Debates
Historia de la Guerra Civil Española |
Quosque
tandem Pío Moa? ALBERTO REIG TAPIA (Catedrático
de Ciencia Política de la Universidad Rovira i Virgili de
Tarragona) Qué
pesadez. Qué empacho. Abre uno el correo electrónico por las mañanas
e, inevitablemente, se encuentra con el célebre corrido: “Estas
son... las mañanitas, que cantaba... el rey don Pío...” Qué
hartazón. Ya está bien, hombre, de tanto lloriqueo por parte de
ese señor y su claque correspondiente, quejándose de que la
Academia, los gurús (?) de la historiografía contemporaneísta
española, los historiadores y profesionales de toda clase y
condición le critican sin razón o le ningunean malévolamente.
Pobrecito. Por algo será. ¿No? A las primeras de cambio no
desperdicia ocasión para arremeter contra alguno de esos mentados
gurús que tanto parecen quitarle el sueño. Pobre hombre, no sabe
qué hacer para que le hagan un poco de caso y busca la polémica
enfebrecidamente para seguir en la palestra a la que este absurdo
mundo mediático en el que vivimos parece haberse empeñado en
instalarle. Llevo
tiempo asistiendo atónito a los denodados esfuerzos de semejante
escribidor, digno discípulo del inefable don Ricardo de la Cierva
(últimamente muy decaído), por encaramarse a base de codazos,
pisotones y reclamaciones varias, al más elevado sitial de la
historiografía nacional. Hombre, don Pío, no sea usted
desvergonzado. Cosas veredes, Mío Cid, yendo la cosa de mitos... A
tan elevado altar historiográfico se accede trabajando
intensamente y con talento, haciendo sin prisa pero sin pausa una
obra sólida (que no es lo mismo que “al peso”, como con
infantil manera pretendía su antecesor Ricardo de la Cierva
numerando sus sucesivos e inconsistentes mamotretos). El único
camino que conduce a semejante sitial no es otro que elaborar una
obra que resista el paso del tiempo, sin necesidad de recursos
demagógicos o de hacerse acompañar de voceros, de coristas o de
simples charlatanes y propagandistas de medio pelo. Son muy pocos
los que de la más natural de las maneras (talento innato y
esfuerzo continuado) acceden a tan elevado rango ¿Ejemplos? Pues
don Miguel Artola, sin ir muy lejos, por citar a un instalado
entre la generación de los seniors que sería, como si dijéramos,
el contramodelo del susodicho. O el último Premio Nacional de
Historia, don José Álvarez Junco, de la siguiente generación
que, muy a pesar suyo (tempus fugit), se instalará también,
o don Enrique Moradiellos de la siguiente, no sé si ya de los juniors
que, con el tiempo, también acabará por subirse a tan docta
tarima y que, además, no se hurta valientemente, supongo que por
joven, a la polémica suscitada a propósito del último libro de
Moa. Sea dicho esto por citar los primeros nombres de
profesionales de la historia que me acuden a la memoria,
investigadores rigurosos dedicados enteramente a su oficio con
independencia de las filias o las fobias particulares de cada uno,
que de todo hay en la viña del Señor. ¿Se imaginan ustedes a
don Miguel Artola protestando públicamente a través de Internet
de las hipotéticas críticas que se le pudieran hacer o lamentándose
de que se le “ninguneara” en algún medio de comunicación?
Digamos que hay una relación directa de causa-efecto entre la
protesta y el reconocimiento. A mayor protesta y reclamación
menor reconocimiento. Es un problema de dignidad y también de
autoestima. Cuando de verdad se está en lo alto no hace falta
ladrar ni hacer cabriolas para llamar la atención. Véase el caso
don Pío como mejor prueba. El hombre sabio se instala en su
sitial de una manera natural y no necesita coros ni tiralevitas
como los grandes mediocres que alumbra el cielo cada día. Los
ejemplos son obscenos, pues es como comparar el jamón de jabugo
con el jambon de Bayonne o, por si se enfadan mis amigos
franceses (que cada vez es más difícil abrir la boca en este
mundo sin ofender a muchos), el foie d’oie con el paté
de “La Piara”. Al final dicen que todo(?) es cuestión
de gustos. Hay quien, con independencia de las hipotéticas
discrepancias que sus escritos puedan suscitar, se merece el
respeto cuando no la admiración del gremio por su trabajo
profesional y, por el contrario, don Pío suscita sentimientos
abiertamente opuestos y generalizados en el mismo gremio. ¿Por qué
será? ¿Serán, seremos, todos tontos? El prestigio es como el
dinero o la belleza, no pueden ocultarse, saltan a la vista o caen
por su propio peso más pronto o más tarde. Sin embargo los
arribistas ambiciosos y sin talento han de estirar el cuello hasta
el límite para poder sobresalir un poco de la inmundicia que
ellos mismos generan. Uno
ya va echando años y le cansan un poco las polémicas inútiles.
Inútiles porque semejante personal reclama un pretendido debate
historiográfico(¡?) cuando en realidad lo que quieren es que se
hable de ellos, aunque sea mal, para vender lo más posible su
rancia mercancía ideológica, ya bastante apestosa para qué engañarse.
Debería, pues, seguir el consejo de los más sabios que yo y
mantenerme completamente al margen. Si los propios aludidos no
pierden su tiempo en contestar, sabiendo que es precisamente lo
que se pretende, ¿por qué tendría yo que tomarme la molestia?
