El primer tomo, Pasado y futuro, está principalmente dedicado a la situación global de la historia, y de los historiadores, en este desconcertante fin de siglo: diagnósticos y opciones historiográficas. El segundo tomo, Retorno de sujeto, se refiere a aquellos campos historiográficos que han emergido, en la última década, de las cenizas del viejo paradigma objetivista, economicista y estructuralista, ampliando considerablemente el territorio del historiador: la historia de las mentalidades -la madre de muchas de estas innovaciones-, la nueva historia cultural, la historia de las mujeres, la microhistoria, etc. El tercer tomo, Otros enfoques, está consagrado a métodos, problemas y líneas interdisciplinares, recientemente planteados, a la enseñanza de la historia, y a los retornos de los géneros historiográficos tradicionales, última expresión, hoy a debate, del retorno de sujeto.
En total, 76 trabajos, de los cuales 37 son conferencias y ponencias, leídas por sus autores en el Congreso, y 39 son comunicaciones libres, resumidas por los relatores en tiempos necesariamente breves. La inclinación del Congreso hacia las mesas redondas -más favorecedoras del debate-, por una parte, y hacia la exposición directa y oral de las ponencias, por la otra, se quiere compensar, en la edición de las Actas, primando los textos escritos presentados, y prestando especial atención a las comunicaciones no solicitadas, enviadas principalmente por historiadores jóvenes españoles, que finalmente igualan, como vemos, al número de ponencias. Esta alta participación de becarios, profesores ayudantes y jóvenes profesores titulares, al lado de historiadores ya consagrados, era uno de los objetivos del Congreso, su consecución señala que están surgiendo fuerzas nuevas, más interesadas en la reflexión, y, consiguientemente, en mejores condiciones intelectuales para luchar por el futuro de nuestra disciplina.
Así y todo, muchas otras comunicaciones libres, bastante de ellas de calidad, no han podido ser publicadas. Habríamos necesitado 13 volúmenes de Actas para editar los textos recibidos de las ponencias, las 184 comunicaciones aceptadas, la transcripción de las 13 mesas redondas…; tal empresa excedía ampliamente las posibilidades económicas de A historia a debate. Para paliar en alguna medida esta situación, vamos a publicar directamente, o a gestionar su publicación ante otras entidades, al margen de las Actas, otros materiales del Congreso: un libro con 13 textos que hacen referencia a la Edad Media ; un libro con 16 contribuciones de historiadores gallegos; un libro con 26 ponencias y comunicaciones de historiadores latinoamericanos; otras comunicaciones presentadas en el Congreso de Santiago se están publicando ya en revistas especializadas .
Hicimos una excepción con la Mesa B, Marxismo e historia en los años 90, cuyas intervenciones -revisadas por los autores- publicamos en el primer tomo de las Actas, una vez comprobada la ausencia de ponencias y comunicaciones que traten directamente el tema del materialismo histórico, en el momento actual, después de la caída del muro de Berlín (motivo gráfico del cartel del Congreso). Es significativo que las relativamente numerosas reivindicaciones de la vigencia -por lo regular matizada- del marxismo historiográfico se hayan manifestado, en el Congreso, de forma más oral que escrita, incluyendo las declaraciones a la prensa de John H. Elliott y Robert Darnton (El País, 9 y 11 de julio de 1993). De las restantes mesas redondas, publicamos solamente los resúmenes que nos han hecho llegar parte de los ponentes de sus intervenciones, la mayoría ya distribuidos, durante el Congreso, entre los asistentes.
La experiencias en vivo de los debates del Congreso, la toma de contacto con colegas de diferentes países, áreas de conocimiento, universidades e institutos de enseñanza media, asimismo interesados en la reflexión, la renovación y la discusión, no son, en cualquier caso, substituíbles por unas Actas, que, además, son consecuencia obligatoria de una selección de los ricos materiales que generó A historia a debate. Entre estos materiales hay que incluir las informaciones de los medios de comunicación social, que, siguiendo día a día el desarrollo del Congreso, prolongaron el eco de sus ponencias y debates más allá de los medios académicos habituales, de modo que las noticias, entrevistas y artículos de los periódicos, han formado parte del propio quehacer de un Congreso en principio académico, avalado por un sinfín de instituciones universitarias y de investigación. Un botón de muestra de algo que estamos comprobando cotidianamente: los media se están convirtiendo en una plataforma esencial de difusión y crítica de grandes temas culturales e intelectuales. Las páginas de cultura, los suplementos de libros (revistas independientes de prestigio en el mundo anglosajón) y culturales, de los grandes periódicos, ¿no son cada vez más útiles y necesarios para conocer las novedades y aun los debates historiográficos? Toda reivindicación o reformulación de la vieja relación pasado/presente/futuro, ha de partir pues de esta nueva dimensión de la historia: la presencia de los medios de comunicación social en la divulgación y, también, en la producción de la historia.
Es preciso, en consecuencia, deslindar el Congreso-acontecimiento del Congreso-publicaciones. Del primero, el mayor éxito fue celebrarlo con una asistencia tan nutrida de historiadores de prácticamente todas las universidades españolas, y de bastantes extranjeras, dadas las limitaciones, de diverso tipo, de que se partía, y la poca sensibilidad que parecía -nos quejamos siempre- mostrar el historiador profesional hacia la metodología, la historiografía y la teoría de la historia. El estilo abierto, diverso y amplio, de la convocatoria coadyuvó, indudablemente, a que el Congreso se convirtiera en un acontecimiento, es decir, a que respondiera a una demanda real de debate, de innovación historiográfica, de vinculación de la historia a los agudos problemas del presente y, sobre todo, del futuro.
