El próximo sábado, 19 de setiembre, de 9 a 11 horas, tendrá lugar en Rosario (Argentina) una segunda presentación de HaD en el marco de las VJornadas Nacionales y II Jornadas Latinoamericanas del Grupo Hacer la Historia

Participan

Irma Antognazzi (Universidad Nacional de Rosario)
Roberto López (Universidad del Zulia, Venezuela)

Lugar

Salón de la Cúpula
Facultad de Ciencias Médicas
Santa Fe 3100
Rosario

Informa Irma Antognazzi

ROBERTO LÓPEZ SÁNCHEZ.
UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO. VENEZUELA.

INTRODUCCIÓN

En septiembre de 2001 Historia a Debate hizo público su Manifiesto Historiográfico. La historia de la humanidad torció su rumbo el mismo día que un movimiento internacional de historiadores proponía nuevos paradigmas para la disciplina ante los retos del siglo XXI. El azar quiso que ambos sucesos coincidieran en el tiempo. Y la nueva realidad mundial surgida del 11 de septiembre ha servido para ratificar la pertinencia de las propuestas contenidas en el Manifiesto. La recuperación del humanismo como acompañante del oficio del historiador y de toda labor científica en general, propuesta con la que se inicia el manifiesto, se nos presenta como una necesidad urgente ante la irracional ola guerrerista y discriminadora que luego de los atentados se ha impuesto en los grandes centros de poder mundial.

El Manifiesto constituye una respuesta, desde la historia, a la crisis de paradigmas que ha colmado el debate científico mundial en las dos últimas décadas.

En el contexto del mundo globalizado, el derrumbe del bloque socialista y la hegemonía neoliberal han obligado a reconsiderar los paradigmas historiográficos que se impusieron desde inicios del siglo XX. Durante décadas el mundo pareció marchar de acuerdo al sentido de progreso que la ciencia positivista introdujo durante el siglo XIX y que sirvió de fundamento a los historiadores tanto marxistas como de los annales. Pero la constatación de que no existe progreso continuo, que la historia se estanca y retrocede a períodos que se creían superados, y que se avanza hacia una mayor profundización de las desigualdades sociales y de la disparidad en el desarrollo económico entre los distintos países, ha lanzado al cesto de basura todas las creencias sobre una historia progresiva y de sucesivas etapas de crecimiento para las sociedades humanas.

En el contexto latinoamericano, la crisis económica desatada desde comienzos de la década de 1980 y el fracaso que hoy se evidencia de los planes de ajuste neoliberales aplicados en casi todos nuestros países durante las dos últimas décadas, obligan a reconsiderar todo el conocimiento científico-social que ha guiado los planes de desarrollo en América Latina en los últimos cincuenta años. Como proponen algunos autores, estamos ante «la inminencia de un cambio teórico-metodológico en las ciencias sociales».

Los cuestionamientos a los paradigmas tradicionales deben servirnos para fortalecer una perspectiva teórica que responda a la realidad latinoamericana, como es la superación de la visión eurocéntrica que ha caracterizado a casi toda la historiografía producida en estas tierras.

Igualmente, zanjar de una vez por todas la disputa acerca del carácter relativo del conocimiento histórico, reivindicando que la ciencia histórica no es en modo alguno «neutral y objetiva», como se nos ha pretendido hacer ver desde las altas esferas de poder.

Uno de los aspectos centrales que es necesario replantear es lo referido al compromiso social de los intelectuales. La ola neoliberal, junto a la caída del bloque «comunista», causó estragos en las filas de los investigadores latinoamericanos que podían considerarse comprometidos con ideas nacionalistas y de cambio social popular, la mayoría de los cuales se pasaron con armas y bagajes a las filas de los defensores del orden. En el campo particular de la historia, la tendencia predominante ha sido la de encerrarse en los círculos de investigadores, aislándose de la realidad y produciendo conocimiento para consumo exclusivo de los mismos historiadores. En cierta forma esta conducta le hace perder pertinencia social al mismo oficio de historiador. Los historiadores de la actualidad, o una buena porción de ellos, se declaran incompetentes para dar respuestas desde su campo a los procesos que hoy estremecen a nuestra sociedad.

En este contexto, recuperar el compromiso de los historiadores con la defensa de los intereses fundamentales de las naciones latinoamericanas y de las grandes mayorías sociales, es una tarea urgente. Reconstruir nuestra identidad es un paso fundamental si se quiere realmente transformar nuestra realidad social.