Creo que sólo por una razón. Pues porque si me atacara a mí
semejante recua he de confesar que me gustaría que otros compañeros
les replicaran por mí pues no es precisamente el aludido quien
por razones de simple ética personal debe de contestar en estos
casos. El decoro debe mantenernos alejados de polémicas en las
que nosotros mismos estemos implicados. Tampoco vamos a dejarnos
insultar ya que nadie parece dispuesto a poner la cara por asuntos
ajenos a sus intereses más contingentes. Estas
palabras (letras) mías son las primeras sobre este asunto o
personaje y serán, o deberían ser, las últimas. ¿Merece la
pena tomarse la molestia? ¿Sabré o podré callar si alguno de
estos esforzados escribidores, como el citado, me honran con su
respuesta? “Lo dudo..., lo dudo...” (por seguir con boleros
después de los corridos matutinos). El esfuerzo mío, en
cualquier caso, es liviano, apenas un entretenimiento, desde
luego. Les daré gusto a “los marchosos”, pues respuestas más
serias y documentadas desde la historiografía profesional ya las
ha habido y más que suficientes, como las del citado Enrique
Moradiellos sin ir más lejos que se ha tomado la molestia,
admirable, de contestar desde la racionalidad y el conocimiento a
las vacuas andanadas del mentado don Pío. Con mis palabras sé
que me ganaré el insulto y la descalificación inmediata de tales
escribidores y sus secuaces. Qué le vamos a hacer. Será un
honor. Gajes del oficio. Me limitaré a decir apenas cuatro
obviedades en el absoluto convencimiento de que es como echar
margaritas a los cerdos... “¡Uy, lo que ha dicho!” (Millán
de “Martes y 13”). A mí me gusta citar mis fuentes. Lo haré,
pues, muy brevemente para no cansar al personal y en atención
sobre todo a tantos jóvenes con vocación de historiadores que no
salen de su asombro ni acaban de entender que no se ataje
contundentemente a esta banda de libelistas de los que Pío Moa se
ha convertido en abanderado y que pretenden demoler la labor
seria, callada y rigurosa de la historiografía profesional. Creo
que se merecen una atención que pueda de alguna manera satisfacer
su perplejidad y el silencio de los llamados gurús. Aunque sea
apenas un guiño, un recorte, un insustancial divertimento. La
mayoría de los profesionales serios, por no decir que la
totalidad, responden a personajes tales como don Pío, con el
silencio. Silence it’s golden dice la vieja canción y
“quien calla otorga” se dice también. Hay excepciones. Cuando
los tiempos boyantes de don Ricardo de la Cierva, sin ir más
lejos, me dejaron sólo en la plaza colegas y compañeros. Algunos
se reían mucho privadamente con la polémica pero ninguno entraba
al trapo. Ninguno se dignaba descender a la arena y fajarse cara a
cara con “el enemigo” o “el indocumentado” de turno. No se
lo reprocho. ¡Hay tantos libros interesantes por leer y por
escribir y es la vida tan corta! ¿Para qué perder el tiempo con
de la Cierva ayer o con Moa hoy? Ya he dicho que tienen razón los
absentistas. Pero yo no me resigno a dejarles libre y despejado el
camino a semejantes personajes que controlan el campo político de
los media y que sus manipulaciones historiográficas pasen poco
menos que como verdades incontrovertibles para la mayoría del común
como demuestran sus cifras de venta. Podría decir y de hecho me
digo: “Que talle otro”. Ahora el profesor Moradiellos,
profesional riguroso, ha tomado la alternativa y ha respondido de
forma contundente, seria y sobrada. No quisiera yo que
experimentara la misma soledad que yo sentí en su día así que
me permito acompañarle en la refriega solidariamente añadiendo
apenas unas guindas para endulzar un poco el guiso. Ya
he dicho que los más sensatos dicen con toda la razón que
no merece la pena perder ni un minuto con tales escribidores. Pero
el corazón tiene razones que la razón no comprende. Y uno nunca
dejará de ser un sentimental. El verano además es propicio para
lecturas y escrituras algo más ligeras que a las que uno se ve
obligado profesionalmente. Confieso, además, que aún hoy, todo
lo que es y significa ir contra Franco, es decir, contra el
fascismo clerical, contra la autocracia apestosa y sus herederos,
hermanos, primos y sobrinos me parece no ya una tarea placentera
sino un deber cívico ineludible. Muchos, el profesor Javier
Tusell por ejemplo, consideran un sinsentido manifestarse hoy como
anti-franquista dado que el general y su régimen son ya historia.
Aunque el argumento tenga su lógica yo tengo también la mía. El
régimen franquista ha sido definido sobre todo por sus
negaciones: anti-liberal, anti-demócrata, anti-parlamentario,
anti-masón, anti-marxista, anti-socialista, anti-comunista, etcétera.
Así que considero que manifestarse como “anti-franquista” en
la medida que tal ismo (el Franquismo) sea un modelo, un
arquetipo, una ideología, una mentalidad... (hay para todos los
gustos), que ha marcado toda una época y a varias generaciones de
españoles; a algunos más de lo que incluso ellos mismos
sospechan, es tremendamente positivo y de alto valor cívico
arremeter contra él con firmeza y decisión siempre que la
situación sea propicia por cuanto significa el rechazo más
absoluto a la autocracia, a la prepotencia, a la represión, a la
intolerancia, a la ignorancia y, en definitiva, a todo lo
que al régimen político y su fundador e indiscutible
protagonista tan espléndidamente significaron. Es, sobre todo,
una reafirmación positiva, constante, permanente de los valores
democráticos que el Franquismo se dedicó a escarnecer de manera
continuada y perversa hasta el fin de sus días. Jamás deberíamos
ceder ni un milímetro en esa reafirmación. Bien.
Confieso abiertamente que, dadas las “excelentes” críticas
que recibían los libros precedentes de don Pío sobre la II República
de mano de los profesionales de la historia, no me había tomado
ni la molestia de hojearlos brevemente. El tiempo -dicho queda- es
oro. ¿Para que perderlo tontamente, si es un bien siempre escaso,
con semejante literatura habiendo tanta interesante e importante
por leer? Al fin y al cabo la crítica supone una imprescindible
labor orientativa para el hipotético lector. Sin
embargo, confieso de nuevo: “Padre, he pecado gravemente. He
sido incoherente con mis propios principios y he incurrido en un
perverso ejercicio de masoquismo “intelectual”(¿?) impropio
de un buen cristiano”. Un amigo (es un decir), me regaló el último
mamotreto de don Pío que me apresuré a apilar directamente en mi
biblioteca sin ni siquiera leer el prólogo. ¡Hay tanto por leer!
Pero como se me había invitado a dar una conferencia en un
seminario en la Facultad de Geografía e Historia de la
Universidad Complutense, precisamente sobre los mitos de la Guerra
Civil, probablemente porque yo mismo había escrito sobre el
asunto[1],
me creí en la obligación moral de echar al menos un vistazo al
libro de don Pío sobre el particular que acababa de publicar y
estaba convirtiéndose en un auténtico fenómeno editorial[2],
no fuera a ser que algún alumno aventajado o nostálgico, vía
familiar, de la España de Franco me inquiriera maliciosamente por
semejante joya bibliográfica y tuviera que reconocer públicamente
mi absoluta ignorancia al respecto. Era un peligro, pues soy poco
dado a hojear libros y, a la que me descuido, me encuentro leyéndomelos
de cabo a rabo rotulador en ristre. Siempre pienso en lo que decía
Cervantes, citando a Plinio el Joven creo recordar, en el sentido
de que no hay libro tan malo del que no pueda extraerse algún
provecho. Hice
pues de tripas corazón y me puse manos a la obra. Me quedé
literalmente estupefacto nada más iniciar su lectura. ¡Había
nacido una nueva estrella! Don Ricardo de la Cierva, quedaba
“definitivamente” reducido a la condición de simple pardillo.
