[Nota: la presentación de HaD en el marco del 14º Congreso de la Asociación de Profesores de Historia del Uruguay (8-9 de noviembre de 2004) fue coordinada por el profesor Carlos Demasi]

PRESENTACIÓN DEl MANIFIESTO EN MONTEVIDEO

Como parte de la agenda del 14º Congreso de la Asociación de Profesores de Historia del Uruguay APHU, realizado en la ciudad de Montevideo durante los días 8 y 9 de noviembre de 2003, fue presentado el Manifiesto de Historia a Debate, del 11 de setiembre de 2001.

La APHU reúne a profesores de Historia en la enseñanza media, algunos de los cuales se desempeñan también en la docencia universitaria y en la investigación. Realiza un congreso anual, una vez en Montevideo y otra, en alguna ciudad del interior del país, alternando el tratamiento de temas de la enseñanza de la Historia con otros de carácter conceptual o de contenidos. El 14º congregó a más de 300 profesoras y profesores.

El Manifiesto fue presentado por Waldo Ansaldi (Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires), fungiendo de comentaristas las profesoras Raquel García Bouzas, María Inés Moraes, Ana Zavala y el profesor Aldo Marchesi, todos de la Universidad de la República, de Montevideo.

Waldo Ansaldi expuso las 18 propuestas del Manifiesto, glosando las más importantes de ellas y realizando algunas consideraciones particulares sobre los objetivos del documento en la tarea de construcción de un nuevo paradigma historiográfico..

Raquel García Bouzas (dedicada a la Historia de las Ideas) centró su intervención en tres ejes del Manifiesto el intercambio entre la Historia y las otras Ciencias Sociales, la articulación entre la Historia y la Filosofía en la construcción del nuevo paradigma historiográfico, y la función ética de la Historia.

Aldo Marchesi (un investigador de memoria e historia) comenzó con un reconocimiento de la necesidad de un cambio, de un nuevo giro en las maneras de hacer historiografía, para de inmediato plantear algunas objeciones. La primera estuvo referida a la propia idea de manifiesto, la cual, a su juicio, genera problemas. Es novedosa en el campo de la Historia (no así en el del arte); incentiva al cambio, pero no lo resuelve, tarea ésta de la producción. El gran tema es el cómo. Para ello es conveniente discutir la idea presentada por el Manifiesto respecto de cómo se hace historiografía durante las últimas décadas. En su entendimiento, es preferible hablar de «giro cultural» más que de «giro positivista y conservador», caracterizaciones éstas que cuestionó, al tiempo que destacó los méritos que se le deben reconocer a las corrientes prevalentes durante la últimas décadas del siglo XX. Se refirió, luego, a la cuestión del relevo generacional y observó que la llamada «generación del 68» es hoy gobierno en muchos casos, situación que es especialmente perceptible en las universidades públicas latinoamericanas. Abordó, también, el papel de Internet, que consideró importante, si bien puso en duda que exista en ella un campo genuinamente democrático. Concluyó expresando la esperanza de que la iniciativa de Historia a Debate produzca efectos en Uruguay y permita un debate hoy inexistente.

María Inés Moraes (una especialista en Historia Económica) aclaró que su estrategia expositiva sería la de ver la historiografía uruguaya desde la perspectiva del Manifiesto de Historia a Debate. El debate sobre éste es pertinente para pensar la práctica de la historiografía y de los historiadores uruguayos, especialmente durante el período de la reinstitucionalización democrática iniciada en 1984, sin descuidar la relación entre los centros de investigación privados y la Universidad. Tomó como ejemplos la obra de algunos notables historiadores del período, en los cuales se observan interesantes pasajes al paradigma dominante. Concluyó resaltando la necesidad de contar con asociaciones científicas más que con asociaciones profesionales.