La actual crisis de paradigmas permite replantear desde una perspectiva latinoamericana y popular la función de los estudios históricos. Nuestra propuesta implica una ruptura con la ciencia positivista implícita o explícita en casi todas las tendencias historiográficas presentes en nuestro medio. En cierta forma, proponemos la redefinición del papel de la ciencia y de los intelectuales dentro de la sociedad. Hoy día es imprescindible reescribir la historia desde una óptica propia, que supere la subordinación de nuestros intelectuales a los paradigmas eurocéntricos del análisis histórico. En momentos que la globalización pareciera arropar al mundo bajo el manto uniforme de la economía neoliberal, la democracia burguesa y la cultura occidental, una historia vista por los latinoamericanos debe servirnos para construir nuestra propia identidad, rompiendo así los lazos de dependencia cultural, para replantear el rumbo de desarrollo en lo económico, político y social.

1. EL MANIFIESTO HISTORIOGRÁFICO DE HISTORIA A DEBATE.

Historia a Debate ha celebrado dos congresos internacionales en 1993 y 1999, en la Universidad de Santiago de Compostela, España. A partir de 1999 constituyó una red a través de internet www.vps12.h-debate.com, cuya dirección de correo es [email protected]. Actualmente Historia a Debate abarca una comunidad de más de 1.500 historiadores de los cinco continentes. Su principal animador es el profesor español Carlos Barros.

Historia a Debate se ha constituido como tendencia historiográfica del mundo globalizado, contribuyendo a la configuración de un paradigma común y plural para los historiadores del siglo XXI. Las 18 tesis del manifiesto abarcan cuestiones de método, historiográficas y epistemológicas. Propone la superación del objetivismo positivista y del subjetivismo posmoderno, considerando que es el historiador quien construye su objeto de acuerdo a las influencias que recibe del entorno en que actúa y del momento en que vive. La rigurosidad en la historia no es contradictoria con sus resultados relativos y plurales, acordes a la diversidad presente en las sociedades humanas.

El manifiesto postula el uso de nuevas fuentes históricas como la oralidad, la iconografía y los restos materiales, propone la innovación en los métodos y los temas, defiende la interdisciplinariedad como una necesidad ante la complejidad del actual mundo globalizado, y cuestiona la fragmentación de los estudios históricos, pues desvincula a los historiadores de una realidad basada en la interrelación y la comunicación global.

Promueve el debate y la confrontación intelectual, incluyendo el uso de internet, como mecanismo básico para avanzar en el actual mundo globalizado. Reivindica la autonomía intelectual de los historiadores ante los poderes establecidos, cuestionando la influencia que instituciones y empresas realizan sobre las investigaciones que financian. Llama a clarificar las tendencias historiográficas actuales, con el fin de darle un sentido más comunitario al trabajo historiográfico. Valora la herencia recibida de las principales tendencias historiográficas del siglo XX, particularmente de la Escuela francesa de los Annales, del marxismo y del neopositivismo.

Los historiadores no se deben limitar a aportar datos. Su papel abarca la definición de los temas, fuentes y métodos de investigación, su pertinencia social e implicaciones teóricas, y sus conclusiones y consecuencias. La unidad entre la teoría y la práctica de los historiadores permitirá una mayor coherencia de su labor. De igual forma valora los aportes que desde la historia deben realizarse en la definición del futuro de nuestras sociedades. Hoy cuando iniciamos el siglo XXI dentro de una gran incertidumbre por el futuro de la humanidad, la historia tiene mucho que aportar en la comprensión de los procesos que han conducido a la situación actual. Para Historia a Debate la historia debe estar al servicio de las mayorías sociales, y reivindica el compromiso con los valores universales de educación y salud, justicia e igualdad, paz y democracia.

Las propuestas de Historia a Debate coinciden plenamente con las ideas que hemos venido defendiendo desde 1992 el grupo de historiadores que nos agrupamos en el Centro de Estudios de Historia Actual «Carlos Márquez» (CEHACAM), que funciona en Maracaibo, Estado Zulia.