Todo lo que se diga es poco. Señoras y señores: ¡Estamos ante
un nuevo titán de la historietografía neofranquista!
Repiquen las campanas del universo mundo y dispónganse los nostálgicos
de por el Imperio hacia Dios para gozar de nuevo con la “caña
al rojo” hasta que la “endiñe” y las loas azules al nuevo
amanecer español. Los admiradores del general patas cortas,
de cerillito, pueden respirar tranquilos pues don Pío,
cual nuevo Cid Campeador, va a restituirles él solito toda la apestosa
mitología franquista con que el sádico régimen del
general castigó inmisericorde las indefensas meninges de sus súbditos
durante cuarenta años interminables... Un
inciso. (Me encanta ser políticamente incorrecto cuando de
dictadorzuelos se trata y si se alborotan por ello algunas mentes
seráficas que consideran que “la forma” determina “el
contenido”, y me reducen así a la condición de mero polemista,
pues muy bien. No seré yo ni quien se adorne con plumas ajenas ni
quien ose ponérselas a nadie, pero los aficionados a hacerlo que
no se descuiden no sea que el plumón que llevan en la retaguardia
acabe por hacerles cosquillas en salva sea la parte). A
expresiones como las que anteceden (pardillo, cerillito,
etc) los exquisitos las llaman comentarios ad hominem de
los que debe de huir el profesional de la Historia. Es
cierto. O sí pero no. Tienen razón y no la tienen. Pero tampoco
seamos hipócritas y falseemos nuestro pensamiento hasta el punto
de no reconocernos ni nosotros mismos. Equivocados puede, o muchas
veces, pero falsos, nunca. Yo siento el mayor de los respetos por
todos los colegas y compañeros y sólo entro excepcionalmente en
polémicas cuando alguien empieza por no respetarse así mismo o
por razones de principio y más si percibo algún tipo de agresión
improcedente. En cualquier caso nunca disparo primero y desde
luego no soy dado a poner “cristianamente” la otra mejilla.
intentando en el envite ser lo más respetuoso que puedo. Pero no
todos son colegas ni compañeros ni se ajustan a unas reglas
deontológicas mínimas. Además en estas cuestiones hay mucho
intrusismo. Siempre me acuerdo de Santiago Casares Quiroga, quien
fuera Jefe de
Gobierno de la II República española, cuando dijo que él,
contra el fascismo, era “beligerante”. Se lo criticaron mucho.
Por lo visto no es políticamente correcto ser beligerante ni
contra el fascismo. Pues niego la mayor. Como, hoy por hoy, no
tenemos fascismo en España, no caben semejantes declaraciones de
beligerancia. Cierto, pero contra la estupidez mental, resulta
inevitable acabar alistándose pues conviene no olvidar que los
tontos no descansan nunca. ¿Y si ganan la batalla? No se olvide
que, a partir de Adán, los tontos están en mayoría y, ¿no es
la democracia el imperio de las mayorías? “Atentos”, como
dice el siempre lúcido Miguel Angel Aguilar. Lo
que de verdad es imperdonable es escribir aburriendo. Además los
combates, al menos entre caballeros, han de librarse con las
mismas armas y en igualdad de condiciones. Escribir
“profesionalmente” para contrarrestar en el campo mediático a
personajes como Pío Moa es “echar margaritas a los cerdos”.
Hay una cosa que se llama adjetivos calificativos que están para
ser usados y que como su propio nombre indica sirven para
calificar adecuadamente al sustantivo al que acompañan y he de
confesarles que, a mi juicio, quizás equivocado (?), dichos
adjetivos si acompañan adecuadamente a sus correspondientes
sustantivos resultan de lo más expresivos y le ahorran a uno
muchos circunloquios. Vayamos
al grano. Los planteamientos revisionistas de don Pío a propósito
de la II República y, la Guerra Civil española y el Franquismo,
están débilmente montados sobre una pobrísima documentación,
nunca de primera mano, y han sido sistemáticamente demolidos por
la crítica especializada no obstante lo cual, se le ha presentado
por los voceros del Franquismo sociológico como un autor de
referencia inexcusable, lo que le ha permitido vender holgadamente
sus libros sobre dicho período histórico. Francamente no sé muy
bien a quién ha podido hacerlo pues no profeso Sociología de la
Literatura, especialidad en pasquines, panfletos y demás libelos
ni Subcultura de Masas, especialidad intoxicaciones, demagogias y
otras hierbas. Pero es la última de sus entregas librescas
citada, completamente ayuna de investigación novedosa y de
propuestas teóricas renovadoras, la que está consiguiendo el
raro prodigio de multiplicar sus ediciones ad infinitum,
aunque son conocidas las manipulaciones a este respecto en que
incurren algunas editoriales a efectos de marketing, no cabe dejar
de lamentar el éxito editorial de semejante inanidad bibliográfica
que me niego rotundamente a calificar de historiográfica, pues
estamos ante un nuevo propagandística de Franco y su régimen. Según
parece es un fenómeno fundamentalmente senil (nostálgicos del
Franquismo) o juvenil (adolescentes dispuestos como siempre a
“matar al padre”). Como la generación de los padres es demócrata,
y por tanto retrospectivamente anti-franquista y pro-republicana,
sus hijos y nietos contestatarios, tan encantados de ir siempre a
la contra, compran -no sé si leen- a “ese” señor que les
“da cera” a sus progenitores donde más les duele: los valores
que tanto les costó reconstruir después de los años de sangre y
de plomo y tanto les cuesta transmitir a sus consentidos retoños.
“¡Venga papá, no me des ya más la vara con tus monsergas!” Lo
verdaderamente grave e incomprensible de este asunto para mí es
que, respetados historiadores en su tiempo, que tanto nos ayudaron
a empezar a desentrañar algunas de nuestras claves históricas
contemporáneas, con importantes aportaciones historiográficas
que tanto contribuyeron a demoler la propaganda franquista, se
apunten ahora a dar cobertura “científica”(¿?) al más
significativo de los neo-propagandistas franquistas del momento.