Ana Zavala (cuyo campo de trabajo es la didáctica de la Historia) optó por destacar dos puntos 1) tratar de establecer un puente o una relación entre la Historiografía y la didáctica de la Historia, 2) ver esa relación desde la perspectiva del Manifiesto de Historia a Debate. Consideró relevante analizar el sentido de investigar y el sentido de enseñar Historia. A propósito de ello, se preguntó qué significa el Manifiesto para los profesores [de enseñanza media] aquí reunidos. A modo de respuesta, destacó que hay que tener en cuenta que las 18 propuestas del documento del 11 de setiembre son ejes para la discusión de lo que enseñamos,

A continuación se abrió una ronda de intervenciones de los participantes del Congreso, algunas de las cuales señalaron la ausencia del cambio social ­un tema clásico- en los programas de Historia actuales, mientras otras destacaron la necesidad de analizar lo que están haciendo los docentes en materia de enseñanza, práctica que debería ser objeto de debates. Asimismo, algunas intervenciones cuestionaron el carácter democratizador asignado a Internet, mientras otras, mayoritarias, afirmaron, por el contrario, tal condición, junto con las innumerables ventajas que ofrece para la tarea de enseñanza y aprendizaje. Fue subrayada la importancia de la teoría, base de cualquier formación, la cual no debería ser ajena a los profesores de enseñanza media y se destacó el peso de las historias nacionales en la enseñanza.

Finalmente, cada uno de los comentaristas dispusieron de un tiempo breve para expresar sus reacciones ante los comentarios vertidos por los colegas. El cierre estuvo a cargo de Waldo Ansaldi, quien retomó las principales intervenciones y las vinculó con las proposiciones del Manifiesto.

La presentación del Manifiesto de Historia a Debate en la capital uruguaya, realizada en la sesión matutina del domingo 9, se extendió durante dos horas, en un cuadro de notable atención, interés y respeto por las diferentes posiciones. Los ecos se prolongaron más allá del cierre, tanto que los organizadores del Congreso abrigan la esperanza de que el encuentro pueda servir de disparador para un debate considerado crucial.

Waldo Ansaldi
Universidad de Buenos Aires

LA HISTORIA Y LOS DESAFÍOS DEL PRESENTE: “Historia a Debate”.

Dr.Waldo Ansaldi, Raquel García Bouzas, Aldo Marchesi, María Inés Moraes, Ana Zavala.

Moderador: Carlos Demasi

(14ºCongreso de la A.P.H.U., sesión del domingo 9 de noviembre de 2003) (*)

Moderador.- Buenos días. Vamos a iniciar la última jornada de este Congreso con la discusión de los desafíos de la enseñanza de la historia y la discusión del Manifiesto de Historia a Debate.

Estrictamente el tema de la enseñanza de la historia ha estado en discusión en nuestro ambiente desde hace unos cuantos años. Se planteó ya a la salida de la dictadura sobre la dificultad de qué historia debíamos enseñar y cómo enseñarla. Y a partir de allí el tema fue derivando a una reivindicación de la presencia de la historia en los programas, a una defensa de la asignatura como tal y etcétera, en un debate que se volvió muy encarnizado pero no siempre muy lúcido y que creemos que a esta altura puede considerarse ya bastante resuelto en su aspecto más polémico pero que sigue estando presente el problema de fondo. Es decir, aclararnos exactamente qué es lo que hacemos, qué es lo que enseñamos cuando enseñamos historia, qué sentido tiene enseñarla, qué es la historia que estamos enseñando, qué es la historia hoy como disciplina científica. Es un tema nos parece que los docentes en general y los docentes de historia en particular tenemos que plantearnos habitualmente, tanto los que consideramos que la historia se está enseñando bien como los que consideramos que la historia no se está enseñando bien.

Por eso nos pareció conveniente traer a discusión el Manifiesto de la Red Historia a Debate, que es una red internacional de historiadores que puso a circular hace unos dos o tres años atrás un manifiesto sobre los desafíos y los objetivos de la Historia en el siglo que comienza. Tenemos la suerte de tener entre nosotros al Profesor Waldo Ansaldi que es investigador del Conicet, profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la U.B.A., especializado en Sociología Histórica en América Latina y que es además uno de los redactores de este Manifiesto. El Dr. Ansaldi nos va a poner un poco en antecedentes sobre la red Historia Debate y además sobre las características y el contenido del Manifiesto.

