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III Congreso Internacional Historia a Debate Santiago de Compostela

III Congreso Internacional Historia a Debate
Santiago de Compostela, 14-18 de julio de 2004


Reconstrucción del paradigma historiográfico


TEMA I. RECONSTRUCCIÓN DEL PARADIGMA HISTORIOGRÁFICO

LOS NUEVOS USOS SOCIALES DE LA HISTORIA

Pedro Ruiz Torres
Departamento de Historia Contemporánea
Universidad de Valencia

El uso social de la historia, al menos en el sentido que le voy a dar a esa expresión en consonancia con algunos planteamientos recientes, no equivale al uso político del pasado o de los hechos históricos tal y como son vistos por los historiadores, ni menos todavía hemos de identificarlo con la tergiversación, manipulación o subordinación de la historia a intereses o ideologías. Se trata de considerar que la historia, en tanto producto de la investigación hecha por profesionales cualificados, tiene también una vertiente social y no debemos tener en cuenta sólo el ámbito académico.

Hasta hace poco los historiadores han puesto énfasis en separar el espacio científico de su investigación de todo aquello que queda fuera. Han insistido en el distanciamiento, en la neutralidad, en el apoliticismo. Cierto que en la práctica un historiador ajeno al mundo que le rodea resulta imposible y, como muchos han reconocido, más vale tomar conciencia de ello, no engañar a los lectores con una falsa objetividad y confesar las inevitables implicaciones sociales y políticas, las simpatías y las antipatías. La proclamación de neutralidad y apoliticismo, cuando no es puro cinismo, encubre casi siempre una ideología acomodaticia y conservadora de lo existente, en el otro extremo del historiador que de un modo u otro se siente comprometido con ideas de cambio social, de reforma política, de transformación de un mundo que no le satisface.

Pero el problema que quisiera plantear ahora no es el de la ideología de los historiadores, ni tampoco el de cómo desde los distintos lugares donde se ejerce o se cuestiona el poder, se echa mano de la historia. El problema a analizar es otro la manera en que la historia, es decir, el trabajo del historiador y sus resultados ­objeto, como sabemos, de revisión constante en el ámbito académico- llega a la opinión pública, es integrada en la conciencia de los diferentes grupos sociales y orienta sus actitudes cívicas y sus comportamientos políticos. Para lo cual resulta imprescindible dar el relieve que merece a todo aquello que actúa a modo de intermediario entre el historiador y el conjunto de los ciudadanos, ver cómo ello filtra y reelabora la investigación histórica, muchas veces con el fin de influir en un sentido político u otro. A partir de ese reconocimiento, es posible entrar de lleno en el papel social que en la actualidad tienen los historiadores y si debe o no cambiar en el futuro.

Los historiadores, hasta fecha reciente, han tenido poco interés por el uso de la historia en el ámbito de la opinión pública. Han estado inmersos en un interminable debate académico a propósito del tipo de saber y si la historia es o no una ciencia, qué conocimiento nos proporciona del pasado, e incluso cómo el trabajo académico ha de relacionarse con un público más amplio de lectores interesados por la historia. Los historiadores se han preocupado por supuesto de esta última cuestión, de la transmisión del conocimiento histórico por medio de la edición (divulgación, utilización de los nuevos medios de comunicación, vuelta al clásico estilo narrativo, recuperación de ciertos temas y enfoques más próximos a los lectores no especializados) y tampoco han perdido nunca de vista el importante asunto de la enseñanza de la historia. Sin embargo, parece como si los problemas se hubieran planteado con la finalidad de extender de la mejor forma posible el trabajo académico a esos otros medios sociales, sin que hubiera mucha conciencia de cómo cada uno de ellos impone a su vez sus propias reglas de juego y transforma a su manera el trabajo profesional de los historiadores.