Algo que tampoco puede sorprender cuando semejante actitud había
empezado ya pretendiendo otorgar carta de honorabilidad historiográfica
a ilustres predecesores como Ricardo de la Cierva. En
cualquier caso se presenta el libro citado sobre la guerra de Pío
Moa como novedad historiográfica (sic) cuando se trata de
meros apuntes de lectura (desde luego escasas y, probablemente,
meras consultas) desvergonzadamente presentadas como un sólido
trabajo de investigación que, sin embargo, no resiste el análisis
intelectual más templado a no ser que ahora se llame
“investigación” al simple comentario bibliográfico y a la
“refritanga” más obscena trufada de opiniología. Se trata de
una nueva reedición de todos y cada uno de los añejos tópicos
franquistas, reivindicando autores que han sido literalmente
triturados por la Academia, e ignorando en cada uno de los temas
que aborda a los verdaderos especialistas que han hecho
aportaciones de mérito. No
deja de ser paradójico que quien otrora fuera natural enemigo público
del Franquismo, en tanto que militante de la organización
terrorista de extrema izquierda GRAPO (Grupos de Resistencia
Antifascista Primero de Octubre), así llamados porque en esa
fecha de 1975, cuando se dieron sangrientamente a conocer, fueron
asesinados a sangre fría cuatro policías que ejercían labores
de vigilancia, haya sido finalmente incorporado -Deo gratias-
a la “Buena Causa” anti-republicana y pro-franquista hasta el
punto de haberse convertido en uno de sus propagandistas más
eficaces. Hay que enfatizar que de sabios es cambiar de opinión,
sobre todo cuando ahora, al menos la versión impresa de
semejantes planteamientos ideológicos, no hace correr ríos de
sangre invocando redenciones, expiaciones o revoluciones de uno u
otro signo (extremo) sino apenas ríos de tinta inútil al
servicio -como siempre- de la Gran Causa de “la Verdad”
(“revelada”, nunca indagada).
Es
el caso que Pío Moa, no aporta absolutamente nada al conocimiento
histórico[3].
Como todo buen converso, va aún más allá de los viejos
planteamientos franquistas más propagandísticos y deformantes en
su afán de legitimar ese “espíritu del 18 de julio”, ávido
de sangre, que tan traumáticamente fracturó España en el pasado
siglo y que, según puede apreciarse por la obra de referencia,
tristemente aún colea. ¿Qué querrá hacerse perdonar tan
extraviado terrorista, ayer, y tan “eximio” escribidor, hoy?
¿Se vende más como “rojo” arrepentido pasándose al
“enemigo” con armas y bagajes o es que, en realidad no nos
hemos movido nunca de donde hemos estado siempre? Sabido es que el
GRAPO fue sucesivamente infiltrado por agentes de la policía
franquista. ¿Fue acaso una mera creación policial de la peor
extrema derecha española? De hecho, cuando en los ya lejanos
tiempos de la transición a la democracia fueron liberados el
teniente general Emilio Villaescusa Quilis, Presidente del Consejo
Supremo de Justicia Militar y Antonio María de Oriol y Urquijo,
Presidente del Consejo de Estado, los feroces terroristas
secuestradores del GRAPO franquearon la puerta muy amablemente a
los policías liberadores completamente desarmados (suponemos que
siguiendo instrucciones del manual del perfecto terrorista) que
muy educadamente habían tocado el timbre como avisando de su
inesperada llegada. Operación policial de guante blanco. A veces
no es que los extremos (policías y ladrones, terroristas y
contraterroristas) se junten o se toquen, es que pueden llegar a
ser perfectamente intercambiables. Decía Bertold Brecht en su Loa
a la dialéctica que después de hablar los que dominan habrían
de hablar los dominados. ¿Y si son siempre los mismos? Lo que no
es normal es que la Historia en este país pretendan escribírnosla
siempre los sacerdotes (fray Justo Pérez de Urbel, primero) los
policías (Eduardo Comín Colomer, a continuación), los censores
(Ricardo de la Cierva, posteriormente) o los terroristas (Pío Moa,
ahora). Todos, al parecer, muy aficionados a la Historia después
de... No
cabe excluir la posibilidad de que, ante el resurgir de la memoria
democrática, puesta de manifiesto mediante numerosas
publicaciones, y con el tema de las exhumaciones de cadáveres de
“paseados” por los vencedores de la Guerra Civil española en
los medios de comunicación, el franquismo sociológico, sus
herederos ideológicos, se hayan visto en la necesidad de
desempolvar sus vetustos clichés a modo de reafirmación
personal. Que se estén tranquilos. Nadie pretendió nunca tras la
muerte de Franco y menos va a pretender ahora reabrir tribunal de
inquisición alguna. La historiografía mal que les pese seguirá
su curso, proseguirá su labor sine ira et studio. Hay
tanta “ira” por parte de los profesionales de la Historia
sobre estos asuntos como “estudio” por parte de estos nuevos
propagandistas. Es decir, ninguna; nulo. Pero lo que no vamos a
hacer es callarnos y dejarles el camino expedito. ¿Cómo
se puede tener la desvergüenza de pretender haber escrito un
libro de Historia ayuno de investigación, sin haber pisado un
archivo, sin desempolvar ninguna fuente primaria, sin ni siquiera
un mínimo de referencias bibliográficas, solventes o no,
reproduciendo todos y cada uno de los tópicos propagandísticos
puestos en circulación por Joaquín Arrarás, el gran
propagandista de la santa cruzada de liberación nacional del
generalísimo Franco en la inmediata postguerra, absolutamente
superados por la publicística al uso? ¿Cómo se puede pretender
haber escrito un libro sobre los mitos de la guerra sin detenerse
mínimamente a explicarnos qué es lo que él entiende por tal
limitándose a transcribir la definición del diccionario para, a
continuación ponerse a escribir sobre lo divino y lo humano de la
Guerra Civil ignorando por completo toda la investigación puntera
sobre todos y cada uno de los temas (todos) que con singular
desparpajo aborda? ¿Cómo se puede afirmar que el general
golpista Francisco Franco fue más respetuoso con la Constitución
que el mismísimo Manuel Azaña que fuera sucesivamente ministro,
jefe de Gobierno y presidente de la República? ¿Cómo puede
sostenerse a estas alturas del curso que el tema de la represión
quedó completamente zanjado por el general Ramón Salas Larrazábal
cuyos trabajos sobre el particular fueron inmediatamente
cuestionados por numerosos investigadores que los rechazaron de
plano y cuyo cálculo cuantitativo erró en prácticamente el 100%
como han demostrado fehacientemente todas y cada una de las
investigaciones de campo que le siguieron? Francamente,
no irrita tanto el desconocimiento absoluto que de semejantes
comentarios cabe inferir como la firme sospecha por no decir la
absoluta convicción de la expresa voluntad de manipular la
Historia con evidentes fines propagandísticos. ¿Al servicio de
qué? ¿Cómo puede ignorarse la ingente masa de tesis doctorales,
de trabajos y estudios monográficos e investigaciones locales y
territoriales que desde 1977, fecha de publicación del famoso
libro de Ramón Salas, hasta hoy han proliferado por todo el
territorio nacional desde el Cabo de Creus hasta Ayamonte y desde
el Cabo de Gata hasta Finisterre y que, literalmente, han
triturado y despiezado todos y cada uno de los planteamientos
metodológicos así como las cifras aportadas por tan ilustre
militar? Al
despiece metodológico de las pretensiones “científicas” del
estudio del general Ramón Salas, absolutamente convencido de la
inanidad e inconsistencia de reputados especialistas extranjeros,
como Hugh Thomas o Gabriel Jackson, a los que se refería con
maneras más propias del general franquista que era que del
historiador que pretendía ser, hay que añadir todo el cúmulo de
aportaciones al respecto que son ya legión. Han llovido multitud
de investigaciones, de estudios empíricos concretos, que han
corroborado nuestros planteamientos y han dejado el estudio de Ramón
Salas, que al menos intentó introducir algo de racionalidad en el
asunto frente a sus propios propagandistas, completamente obsoleto[4].