 

Waldo Ansaldi.- Buenos días. Muchas gracias a los invitadores por la oportunidad de compartir con ustedes algunas de las grandes líneas directrices que guían a esta red Historia a Debate y las que llevaron a la formulación del Manifiesto del 11 de setiembre de 2001, justamente ese día, lo que finalmente, sin que nadie se lo propusiera, terminó siendo un elemento simbólico bien interesante. Y muchas gracias a ustedes por estar aquí compartiendo esta preocupación por la renovación de los paradigmas historiográficos de cara al comienzo de este nuevo siglo. Un nuevo siglo que en el campo de la historiografía comienza cuestionando algunas de las grandes líneas directrices que estuvieron presentes y predominando en el último cuarto del siglo XX, contra las cuales especialmente en el retorno de aquellas percepciones y concepciones típicas del siglo XIX, las denominadas “rankeanas” y la fragmentación característica del denominado posmodernismo tuvo fuerte impacto en el campo de la historiografía con los efectos conocidos. Contra eso en consecuencia insurge buena parte de la preocupación que guía al conjunto de investigadores que proveniendo de la Historiografía o de otras Ciencias Sociales, porque en este sentido la Red no hace distinciones, se dedica efectivamente a investigar en la historia de nuestras sociedades. Historia a Debate es una red que se ha constituido desde comienzos de los años 1990 y quizás más específicamente a partir de 1993, cuando se realizó el Primer Congreso en Santiago de Compostela en España, que yo creo es verdad el momento fundacional de Historia a Debate. Hubo luego un segundo congreso, el tercero está previsto para el año que viene e interín un conjunto de actividades tendentes no sólo a nuclear cada vez más a un número de investigadores e investigadores dedicados a los estudios historiográficos sino también a establecer un campo de conocimiento cada vez más profundo de qué es lo que se hace en Historiografía, cómo se la hace, quiénes la hacen y dónde la hacen.

A ello contribuyó la realización de una amplísima encuesta que circuló a través de Internet, y fue contestada por la misma vía. Al mismo tiempo que se difundían sus resultados se fue abriendo un campo de intercambio entre los diferentes participantes de la red, de modo de ir ampliando el conjunto de temas a debatir, las discusiones, los planteos que orientan las mismas. En ese sentido la Red se planteó desde el comienzo aprovechar de modo innovador, creativo, el potencial que da Internet. Y no es que sea exclusivamente una red que funciona de modo virtual, en realidad combina las comunicaciones virtuales que se hacen diariamente a través de toda la red con actividades de orden más tradicional o clásico, esto es, con actividades presenciales en eventuales congresos o incluso en actividades como ésta que se han ido realizando en diferentes países presentando el Manifiesto y los presupuestos que guían a Historia a Debate. A la fecha la Red está constituida por casi dos mil investigadores de 45 países con un alto predominio de los países ibéricos, España en primer lugar, y de América Latina. Pero se han sumado también y de un modo considerable investigadores de Estados Unidos, Canadá y países europeos. Un total de 45 países, casi dos mil investigadores que formalmente adhieren la Red independientemente de otros que puedan consultar regular o esporádicamente la página que Historia a Debate tiene en Internet.