2. LA CRISIS DE PARADIGMAS Y AMÉRICA LATINA.

LA HISTORIA COMO FACTOR DE DOMINACIÓN

Hemos dicho en diferentes ocasiones que el análisis histórico en Venezuela y toda América Latina se ha plegado a la razón dominante, salvo contadas excepciones. La historiografía está siendo concebida como tarea de una élite. Según esta visión, la producción del saber histórico debe estar reservada a un reducido grupo de intelectuales que cuente con las «credenciales académicas» suficientes para ello. Existen las «altas esferas» de los centros de investigación, que vierten su conocimiento hacia el resto de la sociedad. La posibilidad de que las comunidades populares, grupos étnicos y grupos sociales en general elaboren su propio conocimiento histórico está negada. La verdad histórica sólo puede ser descubierta por especialistas poseedores del respectivo título profesional y que cumplan además con las exigencias manualescas del llamado «método histórico», único e indivisible para todas las épocas y todos los lugares.

La historia escrita por élites busca evitar que las clases dominadas adquieran conciencia del carácter histórico, cambiante, de la sociedad, de su propia historicidad y de su capacidad real para transformarla. El conocimiento histórico, como todo el conocimiento científico en general, debe ser elaborado, aprehendido y debatido por todos los sectores de la población, quienes tienen todo el derecho a decidir sobre las cuestiones que les afectan directa o indirectamente. Hasta el presente las ciencias, de acuerdo al criterio positivista imperante, están divididas en parcelas o territorios claramente delimitados por los «especialistas», en las cuales no entra sino el que cumple los requisitos arbitrarios que ellos mismos imponen, lo que les otorga el poder de decidir sobre todo lo relativo a líneas de investigación, proyectos, formación profesional y de postgrados, etc. Nosotros postulamos la construcción de un conocimiento científico que elimine las jerarquías y el monopolio de las ideas por los intelectuales y los especialistas; postulamos la democratización del saber.

Un elemento que resalta actualmente es la exclusión de lo popular en las investigaciones históricas. Explotados, rebeldes, dominados, no son

considerados sujetos protagónicos de la historia. Masa pasiva de las élites dirigentes o de las fuerzas económicas y sociales, el pueblo aparece en la historia sin una identidad propia. El desaparecer el pasado de las clases populares y de las naciones dominadas contribuye a mantener y mitificar las formas actuales de sometimiento. Al valorar la historia de los dominados, de los pueblos y los grupos sociales derrotados, consideramos que la razón histórica no está necesariamente del lado de quienes triunfan en términos políticos concretos. Hay muchas sociedades, proyectos y revoluciones inconclusas que dejan mayores enseñanzas históricas que los triunfos político-militares de los grandes imperios que en cada época han dominado al mundo o regiones de él. Rescatar la memoria de los oprimidos es una tarea básica en el proceso de construcción de identidades, la cual consideramos una de las funciones principales de la historia.

Otro factor coadyuvante de la dominación es la falta de pertinencia social de las investigaciones que se realizan en nuestras universidades. Postulamos en cambio una historia comprometida socialmente, que de respuestas a los retos del presente, aportando explicaciones sobre los procesos históricos que han dado origen a nuestra realidad actual, y proporcionando enseñanzas para orientar el rumbo de la nación en beneficio de las grandes mayorías sociales. La historia no es para saber más, sino para actuar mejor.

EL PARADIGMA EUROCENTRICO Y AMERICA LATINA

El predominio del eurocentrismo ha sido una limitante para toda la historiografía de América Latina. Nuestra historia la hemos abordado bajo la óptica de Rodrigo de Triana encaramado en el mástil de la carabela y gritando ¡tierra!, olvidándonos que nuestro lugar está en la playa, con guayucos, y gritando ¡invasores!. La historiografía latinoamericana se constituyó desde sus orígenes como apéndice de la historiografía europeo-occidental. Los europeos inventaron su propia «historia universal», restringida a los procesos en los cuales ellos estuvieron involucrados.

Desde Grecia («la cuna de la civilización») hasta el capitalismo globalizado actual habría, según el eurocentrismo, una sola línea de desarrollo, y los pueblos que se mantuvieron al margen del contacto europeo serían sencillamente momentos oscuros, secundarios e irrelevantes del proceso histórico.

La historia de nuestros países se ha escrito con el fin de justificar nuestra inserción en el llamado «mundo occidental», o sea, ajustada al ideal de progreso implícito en la modernidad. El eurocentrismo parte de considerar que el desarrollo histórico de todas las sociedades en el mundo entero debe pasar necesariamente por las etapas que atravesó Europa. De esta forma, el predominio real de la sociedad europea sobre el resto de continentes, efectuado a partir de los siglos XV-XVI, se traslada al plano ideológico al imponerse una concepción de la historia según la cual todos los pueblos del mundo deben tener como ideal de desarrollo al modelo occidental.

