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P�GINA

Mesa O

Alisa M. Ginio

Universidad de Tel Aviv

La investigaci�n del g�nero es un aspecto de gran importancia en el estudio de la sociedad de los cristianos nuevos o conversos en la Pen�nsula Ib�rica a partir del siglo XV. Resulta especialmente importante el tema del g�nero en la investigaci�n de la historia de aquellos conversos que deseaban continuar conservando su relaci�n con el juda�smo, conocidos en la literatura hebrea como anuzim. En estos casos, existe una diferencia b�sica en el status de las mujeres en la comunidad de anuzim y en la comunidad jud�a.

La religi�n jud�a, y luego la cristiana, le impidi� a las mujeres la participaci�n en ceremonias religiosas, a diferencia de lo que ocurr�a en diversas religiones paganas de la cuenca del Mediterr�neo, que les asignaban a las mujeres un papel central en los ritos religiosos. En la sociedad de anuzim, cuando la religi�n jud�a fue marginada de la vida p�blica y social y se vio obligada, debido a la situaci�n reinante en la Pen�nsula Ib�rica de la Baja Edad Media, a reducirse a una existencia oculta y secreta, dentro de los muros de los hogares y en el seno de la familia, precisamente las mujeres comenzaron a asumir posiciones de liderazgo, transform�ndose en las guardianas de la tradici�n y en las conocedoras de los recuerdos de la vida jud�a del pasado. Las mujeres cumplieron un papel fundamental en la transferencia de los recuerdos jud�os de generaci�n en generaci�n. La relaci�n con el pasado jud�o se reflejaba en los intentos de cuidar el Shabat, que con el tiempo se redujo al simple encendido de las velas sab�ticas a escondidas, detr�s de las ventanas cerradas. Esta era la tarea de las mujeres. Los conversos intentaron evitar el consumo de alimentos prohibidos, y de ah� la funci�n de la mujer en la cocina familiar. Esta funci�n se ve�a multiplicada en los esfuerzos de cumplir con la ceremonia del Seder de Pesaj seg�n los preceptos religiosos, o de recordar y transmitir verbalmente, de madre a hija, textos parciales de las plegarias jud�as.

No caben dudas que, en l�neas generales, la vida de la familia jud�a del siglo XV, al igual que la cristiana, se desarrollaba seg�n la voluntad paterna, la cabeza de familia. Pero en el caso de la decisi�n de convertirse del juda�smo al cristianismo, se requer�a el acto del bautismo cristiano de una manea individual por parte de cada integrante de la familia, hombres y mujeres. De tal manera, las condiciones externas condujeron a una igualdad de obligaciones y derechos entre hombres y mujeres conversos. Es m�s, en el caso de los anuzim que decidieron intentar la continuidad de los preceptos religiosos jud�os en la medida de lo posible, se requer�a la colaboraci�n entre los c�nyuges para cuidar el secreto. Si el secreto era descubierto, tanto el hombre como la mujer deber�an rendir cuentas.

Hasta aqu� nos encontramos ante una historia conjunta de mujeres y hombres. Pero la igualdad de obligaciones y derechos, y especialmente la posici�n de liderazgo de la que gozaban las mujeres en la comunidad de anuzim, no dur� mucho tiempo despu�s que �stos retornaron al seno del juda�smo. As� ocurri� cuando logra����

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