Mesa H
Darío G. Barriera -Universidad de Rosario, Argentina-
Bien, aquí habrá que hacer una reflexión más o menos circular en torno a las fuentes y los destinos.
En cierta medida supongo que las condiciones del razonamiento son más o menos universales, pero cabe
indicar, supongo, que esto ha sido pensado fundamentalmente en base a una experiencia recortada
generacional y geográficamente.
1. La Universidad Estatal no es la única ni (en muchos casos) la principal productora de profesores
de historia. Universidades privadas, muchas de ellas confesionales e Institutos de Enseñanza
Superior -cuyos programas de enseñanza son más cortos y, de hecho, mucho menos exigentes-
conviven generando profesionales cuyos títulos tendrán diferencias en sus grados de
competencia -situación que está siendo ajustada bajo la égida de la nueva Ley de Educación
Superior.
2. Al menos en un plano hipotético, la enseñanza no debiera ser la única salida laboral en nuestra
disciplina. El acceso a la Investigación como carrera y como medio de vida es, no obstante, una
opción de difícil acceso y con porvenir incierto. A guisa de ejemplo, nuestra ex ministro de
educación alegó que el último recorte impuesto al presupuesto educativo (en base a las
exigencias de pago de intereses de deuda externa, acordadas por Hacienda) implicaba, sin más,
la desaparición de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica, organismo que
financiaría en 1999 investigaciones científicas por unos 320 millones de dólares. La última fase
del plan FOMEC, que incluia la incorporación como docentes de planta a becarios de
investigación con un salario igual al de la beca (unos 825 U$S) está en suspenso, y el Consejo de
Investigaciones de nuestra universidad (CIUNR) ya ha enviado a sus investigadores una
notificación que sugiere el final de un recorrido, sin precisar el origen futuro de las
remuneraciones que tenía a su cargo.
3. Consecuentemente, si acordamos que el ámbito de la enseñanza es aquél que constituye nuestro
principal "mercado de trabajo", podemos asegurar sin echar mano a estudios minuciosos que aun
constituyéndose en el potencial principal sector ocupacional para profesores de historia, de
ninguna manera está estructurado como para convertirse en el resguardo necesario para la
reproducción de las condiciones de existencia... Si bien la última reforma educativa amplió a
diez años la educación mínima obligatoria y requiere profesores (terciarios o universitarios) para
cubrir la enseñanza de historia del 7mo año del tercer ciclo de la Educación General Básica, esto
derivó en la apertura de miles de pequeñas células de 2 horas de trabajo semanal antes a cargo de
maestros quienes, de todos modos, pudieron conservarlas (y con justicia) realizando cursos
habilitantes.
4. De todos modos, la cuestión del "empleo" y la "ocupación" debe ser leída siempre en relación al
mínimo necesario para la subsistencia. En este sentido, cualquier docente de historia o lo que
fuera que tenga menos de 35 o 40 horas semanales en enseñanza media o menos de una
dedicación exclusiva en la Universidad, es un sub-ocupado o un multi-ocupado, según haya
encontrado la forma de resolver su subsistencia mínima.
5. Así, la cuestión del relevo generacional pasa a ser un detalle más del cuadro, verdaderamente
difícil de reflexionar en la medida en que lo pensemos solidariamente. Es un supuesto aceptado
por la sociedad -y fijado por la ley- que existe un "techo" etario (65 a 70 años, según el sexo)
después del cual puede accederse al "retiro". Si bien aquí no hay funcionariado -también es un
supuesto que los cargos deben validarse por concursos públicos cada vaya a saber uno cuánto
tiempo, tan poco claro es todo esto...- los profesores que ya han hecho un concurso ordinario no
están verdaderamente ansiosos por retirarse, ya que el sistema previsional de este país, además
de estar en transición hacia otra forma, deteriora sensiblemente los ingresos del docente tras su
retiro (aspecto remunerativo) y lo deja prácticamente en la indefensión (seguridad social).
6. Falta agregar a esto el reordenamiento producido en las plantas docentes hacia 1984, con la
reapertura de un proceso constitucional y democrático que también con justicia restituyó en sus cargos a muchos de los docentes excluidos durante la dictadura militar iniciada en 1976 y que para bien y para mal generó una vertiginosa carrera de designaciones y concursos concentrados
en los primeros años que legitimaron en sus cargos a docentes que, salvo caso, excepcionales
continúan ocupándolos -y que hayan o no revalidado sus puestos, tras quince años, bien lejos del retiro.
Por otra parte quizás los puntos a discutir -al menos desde mi perspectiva- no sean los del relevo
generacional ni la anuencia o compadescencia frente a una situación económico-social del país
que finalmente minimizaría la importancia de un problema tan puntual como éste.
Si abordamos el problema desde lo cuantitativo (tratando por ejemplo de encontrar una "tasa" entre la generación de puestos y el número de graduados por un período determinado) podríamos caer en oposiciones casi malthusianas Quizás sea mejor que, partiendo de elementos de un diagnóstico realista (como la multiocupación de los docentes, el franco retroceso de la oferta en materia de financiamiento para investigadores y la quasi obturación de las plantas universitarias y de enseñanza superior en general) pensemos y operemos en consecuencia: La apertura de nuevos canales de trabajo para el historiador no va a descender providencialmente como una política de estado y seria muy ingenuo de nuestra parte pensar que esta es La única dirección hacia donde intentar provocar una demanda. El camino es largo y muchas de las vías están a oscuras. De lo que no cabe dudas es que si nosotros mismos no reinsertamos La disciplina en relación a La vida social y Las necesidades colectivas; (es decir, si no volvemos sobre el sujeto menos como observadores que como agentes), será muy difícil atravesar el cuello de botella de esta situación. No elaborar salidas creativas (elaboración que debe comprometer fundamentalmente a Las generaciones intermedias) puede significar un duro golpe para e] futuro de una disciplina que se ha afirmado en este siglo como crítica de la razón hegemónica de su tiempo.