La historia está hoy en día muy presente en la vida social. La encontramos por todas partes en los medios de comunicación por razones de actualidad; en los discursos de los políticos para justificar medidas de trascendencia estatal (reforma educativa) o internacional (intervención en la guerra de Irak); en las numerosas conmemoraciones de los hechos históricos más diversos en el marco de las más distintas instituciones (estados, nacionalidades, regiones, universidades, partidos, sindicatos, entidades empresariales y financieras etc.); en la vida local de los ayuntamientos; incluso en la cultura del ocio y del entretenimiento. Los historiadores y mucha más gente intervienen en los medios de comunicación de masas y en multitud de actos conmemorativos que dan pie a numerosas exposiciones, catálogos, congresos, libros de diverso carácter. Aprovechan la ocasión para dar a conocer sus trabajos o para hacer llegar sus opiniones, que en el ámbito público corren siempre el peligro de pasar por "historia", no en vano ésta suele sin más identificarse con lo que dice el historiador. Al mismo tiempo, por otra parte, el hambre de actualidad, inmediatez, novedad, bien patente, hace que nuestra sociedad carezca de interés por la historia reflexiva y crítica, por la conciencia de la doble complejidad del hecho en sí y del conocimiento histórico que quiere dar cuenta del mismo, por el proceso educativo lento y complicado de una enseñanza de la historia capaz de poner ambas cosas de relieve. Dedicar tiempo a la reflexión, profundizar en el conocimiento histórico, mostrar la complejidad de los hechos históricos, el carácter problemático de las interpretaciones que nos proporcionan los historiadores, todo ello resulta imposible cuando interesa hoy una cosa y mañana otra, cuando lo primero que los medios de comunicación valoran es la brevedad, la capacidad de simplificar los hechos y los problemas, el modo de hacerlos atractivos en función de la actualidad.

¿Qué hacer?

Muchos historiadores profesionales, cada vez más, deciden plegarse al momento, a la coyuntura, adaptar su trabajo a la "demanda social". Escriben obras para un público donde abunda la curiosidad por los asuntos más diversos relacionados con la historia, siempre en relación con un presente muy variable y efímero. Ponen títulos a sus obras para atraer ese interés, que resalta el papel protagonista unas veces de los individuos y otras de ciertas entidades colectivas vistas como si fueran personas ("biografía" de España, "memoria" de España). Opinan en los diarios, en la radio, en la televisión. Pocas veces miden las consecuencias de su adaptación sin más a un medio distinto del académico. La conciencia que la mayoría de las personas tienen de la historia se refuerza con el tratamiento superficial, anecdótico, fragmentado y en función de la actualidad, a veces también maniqueo, que encontramos en ese tipo de historia

Otros historiadores mantienen los valores tradicionales de la historia y se niegan a salir del medio académico. Continúan con sus investigaciones y publican con los ojos puestos en un pequeño número de colegas expertos. Los pocos que todavía además se sienten comprometidos con alguna reivindicación de carácter social, cultural o político, procuran que de algún modo su trabajo esté en relación con esa causa, pero sin que se contamine en exceso de ella, pues en caso contrario y con razón pierde todo su crédito. Hay otros historiadores, por el contrario, que prefieren mantener una postura a contracorriente de todo, "desmitificadora", con el fin de ejercer siempre de conciencia crítica, enfrentándose a cualquier uso político de la historia. En conjunto, a lo sumo encontramos historiadores con un papel intelectual muy digno pero con poca o nula incidencia social.