Aquí lo que se busca desde el comienzo es dinamizar intercambios y contactos multilaterales entre los miembros de la Red más allá de las fronteras de la especialidad, de la nacionalidad, de las etnias, de las culturas, de las filias y de las fobias. Esto es establecer un campo, un espacio lo más amplio y plural posible, que genere un foco permanente de debate en términos que son en un sentido de transición y del otro de fragmentación. En definitiva para la Red y para quienes formamos parte de ella, no a la totalidad sino a la mayoría, el desafío es plantearnos construir nuevos paradigmas historiográficos para el siglo XXI. Y el Manifiesto es el primer paso formal dado en esa dirección. Aún cuando como tendrán seguramente ocasión de hacer aunque más no sea una ligera referencia, no necesariamente todos compartimos la totalidad de los supuestos, de los principios y de las proposiciones que se están formulando. Esta preocupación de la red gira en torno a cuestiones bien específicas que hacen a la metodología de la Historiografía y la teoría de la Historia, tanto como a la práctica renovada de la investigación historiográfica, a la divulgación histórica, a la docencia o a la enseñanza de la Historia en los distintos ámbitos o niveles de Enseñanza Primaria, Secundaria, Universitaria y también a los problemas académicos, profesionales, etcétera, como así mismo un fuerte compromiso o una apuesta muy fuerte a la recreación del compromiso de los historiadores y por extensión de los científicos sociales con las sociedades en las que viven. En buena medida Historia a Debate es un taller de experimentación y puesta al día en todo lo relativo al uso crítico y reflexivo de las fuentes, a la búsqueda de nuevas fuentes para la investigación historiográfica, a la búsqueda de nuevas teorías, de nuevos enfoques y de nuevas propuestas de investigación. En consecuencia un campo amplísimo en el que hay mucho por hacer con la intención además de no hacer tabla rasa del pasado historiográfico sino tratar de recuperar de ello lo mejor que ha producido durante los siglos XIX y XX. Durante 8 años, desde 1993 a 2001, quienes formamos parte de la red comenzamos a intensificar contactos, reflexiones y debates a través de esos tres medios, los congresos presenciales, el intercambio vía correo electrónico y las otras formas de acceso a Internet y la encuesta dirigida a buena parte de la comunidad historiográfica del mundo occidental, buscando aunar criterios que definieran de algún modo qué es lo que la Red está dispuesta a proponer en esta discusión sobre la construcción de nuevos paradigmas. Y así es como surgió el Manifiesto.

Es un conjunto de 18 propuestas metodológicas, historiográficas y epistemológicas que quedó concluido hacia agosto-setiembre de 2001 y se decidió difundir por una casualidad el 11 de setiembre de ese año. Finalmente, que hasta ese momento como referencia simbólica el Manifiesto tomaba en consideración 1989, que es, como todos ustedes saben, una fecha símbolo de los cambios producidos en la historia del tiempo presente. Pero esta casualidad, que la divulgación a través de Internet del Manifiesto Historia a Debate coincidiera con la caída de las Torres Gemelas, impactó profundamente en ese plano simbólico justamente con la sensación de que caían, se volvían vulnerables ciertas certezas, ciertas tendencias fuertemente instaladas y que se abría una etapa nueva, con quizás muchas más incertidumbres que las que habían caracterizado al período precedente.

Estas 18 propuestas que definen al Manifiesto, se agrupan en diferentes campos, el primero de los cuales es la metodología. Les voy a hacer un ligero punteo de las propuestas metodológicas, etc, simplemente a modo recordatorio o para dar una información sumaria sobre el mismo y después daré una ligera referencia a algunos puntos que me parece importante destacar del Manifiesto.

La primer propuesta que el Manifiesto hace es la de reivindicar una ciencia con sujeto. Y esto , así como se enuncia fácilmente, supone uno de los problemas más serios y complicados que tiene no solamente la Historiografía sino el conjunto de las Ciencias Sociales, que es cómo se relaciona, cómo se articula lo que es sujeto y objeto, estructura-coyuntura, estructura-acción humana, como quieran. Un problema que viene clásicamente planteado en el seno de las Ciencias Sociales y que por lo general se ha solucionado de modo pendular, o una primacía del sujeto o una primacía de la estructura y del objeto, o una primacía del sujeto y en consecuencia de las subjetividades que en el fondo buena parte de la preocupación central de la Sociología Histórica proviene precisamente de la intención de superar esta dicotomía tan clásica. Los últimos 25 años del siglo XX se caracterizaron por un retorno a la primacía de la subjetividad, esto al punto tal que las estructuras se diluyeron por completo y en muchos casos aparecía como propuesta metodológica para el estudio de las sociedades nada más que los puros sujetos.