Consideramos que no ha existido históricamente una única línea de desarrollo. Cada sociedad generó y expandió en forma independiente sus potencialidades productivas, socio-políticas, científicas y artísticas, y que sólo a partir del siglo XV la expansión europea incorporó factores de homogeneización en las distintas sociedades del mundo. Por ello consideramos que la historia mundial/global debe mostrar la diversidad y relatividad de culturas, mediante la intersubjetividad, siendo el resultado de una comparación de diferentes versiones, donde cada una aporta la visión de su propia cultura y de la de otros.

El actual predominio del capitalismo globalizado no es en modo alguno el «fin de la historia». A lo largo de la historia los centros de poder mundial han ido trasladándose de un lugar a otro, los grandes imperios han colapsado al cabo de décadas o siglos, y por tanto no existen elementos veraces para afirmar que la actual hegemonía capitalista encarnada en los Estados Unidos y los países del G-7 no sea tan transitoria en el tiempo histórico como lo fue, por ejemplo, el Imperio Romano. En cierta forma, los atentados del 11 de septiembre también derrumbaron las tésis de Fukuyama sobre el fin de la historia, y volvió a colocar a la humanidad ante la necesidad de delinear un mejor futuro, como alternativa ante el riesgo real de autodestrucción al que nos conduce el capitalismo globalizado.

LA RELATIVIDAD DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO Y EL COMPROMISO DEL HISTORIADOR

Nuestra historiografía ha hecho énfasis en la pretendida objetividad del conocimiento histórico, colocando a los historiadores como si fueran científicos de bata blanca dentro de un laboratorio, y las fuentes documentales serían semejantes a elementos químicos que combinados producirían un único y exclusivo resultado. Ellos hablan de la búsqueda de la «verdad histórica», frase que siempre he relacionado con deseos propios de ingenuos o que sencillamente ocultan intenciones demagógicas. Ni la ciencia ni la tecnología son neutras, como formas de producción y aplicación del conocimiento científico.

La ciencia tiene un carácter histórico, responde a cada época determinada y al tipo de sociedad que la desarrolla. También tiene la ciencia un carácter de clase o de grupo social, pues responde a uno u otro de los distintos y contradictorios intereses de clase que están en conflicto en una sociedad determinada. Las nuevas tendencias que promueven la interdisciplinariedad, la multidisciplinariedad y la transdisciplinariedad apuntan a cuestionar la manera como hasta ahora se produce el conocimiento científico en nuestras sociedades.

En el caso específico de la profesión histórica, el pasado, el hecho histórico, como «objeto» de la historia, está sujeto a una continua reconstrucción, en la medida en que la historia como ciencia tiene su propia historicidad. Cada época histórica, y cada interés de clase, influye de diversas maneras en la forma de orientar los estudios históricos. El hecho histórico también se reconstruye en la medida en que van surgiendo nuevos elementos de análisis y nuevas fuentes documentales que aportan datos significativos que pueden variar la valoración de determinado hecho del pasado. El historiador construye su objeto de estudio; hay que superar el criterio positivista que sigue imperando en muchos investigadores, que establece una separación sujeto-objeto, separación que es falsa y no responde a la realidad de los hechos, pues el sujeto investigador es parte de diversas maneras del objeto investigado. Su trabajo está condicionado por el tiempo histórico en que vive, el espacio, los intereses sociales que se defienden así como las teorías y métodos que aplica, y hasta por los gustos personales del mismo. Esto no significa que el conocimiento histórico sea de una relatividad absoluta, pues los intereses de clase son finitos, así como las teorías y métodos, y siempre podrán realizarse grandes agrupaciones en cuanto a tendencias dentro de la historiografía.

En conclusión, la investigación histórica no es objetiva, en el sentido de que plantee verdades absolutas. En función de ello es que nosotros postulamos la necesidad de construir una historiografía que replantee la historia de América Latina. Cualquier proyecto de desarrollo político, económico, social y cultural para nuestros paises no puede seguirse fundamentando en la visión histórica que la burguesía construyó durante ciento cincuenta años, pues es obvio que las conclusiones de esa visión de la historia están destinadas a garantizar la continuidad de la dominación económica y la opresión política sobre las grandes mayorías sociales. Creemos que hay que reconstruir el estudio de nuestra historia, pero desde la óptica popular, y en ello comprometemos nuestras investigaciones.

Rosario, 19 de octubre de 2002.