¿Cómo
se puede sostener a la altura del 2003 que había una conspiración
comunista previa al golpe militar del 18 de julio que, así, habría
justificado éste como medida preventiva cuando tal montaje (se
aportaron como prueba documentos falsos) fue contundentemente
desmenuzado por Southworth hace la friolera de 40 años?[5]
¿Cómo puede escribirse un capitulito sobre una figura de la
importancia de Juan Negrín ignorando por completo a Juan Marichal,
al mismo Herbert R. Southworth, a Manuel Tuñón de Lara o a
Ricardo Miralles (quien por cierto ya tiene en prensa su esperada
monografía sobre Negrín)[6],
cuando dichos autores son prácticamente los únicos que han
prestado alguna atención a tan singular como relevante
personalidad. Ahora, gracias a trabajos de investigación sólidos,
como el citado de Miralles, frente a la inanidad demagógica de
los articulitos de combate de los Moas o los Jiménez Losantos de
turno, podemos conocer mejor la fascinante y compleja trayectoria
política del doctor Negrín en el decenio de los treinta. Moa,
Losantos, lo ignoran todo sobre Negrín, no han hecho investigación
específica sobre su figura y, sin embargo, pretenden sentar cátedra
sobre el asunto... Sinceramente,
que a 28 años de la muerte de Franco y con toda la bibliografía
seria y rigurosa existente sobre la II República, la Guerra Civil
y el Franquismo, el señor Moa esté rompiendo todos los techos de
venta imaginables es algo -repito- que escapa por completo a mi
capacidad de entender el mundo en el que vivo salvo la obvia
constatación de que el consumo de tinto “Don Simón” es y será
siempre notablemente superior al “Vega Sicilia” de cualquier añada.
Con una importante diferencia: el “Vega Sicilia” sólo se lo
pueden permitir los pudientes, mientras que por el mismo precio,
ventajas de la cultura, pueden comprarse simples libelos u obras sólidas
de investigación. Eso sí, antes de comprar cualquier cosa, hay
que informarse un poco para no equivocarse de producto y llevarse
uno ya caducado desde su mismo origen que, aunque no siempre, papá
tiene algunas veces razón, y sabe más el diablo por viejo que
por diablo. ¡Ah!, y si ante casos como este (fenómeno Moa)
alguien se atreve a cuestionar la cultura política de este país
que según la ortodoxia imperante es similar a la del resto de países
europeos (¿Francia, Reino Unido, Alemania, Suecia, Noruega,
Dinamarca...?) te acusan enseguida de estar en la luna de Valencia
y de no enterarte nada. No
deja de ser penoso desde el punto de vista de la cultura política
de un país, que es el que por razones obvias más me interesa,
que un simple propagandista incapaz siquiera de renovar tal
repertorio venda más que el conjunto de los especialistas en la
materia a los que manipula e ignora con singular desparpajo
manipulando sus investigaciones y, al mismo tiempo, se indigne por
la crítica demoledora que reciben sus libelos. ¿Qué puede
esperar? Lo
asombroso de todo este asunto es que historiadores otrora
respetables, como el citado Stanley G. Payne, pretendan ahora
presentarnos a un don Pío injustamente perseguido o ninguneado
por todo el conjunto de la historiografía española[7].
Hubo un tiempo en que Payne tenía mucho que decir, entre otras
razones porque él podía decirlo y, aquí, en España no podía
decirse ni escribirse nada que contradijera la “ortodoxia
franquista” imperante a cuyo cuidado estaba nada menos que
Ricardo de la Cierva por mandato del entonces ministro de
Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne. Quizás ahora
podamos entender porque ambos (Payne y de la Cierva) se jaleaban
mutuamente con tanta devoción. Hoy, cuando en España ya no son
imprescindibles los Payne de entonces, sencillamente porque hay
libertad, nos
sale el profesor de Wisconsin-Madison en defensa de la “obra”
del libelista Pío Moa, diciendo a propósito de las tesis
doctorales sobre la guerra que se hacen en España, que: “Se
trata casi siempre de estudios predecibles y penosamente estrechos
y formulistas, y raramente se plantean preguntas nuevas e
interesantes. Los historiadores profesionales no son, a decir
verdad, mucho mejores. Casi siempre evitan suscitar preguntas
nuevas y fundamentales sobre el conflicto, bien ignorándolas,
bien actuando como si casi todos los grandes temas ya se hubieran
resuelto”. Qué audacia. Qué prepotencia. Ahí queda eso. (Y...
entonces llegó Fidel): “Dentro de ese vacío parcial de debate
histórico surgió repentinamente hace cuatro años la pluma
previamente poco conocida de Pío Moa...” Efectivamente, era sólo
conocido por su “pipa” (pistola). Ahora, como en el verso de
Vicente Aleixandre, pretende hacer de las espadas asesinas dulces
labios. Pero no engaña a nadie, salvo a Payne pues, en verdad,
hay labios como espadas. ¡Acabáramos! A libro por año..., ya
digo, estamos ante un nuevo titán de la historiografía, según
Payne (¿o quiso decir “historietografía”?). Este nuevo oráculo
de Delfos sentencia sobre los escritos de Moa sin que el rubor se
le suba a las mejillas: “Considerados en su conjunto constituyen
el empeño más importante llevado a cabo durante las dos últimas
décadas por ningún historiador, en cualquier idioma, para
reinterpretar la historia de la República y la Guerra Civil”.