La segunda propuesta metodológica del Manifiesto, es la reivindicación de una nueva erudición que apunta en verdad a tener en cuenta la necesidad de ampliar, modificar, el concepto de fuente histórica y la documentación no estatal, esto es la búsqueda de nuevos elementos, de nuevos indicios que permitan avanzar en la investigación historiográfica no haciéndola depender exclusivamente, como en la versión “rankeana”, de la documentación oficialmente consignada en los archivos. Como Uds. saben la memoria que se consigna en los archivos estatales, en los archivos públicos, es la memoria del poder, pero queda fuera de él un conjunto de producción de las acciones de otros sectores importantísimos de la sociedad que por lo general no son tan fáciles de relevar y en consecuencia de trabajar. Es cierto que esto no es una novedad. Durante buena parte del siglo XX han habido fortísimos intentos de construir nuevas fuentes y nuevas formas de utilizar las fuentes desde las clásicas proposiciones de los Annales de Lucien Febvre y Marc Bloch retomadas luego por Fernand Braudel hasta las reivindicaciones de la historia de género, de la historia desde abajo, de las clases populares, de las historias post coloniales, etc. Se trata también de recuperar como fuente para el análisis historiográfico lo que se llaman los silencios, esto es aquello sobre lo cual los testimonios disponibles no hablan, pero de lo que se sabe que ha ocurrido y que en consecuencia también constituye un problema a develar. La historia de las mujeres, la mal denominada historia oral, la historia ecológica, la historia mundial global, que son tendencias que se han desarrollado en las últimas décadas han contribuido fuertemente a esta renovación de las fuentes y, en consecuencia, el Manifiesto apunta a rescatarlas y a seguir avanzando en esa dirección.

La tercera propuesta metodológica, es la necesidad de recuperar la innovación para crear, no solamente un nuevo paradigma historiográfico, sino también para la búsqueda en los métodos, en los temas, en las preguntas, en las respuestas; hacer que la Historiografía retome este carácter de replantear permanentemente las preguntas que se le hacen al pasado y al presente.

El cuarto presupuesto metodológico, es la reivindicación de la interdisciplina, la de bregar por incrementar la interdisciplinaridad de la Historiografía en un balance equilibrado de participación de las disciplinas que se apunta a vincular. La idea es que en el campo de las Ciencias Sociales, hay un vasto archipiélago, que además se ha extendido al propio campo de la Historiografía. Hoy, en realidad, no es bueno hablar de Historiografía sino de multiplicidad de historiografías. Es tal la magnitud de la fragmentación, que ha convertido a la disciplina en un conjunto de islas a menudo más separadas que vinculadas entre sí y en ese sentido la propuesta de la red apunta a unificar, a comunicar, a vincular estas islas de ambos archipiélagos, el exclusivo de la Historiografía y aquel que la vincula con las otras Ciencias Sociales. Esto implica también apostar a las ventajas y a los beneficios que tiene el intercambio de métodos, de técnicas y de enfoques y no sólo para reivindicar el carácter de Ciencia Social de la Historia, un carácter que fue fuertemente cuestionado en los paradigmas del último cuarto de siglo XX, sino también tender puentes crecientes hacia la Filosofía, que es una dimensión que se olvidó en la práctica historiográfica y con las Ciencias de la Naturaleza. Hay una necesidad creciente de una articulación con este campo que es el resultado de la complejidad que va adquiriendo el mundo en el tiempo actual. En el punto de la interdisciplinaridad hay unas cuantas coincidencias, y hay algunos puntos de diferencia que señalo rápidamente al pasar porque tratarlo nos llevaría más tiempo del que tenemos asignado. Algunos no creemos ni en la interdisciplinariedad ni en la multidisciplinaridad, creemos más bien en la necesidad de trabajar en el campo de la transdisciplina en el sentido que lo formuló Pierre Bourdieu, o quizás más exactamente en el proceso de hibridación de disciplinas. Pero ésta es, en todo caso, una discusión abierta y la idea que nos guía independientemente de la posición que tengamos al respecto es la necesidad de recuperar la dimensión científico social de la Historiografía al mismo que tiempo establecer un diálogo permanente con las otras disciplinas.

