamos, por ejemplo, de ese determinismo de corte económico que regía ese materialismo histórico tan en boga en las décadas finales del pasado siglo –obsesión economista de algunos que, recurrentemente, no sería otra cosa que un reduccionismo o simplificación de las tesis marxistas-

[4] Carlos Barros “Historia a Debate. Un paradigma global para la escritura de la Historia” (conferencia presentada en el “III Congreso Internacional Historia a Debate”, Santiago de Compostela, 16 de julio de 2004) (https://www.youtube.com/watch?v=7X-LgEbc_JI)

[5] De tal modo Carlos Barros ha readaptado y reformulado buena parte de la concepción de Thomas. S. Kuhn en su interpretación del avance científico por sucesivos acuerdos en el seno de la comunidad de especialistas. Carlos Barros. “La historia que viene”. Revista Historia y Espacio 18 (2014): 188. Para Barros el debate no solo debe servir para tratar la crisis de paradigmas, sino que este debe tener continuación.

[6] Véase Carlos Barros: “Manifiesto de Historia a Debate”. Manuscrits: Revista d’història moderna 20, (2002): 215-226

[7] Peter Burke. Formas de hacer historia. (Madrid: Alianza Universidad, 1996), 12

[8] Carlos Barros. “Historia a Debate. Un paradigma global para la escritura de la historia”. Historia da Historiografía 5 (septiembre 2010): 151-152

[9] Barros. “Historia a Debate. Un paradigma global” 166.

[10] A pesar de los intentos de Le Goff de inicios de los noventa, que si concebirían unos Annales realmente internacionalizados y que finalmente serían infructuosos en una circunstancia que, junto a la fallida tournant critique, contribuyeron enormemente a la aparición de Historia a Debate. Carlos Barros. “José Luis Romero y la historia del siglo XXI”. Revista de História 166 (2012): 53.

[11] Emmanuel Le Roy Ladurie en Las caras de Clio. Una introducción a la historia de Enrique Moradiellos. Siglo veintiuno de España editores, Madrid, 2001, p.128

[12] Julio Pérez Serrano. “Perspectivas para una nueva historia regional en tiempos de globalización”. Revista escuela de historia 4 (2005)

[13] Carlos Barros. “Historia de las mentalidades: posibilidades actuales” en Problemas actuales de la historia ed. José María Sánchez Nistal. (Salamanca: Universidad de Salamanca, 1993), 60

[14] Emilio Mitre Fernández. “La guerra de los cien años primer conflicto global en el espacio europeo”. Clío y crimen 6 (2009): 20

[15] Liliana Regalado de Hurtado. “La historiografía de la “era de la globalización”: una contextualización necesaria”. Historica 26. 1-2,( 2002): 670

[16] Hugo Fazio Vengoa. La historia y el presente en el espejo de la globalización. (Bogotá: Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, CESO, Ediciones Uniandes, 2008)

[17] En líneas generales. También es verdad que desde Toubert a inicios de los setenta, pasando por Dragon hasta llegar a autores como Lombard en los noventa, como señala un Ruggerio Romano que describe sus trabajos “modélicos” en términos de admiración, si hubo diversos intentos por conciliar la aproximación al estudio de realidades históricas desde diferentes perspectivas en una historiografía francesa que en nuestra investigación solemos situar como marco de referencia habitual. Nos encontramos así un análisis cultural, económico y político en el primer caso, una ciudad de Constantinopla entendida en su faceta social, cultural, arquitectónica o económica en el segundo o lo que se ha definido incluso como un estudio global en el ejemplo de un tercero que recurre a la historia del presente, la historia antigua, la sociología, la lingüística o la arqueología. Romano Ruggerio. Historia cuantitativa, historia económica e historia: algunas consideraciones sobre la historiografía francesa de hoy.

[18] Roberto López Sánchez. “La crisis de paradigmas en la historia, las nuevas tendencias historiográficas y la construcción de nuevos paradigmas en la investigación histórica”. Espacio abierto 3 (2000): 393.

[19] Ignacio Olábarri Gortázar. Las vicisitudes de Clío (siglos XVIII-XXI) Ensayos Historiográficos. (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2012), 178. Tenemos en mente también a esa global history o world history que se iría configurando progresivamente a partir de trabajos como los de William McNeil, a inicios de los sesenta. Douki, C y Minard P. Global History, Connected Histories: A Shift of Historiographical Scale? Revue d’histoire moderne et contemporaine 2007/5 (No 54-4bis) P. 7 y que encontraría en la Universidad de Hawai uno de sus núcleos irradiadores a partir de los años noventa. João Júlio Gomes dos Santos Júnior. “Os arquitetos da história global: trajetórias de pesquisa”. História da Historiografia. 18, (agosto, 2015): 290 siendo casi coincidente, con los esfuerzos intelectuales de Immanuel Wallesrtein y una teoría de los sistemas mundiales que colaborarían, a su manera, en la construcción de esa historia mundial. Curiosamente ambos pecarían de excesos brevemente aludidos aunque en sentido inverso pues si bien la world history caería en una dispersión y fragmentación notoria, los sistemas mundiales se caracterizarían por una excesiva rigidez teórica y un marcado carácter económico. Bruce Mazlish. “La historia se hace historia: la Historia Mundial y la Nueva Historia Global”. Memoria y Civilización, 4 (2001): 10

