El futuro de la historiografÃa española: un poco de prospectiva y algunas propuestas para la eutopÃa.
Fernando Sánchez-Marcos (Universitat de Barcelona)
[Intervención en Mesa Redonda R "O futuro da historiografia española " en II Congreso Internacional Historia a Debate: Santiago de Compostela, 14-18 de julio de 1999]
Uno de los pocos consensos que existe, en el umbral del 2000, entre los historiadores (en masculino y en femenino) es la evidencia, lejos de la arrogancia positivista, de que nuestro conocimiento del pasado es algo condicionado y mediatizado por nuestro propio lugar en el mundo. El conocimiento histórico -como nos ha recordado aquà mismo F. Dosse- se ha hecho más humilde, sin perder sus aspiraciones cientÃficas. Por ello y en aras de la honestidad explicitaré mi ubicación vital. Reflexiono sobre el futuro de la historiografÃa española con un pie en el siglo XVII y otro en el siglo XX y desde la perspectiva de un castellano por nacimiento, catalán por arraigo, europeista por convicción y ciudadano del mundo por mi tiempo y mis circunstancias. La relación que he tenido a partir de 1985 con la Comisión Internacional de Historia de la HistoriografÃa ( de Historia y TeorÃa de la HistoriografÃa, desde 1995) me ha permitido ensanchar los horizontes y probablemente está en el origen de una cierta pretensión comparativa en mi intervención de hoy.
Desglosaré mi exposición en los dos aspectos que ya anticipa el subtÃtulo de mi intervención. En primer lugar, haré algo de prospectiva, pese a sus riesgos. El caso célebre de Le Roy Ladurie con su profecÃa, desmentida luego por su misma trayectoria, de que el historiador en el futuro o serÃa programador o no serÃa, puede tener una lectura ambigua. Ya que, pese a dicha "profecÃa", Le Roy regne encore. Seré muy esquemático en esta parte, pues algunos de mis enfoques confluyen e incluso han sido ya más desarrollados por Carlos Barros en su conferencia plenaria. Esbozaré pues la evolución que pienso seguirá el quehacer de los historiadores e historiadoras en España en el próximo decenio. Advierto que, para abreviar, escribiré a veces historiadores o historiadoras indistintamente, aunque refiriéndome, por defecto, a ambos géneros.
En el futuro inmediato los historiadores comenzarán a adaptarse para ganar un nicho en el sistema cultural multimedial. La incógnita es si la velocidad de adaptación será sufiente para no ser orillados como colectivo en la creación de productos multimedia de contenido histórico por documentalistas y otros nuevos profesionales con buen bagaje tecnológico e histórico-cultural. Muy en relación con la transformación anterior, se producirá entre las historiadoras una rehabilitación de la imagen como fuente de información (no sólo como ilustración u ornato estético del texto).
Se intensificarán los contactos y relaciones internacionales de los historiadores españoles. En este contexto, mi pronóstico y apuesta especÃfica es que comenzaremos a familiarizarnos cada vez más con las aportaciones de la historiografÃa germánica en una triple vertiente: con las diversas fundamentaciones filosóficas del historiar, con sus corrientes metodológicas más renovadoras y con algunas de sus obras emblemáticas que comienzan a ser traducidas ahora al francés o al inglés (y probablemente lo serán a lenguas hispánicas en el próximo decenio). En este mismo ámbito de la intensificación de los contactos internacionales, pienso que no está ya lejos el tiempo en que tendremos entre los historiadores españoles verdaderos galicistas, anglicistas, etc. El nuevo contexto polÃtico-institucional y cultural de la Unión Europea, además del acceso a distancia a algunas fuentes, está facilitando lo que antes podÃa parecer un sueño.
Por lo que respecta a dimensiones o enfoques de estudio, puede preverse un fuerte auge de la historia cultural, de la historia de las experiencias cotidianas y del diálogo de los historiadores con la antropologÃa, la filosofÃa y la literatura.
Dada la reactualización del debate histórico-polÃtico sobre los nacionalismos y la (re)configuración de España, de las Españas o del Estado español, seguiremos debiendo de afrontar la delicada cuestión de la búsqueda de una posición realista y equilibrada en los conflictos de legitimaciones nacionalistas. No estoy muy seguro de que la mayorÃa de los historiadores seamos capaces de encontrar ese equilibrio, sin que prime el enrolamiento en las posiciones de legitimación polÃtica ya se trate de la legitimación de los nacionalismos periféricos con propensiones excluyentes o del nacionalismo global español con propensiones unitaristas.