El quinto presupuesto metodológico del Manifiesto del 11 de setiembre, apunta contra la fragmentación, y esto se relaciona con dos cuestiones: Una, a la que hacía referencia recién, con la metáfora del archipiélago y por la otra, con recuperar una cuestión que se dio rápidamente como frustrada sin hacer un balance acerca de si, efectivamente, habría habido frustración y si la había habido, por qué razones y si efectivamente lo que se hizo con ese nombre se adecuaba a la proposición inicial. Me refiero a la idea fuertemente difundida en los años sesenta y en alguna medida en los 70 de la llamada historia total. Que como Uds. saben, fue fuertemente cuestionada por las tendencias que luego predominarían durante las décadas de 1980 y 1990, sea en su vertiente posmoderna o sea en su vertiente neorankeana. La idea de que la historia total se había convertido en una imposibilidad tiró al trasto de los instrumentos historiográficos esta idea. Desde Historia a Debate pensamos que esta cuestión debe ser retomada, debe ser recuperada y que debe serlo probablemente en un sentido y en un campo probablemente diferente al que se había planteado en los años 60, porque en el interín se ha producido una transformación profunda de alto impacto en el conjunto del mundo, especialmente a partir de esta nueva expansión del capitalismo a escala planetaria. Para definir esta etapa de mundialización o globalización que se atraviesa en la actualidad, la idea entonces de que en un mundo globalizado, mundializado, la recuperación de la necesidad de interaccionar nuestro objeto de estudio en una escala más reducida, local, nacional, regional, con la mundial aparece como absolutamente necesaria e incluso imprescindible. Se trata entonces de hacer converger la investigación histórica atravesando espacios, géneros y niveles de análisis, a esto apunta esta idea del presupuesto contra la fragmentación buscando adoptar lo global como nuestro punto de partida, no como un horizonte utópico al que hay que llegar sino como punto de partida. Esto es, no podemos analizar, por pequeña que sea la dimensión espacial de nuestro objeto de estudio, si no lo insertamos en este proceso global. Esto es por cierto mucho más necesario en cuanto nos referimos a temas de la historiografía del tiempo presente.

El segundo núcleo de propuestas del Manifiesto, se refiere a la Historiografía, y en ese sentido la sexta proposición se refiere a la tarea historiográfica y con esto se quiere señalar que es necesario estudiar a las historiadoras y a los historiadores por lo que hacen y no por lo que dicen. De algún modo es una propuesta de retomar un análisis y un estudio más exhaustivo de las diferentes historiografías y las prácticas historiográficas. Esto es un punto importante en la idea de reconstruir los paradigmas con los cuales trabajan los historiadores (explícita o implícitamente señalados y asumidos por ellos) y en consecuencia por qué aparece la necesidad de un nuevo paradigma.

La séptima proposición se ubica en el campo de la historiografía y no en el de la metodología. Esta idea de la historiografía global, tiene mucho que ver con la constatación de que hay hoy una iniciativa historiográfica que está al alcance de todos mucho más de lo que estuvo en el pasado, y esto es uno de los grandes logros que ha permitido Internet. Hasta los años 60, 70 incluso 80, los grandes referentes en el campos de las Ciencias Sociales, y la Historiografía entre ellos, por lo general, provenían del mundo europeo o norteamericano-canadiense, aún cuando las Ciencias Sociales latinoamericanas hicieron innovadores aportes especialmente en el campo de la Sociología y la Historiografía Política. Los grandes paradigmas en el conjunto de las disciplinas, y la Historiografía en particular, provenían de los países centrales. En el caso de la historia, Uds. lo recuerdan, los Annales de origen francés o el impacto de la Historia Social Marxista británica. Aquí lo que se constata es, precisamente por esta democratización que permite Internet, que hay una mayor posibilidad de que historiografías hasta entonces consideradas periféricas, como las latinas y ,en particular las latinoamericanas, empiecen a tener una presencia cada vez más fuerte en el interior de las comunidades académicas internacionales. Eso permite crear ( y esto es otro dato novedoso) una comunidad transnacional, que se construye día a día, de personas que se comunican entre sí y con el conjunto a veces diariamente utilizando este instrumento novedoso que nos ha brindado la revolución tecnológica.