[20] Se ha querido buscar precedentes de historiadores “globales” que por cuestiones obvias no se autodefinían como tales, por ejemplo, en los trabajos de una serie de autores hispanoamericanos del siglo XIX que pretendía ir más allá del marco de la nación. Rafael Marquese.  “Tradições de história global na América Latina e no Caribe”. História da Historiografia. 16 (abril 2015): 31-33

[21] En Francia, en cambio, el impacto de lo global ha sido menor a pesar de los precedentes de determinados estudios extraeuropeos en una labor que se podría retrotraer al propio Febvre, lo que no ha evitado, en otro giro, que esa historia conectada caracterizada por las conexiones entre actores, la importancia de la circulación o de las fuentes de origen local -como vía de escape de lo eurocéntrico- encuentre en el francés Gruzinski a uno de sus más conocidos exponentes. Serge Gruzisnky. “Les mondes mêlés de la Monarchie catholique et autres connected histories”. Annales 56 (2001): 85-117

[22] Hugo Fazio. “La historia global: ¿encrucijada de la contemporaneidad?” Revista de Estudios Sociales 23 (abril, 2006): 5

[23] Fazio,La historia global” 6

[24] Ello sería así a pesar de encontrarnos incluso con lo que se ha denominado como New Global History. Jerome Teelucksingh “Review Essay: Caribbean History and its relevance to Global History”. The Middle Ground Journal, 6 (2013): 2 cuya acuñación, eso sí, respondería fundamentalmente a un mero sentido de concreción que buscaría acabar con la ambigüedad de aquellos que asimilaban en sus trabajos el concepto de historia mundial con el de historia global, muchas veces de forma indistinta, generando confusión al respecto

[25] Nuestra meta no será por ende, centrarse en el estudio de sistemas globales o en el “rastreo” de los elementos del pasado que han permitido a la humanidad alcanzar de un modo u otro las cotas evolutivas actuales. Tampoco se sentirá, a diferencia de otras propuestas, necesariamente más cómoda con la contemporaneidad, ni con el acercamiento a realidades territoriales masivas -o entendidas en el sentido más amplio de la palabra- ni con la interconexión o simultaneidad dada entre los espacios o la totalidad de ellos.

 

[26] Hugo Fazio. “La historia global y su conveniencia para el estudio del pasado y del presente”. Historia Crítica. (noviembre 2009)

[27] Además y como bien es sabido, la historia de las mentalidades hubo de hacer frente a una fuerte asimilación de la antropología de manera que esta llegaría a apropiarse del concepto mismo de las mentalidades aplicadas en la investigación histórica, a pesar de que las mentalidades venían desarrollando una base epistemológica propia en el seno de nuestra disciplina.

 

[28] Como bien es sabido, la interdisciplinariedad comenzaría a promulgarse a partir de la década de los 30 en Francia, produciéndose, una visibilización y proyección mayor de la misma tras el período posbélico. Gérard Noiriel . Sobre la crisis de la historia. (Madrid: Ediciones Cátedra, 1997), 33. Será principalmente con la historia promulgada en los 70 y 80 cuando los efectos de la interdisciplinariedad adquieran tintes abrumadores para la historia

[29] Carlos Barros. Historia Social y mentalidades nuevas perspectivas.

[30] El modelo de una historia determinista, por ejemplo, ha sido ampliamente superado de forma que la historia ya no es contemplada como un punto de llegada, preestablecido. Pese a ello, los intentos de superación a veces han caído en un indeterminismo extremo, con los problemas que ello lleva asociados. Véase al respecto Carlos Barros, “La historia que queremos” p. 4. Extraído de:  https://www.academia.edu/3279759/La_historia_que_queremos

[31] Pese a que el referente más inmediato del citado manifiesto salió a la luz el 2 de junio de 2001 bajo el título “La propuesta historiográfica de Historia a Debate” (https://h-debate.com/vista/?link=https://h-debate.com/wp-content/old_debates/cbarros/spanish/articulos/nuevo_paradigma/manifiesto_esp.htm no podemos obviar que las reflexiones acogidas en “La Historia que viene”, producido en 1993, constituyen un claro precedente reflexivo.

[32] Carlos Barros “La Historia que viene” 201.