“¡Toma nísperos!” Como dice el gracioso oficial del reino,
la más ingeniosa pajarita de la banda que, aún senil, no deja de
segregar su baba viscosa de viejo fascista en su columna diaria de
ABC. Yo, si fuera directivo o miembro de cualquiera
de las Asociaciones de historiadores de este país presentaría
una demanda contra el señor Payne por menoscabo del honor
profesional del gremio en su conjunto. “Y
al séptimo día descansó”. Pero aún hay más. El profesor
norteamericano dice con convicción: “Cada una de las tesis de
Moa aparece defendida seriamente en términos de las pruebas
disponibles y se basa en la investigación directa o, [Inciso]
(Aquí se da cuenta de que se está “pasando” y
“matiza”...) más habitualmente, en una cuidadosa relectura de
las fuentes y la historiografía disponibles”. Ni
seriamente, ni pruebas de ningún tipo, ni investigación directa,
ni cuidadosa relectura de fuentes... ni nada que se le parezca.
Payne, hemos de decir, sin el menor énfasis, miente. Miente con
descaro. No puede tergiversarse la realidad de forma tan
manifiesta. Necesariamente hemos de sentirnos ofendidos sus
lectores y replicarle con firmeza. Me resulta penoso el uso de
semejante adjetivo con el profesor norteamericano, pero no he
encontrado otro más preciso y no veo razón de ser políticamente
correcto con un simple y elemental mentiroso que demuestra con
semejante afirmación que ni siquiera ha hojeado el libro que
pretende reseñar. No pretenda estafar a sus incautos lectores. El
profesor Payne, a estas alturas, hace “crítica” ideológica,
apriorística, no científica. Como de lo que se trata es de
arremeter contra la izquierda en cualquier tiempo y lugar, como el
objetivo primordial no es hacer (más modestamente escribir)
historia sino ir, por sistema, contra las interpretaciones
constitucionalistas y democráticas de la España de los años 30
(él mete a todos los críticos -rojos- en el mismo saco),
cualquiera vale. En este caso Pío Moa que “pasaba por allí...”
Dice Payne de quienes osan descalificar al nuevo titán: “Los críticos
adoptan una actitud hierática de custodios del fuego sagrado de
los dogmas de una suerte de religión política que deben
aceptarse puramente con la fe y que son inmunes a la más mínima
pesquisa o crítica. Esta actitud puede reflejar un sólido dogma
religioso pero, una vez más, no tiene nada que ver con la
historiografía científica”. ¿Fuego sagrado? ¿Dogmas? ¿Religión?
¿Fe? Pero, ¿de qué está hablando sino del bando franquista? Eso
es justamente lo que hace Moa y quienes le jalean como es su caso.
Payne ha perdido el norte y demuestra desconocer por completo el
estado de la cuestión de la historiografía española contemporánea
o, por mejor decir, como sus resultados contradicen sus prejuicios
ideológicos, no ya contra la izquierda sino contra simples
liberales y demócratas (en su ignorancia o sectarismo debe de
pensar que a Franco sólo se le opusieron izquierdistas
revolucionarios), se agarra al primer propagandista que pasa para
aferrarse a un muy hispánico “sostenella y no enmendalla”.
Albricias, cuando tantos españoles empiezan a desprenderse del
pelo de la dehesa, hete aquí que don Stanley se nos hace cada vez
más ibérico, más reacio a la racionalidad, al sentido común y
a los mismos fundamentos empíricos, que son la base de la ciencia
que dice cultivar. Clama por una “historiografía científica”
y nos pone como “modelo” a un vulgar propagandista. Y aún hay
más, la Revista de libros le concede el honor de presentar
su escrito como artículo destacado. Se han equivocado.
Naturalmente hacen bien en acoger las opiniones de Payne o de
cualquier otro que sea capaz de fundamentar las suyas con un mínimo
de competencia. Pero no es ahora el caso. Hubo un tiempo en
que Payne lo hacía con solvencia pero, definitivamente, se le ha
parado el reloj. Como mejor prueba, el mentado número de la
revista acoge al final de sus páginas en letra menuda una carta
del profesor Moradiellos sencillamente demoledora de las
pretensiones historiográficas del señor Moa, limitándose por
razones de espacio a un único tema: la intervención extranjera.
La revista debería haber invertido los formatos de Payne y
Moradiellos puesto que lo del primero es insustancial y lo del
segundo verdaderamente sustantivo. Compare el lector los
contundentes argumentos de Moradiellos tomando un caso concreto y
las divagaciones tramposas del profesor norteamericano. Esperamos
la respuesta de Payne y de Moa con auténtica ansiedad... ¡No nos
defrauden! Qué
puede esperarse ya del profesor Payne cuando para seguir
elogiando a Moa apela a referencias de autoridad como la
siguiente: “Uno de los más distinguidos contemporaneístas de
la actual historiografía española, Carlos Seco Serrano (conocido
por su objetividad y ausencia de partidismo), ha tildado las
conclusiones en uno de los libros de Moa de <<verdaderamente
sensacionales>>”. Pues no puede esperarse ya nada.
Se trata de un caso perdido. Carlos Seco Serrano es ese
distinguido contemporaneísta que se obceca en presentarnos a un
Alfonso XIII como irreprochable rey constitucional en contra de
toda la investigación puntera al respecto. Tan objetivo
historiador hace máximo responsable de la destrucción de la República
a Manuel Azaña. Ese historiador objetivo y complaciente con la
España de Franco, como mejor prueba de su objetividad puesto que
Franco fusiló a su padre por mantenerse fiel a sus juramentos
militares a la bandera, es el mismo que tuvo la desvergüenza (de
nuevo el adjetivo cumple su función adecuadamente calificativa)
de copiar en uno de sus libros sobre la España contemporánea la
bibliografía del famoso libro de Hugh Thomas como para dotar a su
pretendido estudio de una supuesta información y erudición de la
que carecía de modo absoluto. También intenta imponernos su visión
de que la CEDA era un partido de orientación demócrata cristiana
contra toda evidencia empírica. Pero, por lo visto, su palabra es
la ley..., por mucha tesis doctoral atiborrada de documentación
que pueda esgrimirse en contra de semejantes planteamientos ideológicos
que no historiográficos. Por si fuera poco nos “teoriza” de
continuo sobre el “centrismo” como la gran panacea de la política
confundiendo categorías y conceptos exclusivos de la geografía y
de la geometría con los propios de la Ciencia Política o de la
Historia de la que es académico... En fin. Payne también nos
presenta al prolífico César Vidal (otro genio), capaz de
escribir un libro sobre el sexo de los Angeles en unos meses y, a
los pocos siguientes de hacerlo, ofrecernos -según Payne- otro de
ellos como “el más completo estudio de las Brigadas
internacionales en ningún idioma”. ¡Milagro! De nuevo, ¡ahí
queda eso! Hay talentos verdaderamente espectaculares y
padrinos y patrocinadores sin el menor sentido del ridículo.