La octava propuesta, es la de la reivindicación de la autonomía del historiador, lo que supone recuperar no sólo la autonomía sino lo que alguno una vez llamó el espíritu crítico de los científicos sociales, y en este caso de los historiadores en particular, respecto del poder, respecto del Estado, respecto de las instituciones académicas que constituyen en sí un factor de poder muy fuerte y que muchas veces orientan, definen, deciden qué es lo que hay que investigar, cómo hay que investigar y con qué recursos. En consecuencia, la convicción de que hay que recuperar un campo en el que se permita la reconstrucción de tendencias, de asociaciones, y de comunidades que giren más bien alrededor de proyectos historiográficos comunes definidos por la temática, las propuestas teórico-metodológicas, etc., antes que las conveniencias del poder.

La novena propuesta, es el reconocimiento de las tendencias. Esto es admitir que en el campo historiográfico hay un conjunto bastante amplio y creciente incluso de diferentes tendencias, tanto teóricas, metodológicas, epistemológicas, que no tienen por qué imponerse unas sobre las otras, sino que en la interacción, en el diálogo, pueden ayudarnos a construir un campo de conocimiento crecientemente superior.

La undécima propuesta, es una reivindicación de la historiografía digital, esto es a tomar a Internet como una poderosa herramienta contra la fragmentación del saber histórico, utilizándola no como un panacea para todos nuestros problemas sino como un instrumento más; que como todo instrumento hay que aprender a manejarlo y a manejarlo bien. Seguramente, esto que ya se llama la historiografía digital o el campo científico social digital, va a seguir siendo complementario y/o complementado con las manifestaciones tradicionales clásicas que todos conocemos en materia de investigación, difusión, intercambio académico y enseñanza.

La duodécima propuesta, apunta a destacar la importancia del relevo generacional. Buena parte de todas las tendencias predominantes en la Historiografía actual están definidas por hombres y mujeres nacidos en el final de la Segunda Guerra Mundial o en la posguerra. Es decir, un conjunto de hombres y mujeres que están próximos a su jubilación y ,en consecuencia, genera un campo de relevo muy importante. Pero no solamente por el hecho biológico de que unos ceden el lugar a otros, sino que quienes están hoy ocupando los lugares en el grueso de las instituciones académicas lo están habiendo tenido un alto grado de responsabilidad en estos cambios que han ido fragmentando a la disciplina y, por tanto, esto genera un desafío formidable. En definitiva, el problema no es un problema de edad solamente. El Manifiesto señala muy bien que, en realidad, este es un dato importante porque hace al relevo absolutamente necesario, independientemente de la voluntad de cada quien, sino al hecho de que todas estas innovaciones que se han estado produciendo han generado un fenómeno especialmente significativo. Hay historiadoras e historiadores mayores en términos de edad que son absolutamente innovadores, permeables, y que han adherido fuertemente a todas las tendencias innovadoras mientras que hay jóvenes que en cambio actúan en el campo de la disciplina con la mentalidad tradicional que tienen muchos de aquellos que son biológicamente mayores. Insisto, no es consecuencia solamente un problema de edad sino de cómo, en este relevo generacional, se hace cargo de este conjunto de innovaciones que se han estado produciendo en las últimas décadas y esto es algo que atañe tanto al campo de la investigación cuanto al campo de la enseñanza de la historiografía en todos los niveles en los cuales ella se realiza.