¿Hay otro modo de hacer frente al problema? En primer lugar hemos de situar en esa nueva dirección las llamadas cada vez más insistentes a replantear el papel de la escuela en nuestra sociedad y en general de la educación, también por supuesto la universitaria. Sentimos que tal y como se concibe la enseñanza de la historia nos alejamos cada vez más de las expectativas de la mayoría de los ciudadanos. Seguir manteniendo de un modo tan drásticamente separado el ámbito académico y el social (programas, contenidos, modos de enseñar), educar a la antigua usanza (cívico, nacional) o, cuando se han perdido los ideales, transmitir conocimientos supuestamente válidos por sí mismos, sin ningún horizonte de futuro, impide ocuparse de una formación más exigente que pueda cambiar algún día la orientación actual de la demanda cultural y la conciencia superficial, anecdótica y maniquea de la historia. En segundo lugar, cabe también preguntarse cómo se puede intervenir de otro modo en el espacio público a través de los medios de comunicación de masas. La dificultad de unir dos tipos de lenguaje ­el de la actualidad y el de la investigación - la desproporción que hoy existe entre técnica y saber, entre información y conocimiento, obliga a plantear una dialéctica que sustituya la subordinación o el rechazo por una manera nueva de hacer llegar la cultura y en particular la historia a un amplio número de personas. Es preciso idear nuevos espacios para la historia, inéditos hasta ahora, espacios diferentes de los tradicionales en el mundo académico (las revistas especializadas, la escuela y la universidad actuales, la investigación tal y como hoy se concibe), pero también de todo aquello que en nuestra sociedad transforma la historia en una suma muy diversa y heterogénea de opiniones en general superficiales sobre cualquier cosa. Hace falta un historiador que no quiera quedarse en planteamientos tradicionales (académicos, de compromiso político o a contracorriente), sin convertirse en un tipo en ascenso de historiador repleto de simplificaciones y banalidades. Los nuevos usos sociales de la historia obligan a pensar en una renovación del oficio que vuelva a vincularlo con un mundo muy distinto del de antes. Un mundo por supuesto muy diferente del de finales del siglo XVIII y principios del XIX, aquel que hizo surgir por motivos bien conocidos el moderno concepto social y político de historia, pero también del que, durante la primera mitad del siglo XX y con dos guerras mundiales, conoció la necesidad de delimitar un campo epistemológico propio y construir en él un saber distanciado del fuerte uso que estaban haciendo de la historia diversas ideologías políticas.

Empezamos a tomar conciencia de la situación y eso es una buena noticia. Lo demuestra el hecho de que en la actual coyuntura historiográfica sobresale el interés por el estudio de todo aquello que guarda relación con el uso público de la historia (haré un repaso de las contribuciones recientes a ese tema en mi intervención). Sin embargo, como ha ocurrido también con el problema de la memoria, existe una tendencia de los historiadores actuales de la que quisiera distanciarme con el enfoque anteriormente expuesto. El uso público de la historia se suele tratar de un modo académico y así se convierte en un objeto de estudio histórico, otro objeto a añadir a la cada vez más amplia galería de nuevos objetos y problemas del territorio en constante expansión de la disciplina historia. No es ese el reto que hoy en día se nos plantea. De lo que deberíamos hablar más no es tanto del uso público de la historia tal y como aparece en otras épocas, aunque desde luego eso siempre nos ayude a entender la nuestra, como de los nuevos usos sociales de la historia en nuestro presente, de qué manera están modificando la imagen social de la historia y cuál es el nuevo papel que a jugar por el historiador en un momento en que se encuentra acompañado de muchos otros profesionales que se interesan a su manera por la historia. Tomar conciencia de ese nuevo problema abre el camino de un debate apenas explorado, ni epistemológico ni historiográfico por cuanto no se trata de discutir de ciencia o de "crisis de la historia" o de los diversos usos de la historia en el pasado descubiertos por la investigación. Ahora bien, aunque el debate sobre los nuevos usos de la historia tenga un fuerte contenido social y político e interese a mucha más gente y no sólo a los historiadores, razón por la cual deberían implicarse todos en él, afecta en especial a los historiadores por cuanto lleva revisar algunos pilares básicos de su disciplina, así como el papel tradicional de la enseñanza, la investigación y la divulgación históricas, y el modo mismo hasta ahora más habitual de intervención del historiador en la vida social. En definitiva, a replantearse muchas cosas en relación con la historia y con el oficio de historiador.










 

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