Afortunadamente el campo del hispanismo sigue siendo fértil y, si
un día, hombres como Payne, nos resultaban absolutamente
imprescindibles, la mejor prueba de la buena salud y del auge de
la historiografía española es constatar que hoy, Payne, resulta
absolutamente prescindible. Visión
bien distinta de la obra de Moa es la que nos ofrece la profesora
Helen Graham una de nuestras más competentes hispanistas
actuales, especialista en la España contemporánea y,
particularmente en la Guerra Civil española. Graham si se ha
tomado la molestia de leer a Moa y ha dedicado a su libro una
amplia reseña en el prestigioso Times Literary Supplement.
Lo
que ha hecho Moa: “is not an unravelling of myths into the
complicated and contradictory stuff of history, but rather a crude
repackaging of Francoist myths”. Sí,
efectivamente, Moa, en modo alguno acomete una desmitificación
sobre la base del complejo y contradictorio análisis de los
hechos históricos sino apenas “un grosero envoltorio de mitos
franquistas”. El pretendido debate de Moa con la historiografía
española, según Payne, no es tal de acuerdo con Graham,
“because he simple does not accept the basic rules of evidence
that underpin profesional historiography, separating it from
propaganda and mythmaking”. Efectivamente, una cosa es pretender
hacer historia y otra bien distinta hacerla efectivamente.
Simplemente Moa “no acepta las reglas básicas de la evidencia
que sostiene la historiografía profesional, separando de ella la
propaganda y la mitificación”. A Pío Moa con su obra y con la
alta estima que tiene de sí mismo le pasa aquello que tan
sagazmente expresaba Ortega y Gasset cuando decía que, la
diferencia entre querer ser y creer que ya se es, es la que va de
lo trágico a lo cómico. Un auténtico despropósito de la razón.
Como
dice Helen Graham: “Moa, in spite of some bombastic claims,
presents no news evidence himself. He also refuses to accept,
without interrogation, the huge volume of archival evidence -Spanish,
Italian, German and, latterly, Russian- that underpins the past
quarter century of historical scholarship on the civil war”. Ni
más ni menos. Moa, a pesar de sus demagógicas reclamaciones, no
presenta la menor prueba por sí mismo. También rechaza aceptar
la enorme evidencia que ofrecen
los voluminosos archivos españoles, italianos, alemanes y, últimamente,
rusos existentes durante el último cuarto de siglo para el
estudio académico de la guerra civil. “In
ignoring the empirical evidence painstakingly gathered and
published in Spain over the past decade and a half, Pío Moa
places himself epistemologically and ethically in the category of
Holocaust deniers”. Efectivamente.
Ignorando la evidencia empírica que con el mayor detalle
se ha recogido y publicado en España durante los últimos quince
años, Pío Moa se sitúa él mismo epistemológica y éticamente
en la misma categoría que quienes niegan el Holocausto. Ciertamente,
después de lo dicho, no merece la pena perder ya ni un
minuto más con semejante bluff. A
pesar de los pesares, a pesar de Ricardo de la Cierva ayer o de Pío
Moa, hoy, y de los jaleadores a lo Payne que les sirven de claque,
la historiografía seria y rigurosa de la Guerra Civil, los
profesionales de la misma, los que hacen historiografía,
no los meros propagandistas que apenas reproducen mecánicamente
los añejos mitos impuestos por la propaganda de guerra
franquista, seguirá firme su camino. Sin prisa pero sin pausa. Créanme
este wishfull thinking: Pío Moa no pasará a la historia
de la historiografía de la Guerra Civil o, mejor dicho, habrá
que buscarle en las referencias bibliográficas dedicadas al
estudio de la propaganda y las justificaciones ideológicas
franquistas y posfranquistas después de otros historietógrafos
“relevantes” como Ricardo de la Cierva, como Angel Palomino o
como Fernando Vizcaíno Casas, así como en el de otros destacados
escribidores metidos también a historietógrafos cuando tocan a
rebato o se trata de echarse un buen puñado de euros al bolsillo.
Como Federico Jiménez Losantos, premio “Espejo de España
1994” de ensayo con un libro sobre Azaña[8] “fusilado” deprisa y corriendo del de Cipriano de
Rivas Cherif[9],
para llegar a tiempo de cobrar el premio previamente prometido.
Este “modélico” e “incorruptible” personaje cometió la
bajeza -ya tantas y todo un honor proviniendo de él- de
incorporarme a lo que semejante mequetrefe ha llamado la “cofradía
de la checa”, que sería la encargada de suministrar “basura
ideológica”[10] a José Luis Rodríguez Zapatero (y yo sin enterarme).
O un tal José María Marco, profesor de francés primero, azañólogo
después, pretendido historiador y destacado secuaz del
precedente, que me tildó de “estalinista” (¡?) apenas por
criticar, con todo fundamento y abundante documentación, a su
jefe copión y boquirroto[11].
Esta gente tilda de chequista y estalinista al
discrepante, al crítico (mordaz y cáustico, desde luego) que se
limita a dejarles con las vergüenzas al aire. Lo que no tiene
especial mérito puesto que carecen de cualquier tipo de vergüenza
de modo absoluto. Semejante “chequista” ni siquiera hizo de
meritorio en el partido comunista en sus años mozos, como sí
hiciera -¡qué cosas!- el mozo Jiménez Losantos militante
izquierdoso en el PCE (de Bandera Roja, creo recordar). Quizás,
por haber sido él mismo uno de ellos, no sólo ve en sus
alucinaciones “rojos” hasta en la sopa boba que debe tomar a
diario sino chequistas hasta debajo de las piedras. Encima va
dando clases por esos mundos de Dios de liberalismo y democracia.