[33] Si bien las nuevas historias promulgaron la ofensiva contra el positivismo, rechazando así sus objetos de estudio, no fue menos que siguió permaneciendo en el seno de las mismas enfoques y métodos de carácter objetivista reflejados en el empleo de las fuentes, los modos de redacción y realización o la obsesión por la erudición bibliográfica. Carlos Barros. “Defensa e ilustración del manifiesto historiográfico de Historia a Debate”. Revista d´Historia Medieval, 12 (2001-2002): 428

[34] Carlos Barros. “La historia mixta como historia global”. Enfoques, 28, (2006): 93

[35] Luis Velasco Martínez. “La necesidad de formación historiográfica para el profesorado de historia: nuevas tendencias  historiográficas en Historia Contemporánea”,  Clío 37, 2011

[36] Pilar Maestro. “Didáctica de la historia, historiografía y enseñanza”. Iber, 25, (2000): 109

[37] Carlos Barros “Oficio del Historiador ¿Nuevo paradigma o positivismo? Diálogos. Revista Electrónica de Historia 2 (septiembre 2014): 143

[38] Sobre la adecuación del empleo del concepto corriente positivista, como continuación de la labor desarrollada por los seguidores de los sentadores de sus bases, como podrían ser fundamentalmente y para el ámbito franco la Revue Historique así como los conocidos Langlois y Seignobos, se ha generado un intenso debate, en absoluto novedoso, que, a grandes rasgos y para el ámbito francófono, podría remontarse a mediados de la década de los setenta con los trabajos de un Carbonell que propondría una reformulación basada en la denominación escuela metódica en oposición al positivismo “puro” de Auguste Comte. Siendo conscientes de ello y por cuestiones prácticas, positivismo será el término empleado en este trabajo para designar la labor histórica focalizada, en su sentido clásico, entre las dos décadas finales del siglo XIX y la revolución de los Annales, tras un Michelet que, en base al éxito de su labor desarrollada a partir fundamentalmente del último tercio del siglo XIX, lograría constituirse en el futuro incluso como referente ritual para los partidarios de la Nueva Historia, como se ha llegado a afirmar, en base a sus pretensiones totalizadoras para con la historia nacional francesa. Guy Bourdé y Martin Hervé. Las escuelas históricas. (Madrid: Akal Ediciones1992) 111

[39] Por desgracia podría cobrar sentido la lapidaria frase con la que el prestigioso autor italiano Giovanni Levi al parecer enmudeció hace tan solo cuatro años a un auditorio repleto en Potosí, cuando en respuesta a una pregunta sobre su experiencia vital como historiador respondió que todo podría resumirse en el hecho de que sólo los historiadores jóvenes, los que comienzan a realizar sus investigaciones, consideran que la historia se realiza con documentos. Giovanni Levi 33 International Standing Conference for the History of Education (ISCHE), celebrada en San Luis Potosí. Frase recogida en Morelos Torres Aguilar.  Gadamer, O’Gorman, Levi. Combates contra el neopositivismo historiográfico y contra el fetiche del documento, p. 191

[40] Armando Torres Fauaz. “La historiografía y la teoría social. Una discusión desde la historia de lo premoderno”. Reflexiones, 2 (2011): 133

[41] Carlos Barros. “La “Nouvelle Histoire” y sus críticos”. Manuscrits, 9 (enero 1991): 86

[42] Carlos Barros. “Defensa e ilustración” 428

[43] Fulbrook, Mary en Roberto Breña. Pretensiones y límites de la historia. La historiografía contemporánea y las revoluciones hispánicas, Prismas, nº12, 2009, p- 285

[44] Pierre Matari. “Eric Hobsbawm, el marxismo y la transformación de la historiografía”. Nueva Sociedad, 243, (enero-febrero 2013): 156

[45] Pensemos también como una de las vías para combatir los efectos negativos de las políticas neoliberales que traspasan las líneas fronterizas, la encontramos en una historia que también lo haga y que este, a su vez, no solo comprometida con la sociedad en su conjunto sino buscando una interacción plena con ella, máxime si tenemos en cuenta el encasillamiento al que se quiere someter a buena parte de las Ciencias Sociales y unas humanidades que desde determinadas ópticas, han perdido su utilidad al no responder a los intereses de los mercados de modo que, si así fuese, a la producción del historiador solo le quedaría asumir el papel de producto de élite dirigida a otras élites minoritarias.

[46] Carlos Barros “El retorno de la Historia” (conferencia presentada en el “II Congreso Internacional Historia a Debate”, Santiago de Compostela, 17 de julio de 1999)

[47] Así, esta especialidad, a pesar de que inició su despegue en nuestro país mayormente a partir de los años 80 compartió en sus albores las mismas insuficiencias que el positivismo venía practicando; centrar su atención principalmente en las grandes figuras y sus biografías. Francisco Fuster García. “La historia de las mujeres en la historiografía española. Propuestas metodológicas desde la historia medieval”. Edad media Revista de historia 10 (2009): 249 en una evolución que, en cualquier caso, iría corrigiendo su rumbo a pesar de tener que enfrentarse a toda una serie de problemáticas añadidas tales como el entendimiento por parte de determinados sectores de la comunidad de especialistas más academicista –y precisamente más positivista- de que la historia de género constituye una simple temática en lugar de entender la historia de las mujeres como la propia historia de la humanidad.  Lola G. Luna. Historia, género y política. Movimiento de mujeres y participación política en Colombia (Barcelona: Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, 1994), 21.

[48] El envío de la misma afectó en torno a 50.000 profesionales de la historia de diferentes países a través del correo postal y electrónico. Carlos Barros. “El estado de la Historia. Encuesta Internacional”. Vasconia 34 (2005): 15