En cuanto a las oportunidades de trabajo para las futuras licenciadas en historia estarán -comienzan a estar ya- en nuevas profesiones, además de las clásicas, bastante menguadas, de investigadoras, archiveras, bibliotecarias y profesoras de enseñanza media o universitaria. Algunos ejemplos de estas nuevas profesiones: asesoras cualificadas en la elaboración de productos de la creciente industria de la cultura (asà de revistas de viajes, CD-ROM de contenido histórico, montaje de exposiciones), traductoras, profesoras o monitoras en actividades culturales para gente de la tercera edad o prejubilados (ahora que hemos pasado, en las estructuras de la población, de la pirámide al hongo) y guÃas turÃsticas especializadas.
A continuación paso a exponer los requisitos que considero indispensables para auspiciar un salto de calidad de la historiografÃa española en los próximos decenios y para incrementar su reducido peso actual en el concierto mundial, aunque este sea importante en algunos ámbitos.
Hemos de colmar aún lagunas clamorosas en obras de referencia, asà en diccionarios biográficos, como instrumentos capitales de trabajo. Hay ahora en marcha iniciativas prometedoras en ese aspecto.
Necesitamos crear en España una institución que propicie el diálogo continuado, sereno en profundidad y en un clima de estÃmulo intelectual, entre algunos de los más prestigiosos historiadores e historiadoras a escala internacional y sus colegas españoles/as. Algo asà como un Instituto de Estudios Históricos Avanzados donde pudieran trabajar y residir una veintena, por ejemplo, de personas.
Hemos de practicar en mayor medida el sapere aude (atrévete a pensar), esforzándonos por dar expresión a nuevos conceptos y palabras que reflejen nuevas aproximaciones a los problemas históricos, sin reducirnos al relativamente cómodo expediente de aplicar modelos y conceptualizaciones que nos llegan del exterior. Del exterior, en una doble sentido: de otros paÃses o de otras disciplinas. Reivindico por ello la legitimdad del neologismo, cuando éste responde a una necesidad creativa.
Debemos apuntalar en nosotros y en nuestros estudiantes la convicción de que para hacer, como historiador o historiadora, un trabajo serio y con proyección internacional es necasario dominar al menos dos lenguas extranjeras de circulacion mundial (el inglés y otra), asà como tener un bagaje importante en el conocimiento del mundo clásico y de las raÃces cristianas de nuestra cultura occidental. (Mejor aún si podemos extender nuestro horizonte más allá). La nueva generación está en mejor situación que la mÃa respecto al domino de idiomas; es en cambio preocupante su frecuente ignorancia en las otras citadas dimensiones.
Por último, pero no menos importante, hemos de conseguir cambiar el estilo de comunicación intelectual y personal que prevalece entre nosotros. No será fácil pues somos herederos de una tradición secular de combate, más que de diálogo, y de una civilización cortesana. Esta tiene sus aspectos positivos, pero ha inducido a la práctica de la adulación al poder y de la confusión entre la crÃtica a las ideas y el ataque personal. La discrepancia abierta, educada y constructiva, puede ser también un gesto de aprecio y amistad. Este nuevo estilo, potenciarÃa los efectos de sinergÃa y el auténtico trabajo en equipo, algo siempre especialmente difÃcil entre nosotros. ¿PodrÃamos llegar a pensar que un/a colega es un/a amigo/a potencial mientras no nos demuestre lo contrario? Un corolario de ese nuevo estilo es la práctica, poco frecuente aún entre nosotros, de reservar un tiempo importante para leer los textos que escriben nuestros colegas con afán de sugerirles mejoras y, a la inversa, la potenciación del hábito de dar a leer nuestros borradores a colegas para que, consideradas sus crÃticas podamos perfeccionar nuestros trabajos cientÃficos. Partiendo de mi concimiento del siglo XVII, tengo la impresión de que con cierta frecuencia hoy nos dejamos llevar, en estos tiempos difÃciles para la consideración social del trabajo del historiador, por el dramático pesimismo del enfoque mercantilista el cual tendÃa a considerar básicamente estático el total de la riqueza. En consecuencia, según ese enfoque, la mejora de estatus de un paÃs -traslaticiamente, de un cultivador de las ciencias humanas- sólo serÃa posible a expensas del retroceso de otro. Con una aproximación mas dinámica, optimista y creativa, podemos fijar más nuestra atención en los efectos de sinergÃa. Si trabajamos constructiva y solidariamente agrandaremos la cantidad y la calidad de las aportaciones cientÃfico-culturales que las historiadoras y los historiadores españolas/es podemos realizar a nuestro propio paÃs y a la comunidad internacional. Tenemos derecho a esperar que con esos requisitos mejore la consideración ciudadana de nuestro trabajo y nuestro servicio a todas y cada una de las sociedades de las que formamos parte.