Sin embargo, no todos los colegas estuvieron de acuerdo con la diversidad y la novedad de los temas a discutir, y, singularmente, con la amplitud de la convocatoria y de la participación. Después de bastantes años sin celebrar este tipo de congresos para la debate, juntando diversas áreas de conocimiento histórico y diversas historiografías nacionales, centrados en la renovación historiográfica, inquietos por la actualidad, es inevitable que se acumulen los asuntos a tratar, y que algunos se resistan a salir de la comodidad de la conferencia savante y el seminario restringido, formas académicas ciertamente ineludibles pero insuficientes, hoy por hoy, para revitalizar la historia como disciplina científica y humanística. Es menester, y es factible, un debate más horizontal, una historiografía más abierta a la sociedad, menos temerosa de la crítica, más dispuesta a la autocrítica.
Pero el debate no es un uso académico, debemos reconocerlo. Aun creadas las condiciones para ello, no florece fácilmente: faltan los hábitos; lo vimos en Santiago de Compostela en julio de 1993. El número de comunicaciones realmente polémicas que hemos recibido es reducido. Publicamos las más importantes; no sin antes superar esa reacción inicial de rechazo que provocan, en bastantes colegas, las posiciones críticas o, a veces, simplemente nuevas (lo que, claro está, tampoco les confiere la verdad). En las mesas redondas, pese a existir facilidades para intervenir, muchos se retrayeron, y algunos congresistas echaron de menos más controversia entre los propios ponentes. En fin, que el debate historiográfico para continuar, ha de incrementarse. Historia a Debate puso ya su primera piedra. Si el camino emprendido se revela, como creemos, a los ojos de la comunidad historiográfica, no sólo interesante sino de recorrido urgente, seguirán otras iniciativas. Tanto para reavivar el interés social por la historia, como para salir de la crisis finisecular de nuestra disciplina -y de otras muchas cosas-, proponemos, luego, poner la historia a debate de forma más habitual, lo cual requiere adquirir o recuperar ciertos hábitos: tolerancia hacia otros enfoques; despersonalización de las polémicas; predisposición a la autocrítica, al consenso, a la síntesis; atención a la metodología, la historiografía y la teoría de la historia, de manera que pensemos más en lo qué se hace, cómo se hace, por qué se hace, cuáles son sus consecuencias, etcétera.
“Nos contentaríamos, pues -escribíamos en el folleto de convocatoria-, con el mínimo necesario: delimitar problemas, informar de alternativas, encauzar debates, conocer planteamientos recientes, mostrar, en suma, cómo pese a todo la historia continúa, lucha, se renueva”. Creemos haber rebasado estos objetivos mínimos del Congreso, cuyos materiales evidencian preocupaciones comunes y propuestas convergentes, así como aparentes paradojas. Por ejemplo, el optimismo sobre el futuro de la historia (véase la ponencia de Lawrence Stone, entre otras) y el pesimismo de los colegas que sufren más de cerca -concretamente, en España- los efectos del retroceso de la historia y de las humanidades en la enseñanza, la investigación, la edición. Recordemos al respecto las intervenciones, desde el público, en las mesas redondas sobre investigación, universidad, divulgación e historiografía española. Vale decir aquí que debemos luchar contra el pesimismo de la inteligencia (percepción de la difícil situación presente) con el optimismo de la razón histórica (pensar el futuro históricamente), con la vitalidad y el acervo común de la historia como disciplina científica y social: la historia nos enseña que las cosas cambian, y si bien no está desde luego asegurado que el cambio sea para mejor, tampoco está claro que tenga que ser para peor. De nosotros depende.
El Congreso de Santiago ha demostrado, en nuestra opinión, que la historiografía española de los años 90 no está en tan mal como solemos decir. La gran participación de historiadores españoles (50% de los ponentes y 77% de los comunicantes; inscritos de casi todas las universidades; medievalistas y modernistas, no sólo contemporaneístas, tradicionalmente más preocupados por el método y la historiografía), y el nivel de sus contribuciones orales y escritas, desmiente un supuesto complejo de inferioridad ante las historiografías extranjeras más avanzadas, y evidencia una voluntad de integración internacional, un alejamiento del autismo provinciano, al menos en los sectores más dinámicos de la historiografía española, representados con amplitud en el Congreso Internacional A historia a debate. Sectores que han superado ya el prejuicio conservador, tan español, de descalificar como “moda”, o -últimamente- como “posmodernismo”, toda innovación temática o metodológica.
Durante el Congreso pudimos constatar, asimismo, la buena valoración que tienen algunos historiadores extranjeros de la historiografía española, que contradice, también, las autoevaluaciones negativistas. Claro que suelen ser hispanistas, los que mejor conocen y aprecian la obra de los historiadores españoles, quienes lo dicen, reclamando incluso de nosotros un “hispanismo al revés”, o sea, que se investigue desde España la historia de otros países del mundo. El caso es que, para que la historiografía española mire hacia el exterior, es condición previa su plena incorporación a la historiografía mundial -con el objetivo final, naturalmente, de desarrollar un perfil propio-, y, sobre todo, hay que dotar a la historia, y a otras ciencias humanas, de una base institucional hoy casi inexistente (pensemos en la total escasez de centros españoles de investigación histórica, la margen de la universidad) . Combates que son debates. Valgan estas Actas de munición para tan justa causa.
Carlos Barros