Hola a todos

¿Debe permitirse a los musulmanes que viven en Europa que sus mujeres e hijas usen velo, o que sean casadas de adolescentes? ¿Hay que propugnar un plan contra la mutilación genital femenina en África? ¿Ha de permtirse la poligamia a las culturas que la practiquen? ¿Los testigos de Jehová tienen derecho a negarse a trasfusiones de sangre para sus hijos? …………

Intentaré hallar alguna luz ante ciertas perplejidades éticas, que son las mías, en esta hora del mestizaje de los pueblos y la uniformización de las mentes.

Creo que el «multiculturalismo» es una tendencia filosófica y antropológica más acertada que errónea. Sostiene, simplemente, que cada cultura tiene derecho a sus propios valores y costumbres, y en última instancia a su propia ética. Y aparece en el pensamiento occidental tras el escarmiento y la mala conciencia que da el estudio objetivo de la permanente intervención colonialista de Occidente, para su propio provecho, sobre los demás pueblos y culturas del planeta.

Es decir, la abstención de intervenir, visto lo visto, es más positiva que negativa, a la luz de los injustos e interesados procesos históricos y económicos antecedentes, y en los que Occidente tuvo el papel más cínico y explotador. Y además, hoy sabemos que, efectivamente, la moral es más relativa que absoluta, y varía según los pueblos e incluso, para cualquier pueblo, según las épocas.

Otra cosa distinta es la fijación de unos «mínimos» (habría que llamarlos «máximos») o reglas éticas dentro de cada nación o grupo cultural (un caso supranacional: la cuasi-nata Constitución Europea) y, en última instancia, la fijación de unos «Derechos Humanos» decretados por consenso, ya hace décadas, entre todas las naciones del mundo. Aquí, creo que no hay vuelta: son reglas y derechos absolutos y no rebasables.

Pero no hay vuelta, siempre que todos juguemos al mismo juego. De poco sirve escandalizarse por mutilaciones y lapidaciones, cuando luego esos mismos Gobiernos nuestros participan en la génesis de las guerras, en el afianzamiento del neo-colonialismo económico y, en fin, en la perversa globalización (exclusivamente de la circulación del capital y del derecho a disponer de la fuerza del trabajo). No pueden exigir ética a otros países unos Gobiernos que producen y trafican con las armas que asolan el Tercer Mundo, que dictan las condiciones de su pobreza desde el FMI, o directamente que poseen (o arrebatan: Irak) la energía y materias primas de dichos países «ignorantes y bárbaros». Es evidente que la zorra no puede dictar la moral del gallinero…

Es decir: es cínico y perverso escandalizarse («sólo») por la lapidación de Amina, mientras la propia Nigeria es una tormenta de muerte debido a los intereses mineros y estratégicos de varios países occidentales. Es cínico y perverso criticar la cliterectomía en el Sudán, cuando ese país no levanta cabeza (y por tanto no progresa culturalmente) a causa de una guerra inacabable azuzada y alimentada por Francia y otros. Es cínico y perverso hablar siquiera de África cuando se dejó germinar y explotar, sin mover un dedo, la terrible matanza de Ruanda (mil veces más sanguinaria que todas estas prácticas). O cuando se deja morir de SIDA a millones de africanos sin poner en marcha una operación humanitaria de envergadura, o aún se les discute el derecho de patente sobre los retrovirales.

En suma: no puede exigir ética quien no la ejerce. Sobre las costumbres y éticas de la desolada y moribunda África, poco podemos opinar mientras sigamos siendo los primeros co-responsables de una debacle que causa más miseria y muerte que la suma de todas esas «bárbaras» tradiciones juntas. Por tanto, fuera de nuestros países, o se enmienda (que no se hace ni se hará), o mejor callar.

En el problema concreto de los derechos peculiares de los inmigrantes en una nación de acogida, ha de funcionar el principio universal: la Constitución acoge y protege a todos, y ella ha de prevalecer. Pero con mucho cuidado y oyendo a los expertos, pues muchas prácticas que nos parecen absurdas o bárbaras tienen una lógica social interna para esos grupos, y su supresión puede acarrear tantos o más perjuicios que su mantenimiento. Y en cualquier caso, las Constituciones democráticas tienen mecanismos para establecer excepciones y derechos de las minorías.

Es muy difícil hablar de ética en nuestro Occidente de doble moral. Es cínico pretender que las mujeres islámicas no lleven «chador», para luego no permitirles acceder a ningún puesto de trabajo razonable, o para mantener a la población inmigrante en «ghetos» que impiden cualquier integración (económica y cultural) con la población mayoritaria. En el caso de España, no podemos exigir a los gitanos que eliminen sus costumbres y se intgeren, y a la vez mantenerlos en sus chabolas y como único horizonte -pues para cualquier otro trabajo, encuentran un muro de desconfianza- la recogida de chatarra o la venta de droga. El razonamiento «te pido deberes pero no te doy derechos» no puede sostenerse.

En fin: propiciemos el establecimiento de la Carta de los Derechos Humanos dentro y fuera de nuestros países, que las demás polémicas suelen ser artificiales y a menudo trufadas tanto de racismo y chauvinismo como de miedo al otro o de pura incomprensión.

Ya sé que todo esto no resuelve los problemas «multiculturales» cotidianos, pero mientras la realidad sea tan amoral como es, poco más se puede decir honradamente.

Salud

Juan Blanco
Analista crítico de Historia, Política y Sociología.
Patrimonio Nacional. Madrid.

P.D.: La laxa e inhibida moralidad aquí expuesta es aplicable también a la inacabable y tendenciosa polémica sobre el «oscurantista e inhumano» fundamentalismo islámico, que triunfa y seguirá triunfando en unos países expoliados y engañados por unas élites conchabadas a todos los niveles con los Gobiernos occidentales. Mejor callar, y dejar a los pueblos -en muchos casos, por vez primera- escoger y errar en su propio camino.