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PÁGINAS DE FILOSOFIA nº 8 (Argentina)

El dilema de los historiadores

Los días 14-18 de julio tuvo lugar en Santiago, en el marco del Xacobeo 99, el II Congreso Internacional Historia a Debate. Ciento cincuenta ponentes y seiscientos inscritos de treinta y cinco países tomaron el pulso en Compostela, como ya se hiciera en 1993, a la historia como disciplina de investigación y docencia en un marco global -imprescindible hoy para entender las situaciones locales y nacionales- y plural, desde el marxismo latinoamericano hasta el posmoderismo anglófono pasando por la historiografía poscolonial india.

¿Qué conclusión podríamos destacar? Desde luego no es posible resumir, en dos folios, diez y nueve mesas redondas y quince temas a debate..., pero si poner en evidencia dos grandes ejes de discusión que aparecían y desaparecían como serpientes de verano: la relación entre historia y ficción o la historia como ciencia, y la relación entre historia y sociedad o el compromiso del historiador. El ser o no ser de la historia, pues, dentro y fuera de la academia en el umbral del nuevo siglo. Para nosotros, no se trata de una frase hecha, el mundo vive y sufre un giro histórico radical; "Y cuando cambia la historia, ¿no cambia asimismo la escritura de la historia?" (de la convocatoria de Historia a Debate II).

Nunca las respuestas de los historiadores fueron tan contrapuestas: mantener la clásica historia-ciencia social frente al retorno (más clásico todavía) de la historia al seno de la literatura, al tiempo que bastantes colegas - en apariencia ajenos al debate- se refugian en los archivos buscando en el solo uso de las fuentes las certezas perdidas con la caída de los grandes paradigmas historiográficos que renovaron nuestra disciplina en el ya siglo pasado: la escuela de Annales y el materialismo histórico.

Es natural, los historiadores somos más dados que nadie a procurar en el ayer las respuestas a los retos del mañana. Como el ángel de Paul Klee el viento de la historia también nos arrastra hacia adelante mientras miramos hacia atrás, con melancolía, las ruinas del pasado. Estamos convencidos de que la historia que se escribe encontrará su camino actualizando el concepto de ciencia, más subjetiva, compleja y relativa, menos separada del arte y la literatura de lo que pensábamos, pero, en cualquier caso, separada. Un nuevo paradigma, pues, que reformula el oficio de historiador más allá del cientifismo y la ficción, sin renunciar a la ciencia, que nos identifica en la academia, ni a la narración, que nos acerca a la sociedad. El historiador futuro habrá de desarrollar más, según nuestro criterio, su pública función de narrador de los hechos pasados sin llegara a confundirse con el autor de ficción, ni por supuesto "traicionar" la tradición centenaria de su profesión... La nueva historia narrativa habría de ofrecer al lector el rigor que estorba al literato. Sólo así el historiador podrá recuperar el terreno recientemente perdido en favor de la novela histórica (que abarca a todas las épocas históricas) y del periodismo (más interesado en la historia inmediata): principales beneficiarios, hoy por hoy, del auge de la demanda de historia provocado por los cambios civilizatorios entre los dos siglos.

La escritura de la historia necesita, en definitiva, sus "terceras vías" (en plural, para eludir pasar de un pensamiento único al otro) para salir del dilema hamletiano, ¿ciencia o literatura?, o también: ¿academia o sociedad?, ¿asepsia o compromiso?

En la última década del siglo XX, entre la caída del muro y la guerra de la OTAN, la historia se ha acelerado, y nuevos y viejos sujetos políticos y sociales, nacionales y étnicos, religiosos y culturales, rastrean su legitimación en la historia. La historia tira de la historia.

Aquí y allá, el tema del compromiso del historiador -y del intelectual en general- resurge en estos años 90. En México, al calor de la revuelta de Chiapas de 1994. En Argentina, como consecuencia de la presión de una transición inacabada, el presente está impregnado de pasado. En Francia, el empuje de potentes movimientos sociales, desde diciembre de 1995, ha generado últimamente un áspero debate alrededor de Pierre Bourdieu y su sociología comprometida. En España, es distinto, ha sido más bien el poder (y el debate) político quien ha puesto a los historiadores ante sus responsabilidades sociales con el "debate de las humanidades".

El futuro de la historia profesional dependerá de nuestra capacidad para enlazar, de manera coherente y simultánea, sus relaciones con la ciencia y con la sociedad. El nuevo interfaz historia/sociedad que puede movilizar al historiador ya no será (o no debe ser) el compromiso político-intelectual de la segunda posguerra (o la historia militante de los años 60 y 70), que cerró los ojos a la bomba de Hiroshima y al Gulag: tendrá que conciliar nuestra toma de posición como ciudadanos con la verdad que sabemos como historiadores (más auténtica si no es absoluta, o sea, "la historia tal como fue"), lo cual es más fácil desde la independencia partidaria, asumiendo que el pluralismo político y cultural de la sociedad engendra compromisos de orientación diversa, incluso contrapuesta, por activa y, las más de las veces, lo que es peor, por pasiva.

¿Cómo puede la (s) comunidad(es) de historiadores evitar que las presiones de la sociedad civil y política la inutilicen como tal? Huir del mundo, recogerse en archivos y despachos, la más vieja y radical solución, que solemos llamar positivista, ya no vale ahora, el aislamiento agrava aún más la crisis social -laboral, si nos referimos a los jóvenes- de la historia. Urge lo contrario, estudiar el pasado desde las inquietudes del presente y del futuro, aceptando y celebrando que la historia es de todos, y que por consiguiente todos -no sólo los nacionalistas- la utilizan, pero luchando con denuedo contra su falsificación. La verdad de la historia es a menudo poliédrica, incluye diversas visiones -cada una con su parte de verdad-, pensemos si no en la guerra civil española; pero la diversidad de interpretaciones no elimina los datos objetivos, por ejemplo, que el levantamiento militar el 18 de julio de 1936 se hizo contra un gobierno legal y constitucional elegido por el pueblo en las urnas.

La exigencia de un mínimo rigor en el uso político (¿y por qué no literario y lúdico?) de los hechos de la historia justifica, en consecuencia, la necesidad presente y futura de un historiador profesional y comprometido, que viva su siglo (nuevo) desde la ciencia (nueva) de la historia. Nuestra intención para nada es corporativa: alguien tiene que hacerlo, esto es, investigar y divulgar las verdades de la historia (y a nosotros todavía nos pagan por ello). Si las ideologías que conscientemente manipulan la historia para obtener más cuota de poder no son marginadas en el siglo que viene, ello quiere decir que no hemos aprendido nada del siglo XX, y aquí valdría el lugar común de conocer la historia para que no se repita...

En fin, terminamos aquí estas breves reflexiones sobre el historiador, su identidad y su contexto, su presente y su futuro, en este revuelto cambio de siglo, al calor del II Congreso Historia a Debate, susceptible ciertamente de muchas y diferentes lecturas, tal vez la de su coordinador no sea la más objetiva, pero es, con toda seguridad, la más comprometida, y de eso se trata, ¿no?

Carlos Barros es profesor de historia medieval en la Universidad de Santiago de Compostela, y coordinador de Historia a Debate.

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