“¡Manda güevos!” que diría nuestro ilustre Federico
Trillo-Figueroa. Yo propondría a cualquier doctorando en Ciencia
Política, o Historia, o Sociología, o Psicología, o Psiquiatría
(¿por qué no?) el siguiente tema de investigación con vistas a
su obtención del grado de doctor: “Liberalismo y democracia en
la “obra” de Federico Jiménez Losantos. Para una hermenéutica
del lenguaje liberal: los diarios ABC y EL MUNDO
como nuevos paradigmas del columnismo de qualité”. Y
¿qué tribunal solvente podría constituirse para tal? ¿Pedro
Jota? ¿Luis María Anson? ¿Pío Moa? ¿el sr. Marco? ¿Angel
Palomino..? ¡Imposible!, ninguno de ellos es ni siquiera
doctor..., lo que no les impide pretender adoctrinar a todo
bicho viviente sobre lo divino y lo humano día sí, día no, y el
de en medio también. Qué jeta. En
fin. No incurriré yo en el despropósito de llamarle a él, a su
fiel escudero o a cualquier otro de sus ilustres secuaces
“fascistas”. Estos personajes citados no son tales. Son,
simplemente, indocumentados charlatanes, demagogos de a céntimo
el 1/4
kg., que necesitan llenar sus columnas de prensa diarias con
perversas manipulaciones del impenitente y contumaz rojerío,
sensacionales descubrimientos tipo mar Mediterráneo
y fatuos fuegos de artificio para que se fijen un poco en
ellos y les sigan renovando el contrato. Son políticamente el
equivalente de esos programas basura de la televisión. Son la
salsa rosa de la politiquilla y la historietografía. El
periodismo amarillo nunca había tenido en nómina, jamás antes
había dispuesto de tan destacados mercenarios de la pluma, como
ahora. ¡Y con ínfulas de intelectuales y escritores! No te lo
pierdas. Lo dicho: degradan cuanto tocan. Seguro que el gracioso
oficial de ABC en realidad se inspira, aparte de en él
mismo, en tan brillantes compañeros cuando escribe sus romances
de tonto aunque naturalmente apunte únicamente a los “rogelios”,
como siempre. Este “príncipe de los ingenios” parece olvidar
las sabias palabras de Jules Renard: “El ingenio es a la
verdadera inteligencia lo que el vinagre al vino fuerte y de buena
añada: un brebaje para cerebros estériles y estómagos
enfermizos”. Llegados
a este punto, que ya demasiado tiempo hemos perdido de la
manera menos provechosa, semejantes personajes si que se merecen
por nuestra parte al menos una frase estalinista por más que,
paradójicamente, la pronunciara uno de los más fervientes
enemigos del estalinismo aunque en el momento de pronunciarla era
uno de los bolcheviques más aguerridos. Ahora nos viene al pelo
visto lo visto. Nos la han servido en bandeja. Trotski,
en el famoso congreso de los soviets que tuvo lugar el 7 de
noviembre de 1917, le dijo a Martov, líder de los mencheviques:
“¡Sois gentes aisladas y tristes; habéis fracasado;
vuestro papel ha terminado! ¡Id donde pertenecéis: al basurero
de la historia!” Trotski no tenía razón entonces. La tuvo
después; estos epígonos, tampoco: ni ahora, ni antes, ni nunca
como cualquier otro extraviado que se ha apartado de la razón.
Sí,
el cubo de la basura, es su sitio natural. Lo dicho. Quosque
tandem... abutare patientia nostra! En el ruedo ibérico a 29 de julio de 2003. [1]
Alberto Reig Tapia, Memoria de la Guerra civil. Los mitos
de la tribu. Alianza. Madrid, 1999. [2]
Pío Moa, Los mitos de la Guerra Civil. La Esfera.
Madrid, 2003. [3]
Véase el incomprensible -ya cada vez menos- artículo de
Stanley G. Payne, “Mitos y tópicos de la Guerra Civil” (Revista
de libros, núm.79-80. Madrid. Julio-agosto 2003, pp. 3-5,
pretendiendo vanamente lo contrario. [4]
Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra. Planeta.
Madrid, 1977. Véase, Alberto Reig Tapia, “Consideraciones
metodológicas para el estudio de la represión franquista en
la guerra civil” (Sistema, núm. 33. Madrid.
Noviembre, 1979, pp. 99-128), y Alberto Reig Tapia, Ideología
e Historia sobre la represión franquista y la Guerra Civil.
Akal. Madrid, 1984 y 1986, cap. IV. “Cuantitativismo e
ideología”, pp. 91-121. Ricardo de la Cierva, tras afirmar
con la demagogia que le caracteriza que Ramón Salas había
“dilucidado definitivamente el problema”, me acusó de
tratar de “enfangar” la obra de Salas y calificó de
“alucinaciones vengativas” los comentarios de [le cito]
“un buen señor Reig Tapia, a quien no merece la pena
refutar” (Ricardo de la Cierva, Los años mentidos.
Falsificaciones y mentiras sobre la historia de España en el
siglo XX. Fénix. Boadilla del Monte, 1993, p. 98). No
obstante lo cual, el mismo Ramón Salas noblemente escribió:
“Tal vez el más serio de cuantos han analizado mis trabajos
haya sido Alberto Reig Tapia”. (Ramón Salas Larrazábal, Los
fusilamientos en Navarra en la guerra de 1936. Comisiones
de Navarros en Madrid y Sevilla, Madrid, 1983, p. 16). Se coge
antes a un mentiroso (o a un tonto que tanto monta) que a un
cojo. Dicho sea todo ello por si todavía le cabe a alguien
que pueda leer estas páginas la menor duda sobre la solvencia
intelectual y la catadura moral del señor De La Cierva..., el
“gran maestro” de Pío Moa. [5]
Véase, Herbert R. Southworth, El mito de la cruzada de
Franco. Crítica bibliográfica. Ruedo Ibérico. Paris,
1963. [6]
Ricardo Miralles, Juan Negrín. La República en guerra.
Temas de Hoy. Madrid, 2003 (en prensa). [7]
Stanley G. Payne, opus cit. [8]
Federico Jiménez Losantos, La última salida de Manuel Azaña.
Planeta. Barcelona, 1994. [9]
Cipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido. Vida
de Manuel Azaña. Grijalbo. Barcelona, 1979. [10]
Federico Jiménez Losantos, “Violencias” (EL MUNDO,
30 de marzo de 2001, p. 4). Los ilustres cofrades seríamos,
según este catamañanas, Julio Aróstegui (catedrático de la
Universidad Complutense), Alberto Reig Tapia (catedrático de
la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona), Julián
Casanova (catedrático de la Universidad de Zaragoza) y Santos
Juliá (catedrático de la UNED). [11]
Véase el texto “estalinista” que encendió las iras del
sr. Marco en, Alberto Reig Tapia, “Tormento y éxtasis de
Manuel Azaña: del infierno masónico al edén conservador”,
en: Manuel Azaña: Pensamiento y Acción. (Edición al
cuidado de Alicia Alted, Angeles Egido y Mª Fernanda
Mancebo). Prólogo de Enrique de Rivas. Alianza. Madrid, 1996,
pp. 323-346.
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