El tercer campo que abarca el Manifiesto, es el de la teoría y la tesis o la propuesta decimotercera retoma ahora en este otro plano de la reflexión teórica algunas cuestiones señaladas en algunas de las proposiciones anteriores, como por ejemplo pensar el tema, las fuentes y los métodos ; las preguntas y las respuestas; el interés social que puede tener una investigación dada; o el modo de enseñar un tema dado y las implicancias teóricas que derivan de ello. Se trata, al mismo tiempo, de combatir una tendencia que tiene un cierto grado de aceptación, esto es, una especie de división del trabajo según el cual la Historiografía provee de datos, la información empírica, y otras disciplinas, en cambio, proveen el marco teórico o marco conceptual. En esto, hay un apuesta fuerte por la necesidad de recuperar el uso de la teoría en la investigación y en la enseñanza historiográfica, al mismo tiempo que la información empírica.

La catorceava propuesta, es la de los fines de la historia y aquí se trata de una propuesta abierta al futuro que supone discutir sobre la responsabilidad de las historiadoras y los historiadores en relación al mundo en que vivimos, a los problemas que este mundo presenta y a la posición que cada uno tiene frente a los problemas cotidianos de nuestras sociedades. En un sentido, esto apunta a retomar un problema clásico fuertemente denostado en la última parte del siglo XX, que es la idea de progreso. La idea de progreso se entiende en el Manifiesto como un concepto, como una idea que debe ser rediscutida, no para retomarla en los términos clásicos en que la elaboró la Modernidad como una línea ascendente, ni tampoco para tirarlo al trasto como han hecho las corrientes posmodernas.

El cuarto núcleo de propuestas se refiere a la sociedad. La propuesta decimoquinta es la reivindicación de la Historia y ,especialmente, la función ética de la Historia y en general de las Ciencias Sociales en la educación de los ciudadanos y en la formación de las conciencias de las diferentes comunidades, sean ellas nacionales o supranacionales, como todo tiende a indicar que va a ocurrir en el futuro inmediato o está ocurriendo ya en algunos casos como es el de Europa Central y Occidental.

La proposición decimosexta reivindica la necesidad del compromiso con las causas sociales o políticas que ocurren en el mundo de hoy, en defensa de ciertos valores universales como la educación, la salud, la justicia y la igualdad, la paz y la democracia. Se trata también de combatir la idea de que existe una sola verdad, pero también combatir la idea de que no hay verdades, que es otra de las consecuencias que derivaron de la primacía de las corrientes denominadas posmodernas.

La propuesta decimoséptima, retoma una cuestión que también ha sido olvidada que es la de la articulación de presente con futuro. La idea es que los historiadores no pueden escribir la historia al margen del tiempo vivido y del fluir permanente de este vivir. El Manifiesto no lo plantea de esta forma pero a mí me parece, que uno podría plantear que toda la preocupación historiográfica que gira mayoritariamente sobre el pasado ahora con una fortísima reivindicación del tiempo presente apuntaba sobre todo a encontrar en el claves explicativas que permitieran proyectarnos hacia el futuro y esto es que la clave de nuestras indagaciones aunque se centraran en el pasado y en el tiempo, en realidad estaban apuntando hacia el futuro. Esta idea entonces de rearticular pasado, presente y futuro que las corrientes posmodernas cuestionaron fuertemente, parece que deberían retomarse en una clave distinta de la que se consideró en las décadas o los paradigmas anteriores.

Y de ahí, en consecuencia, que la decimoctava propuesta sea la culminación de lo anterior en la idea de proponer la necesidad de construir un nuevo paradigma. Paradigma utilizado en el sentido de Khun, es decir, un conjunto de proposiciones, valores, cuestiones que una comunidad académica determinada comparte mayoritariamente en un cierto momento; que este paradigma se construye de un modo colectivo y haciendo especial hincapié a la posibilidad de recuperación de lo mejor que produjeron las corrientes predominantes.

Déjenme terminar señalando tres rasgos importantes para la construcción de un nuevo modelo de relaciones historiográficas internacionales que estén en consonancia con el tiempo presente, éste que se incrementa por la continua multiplicación de los diferentes mecanismos de intercambios multiculturales digitales, etc. El primero de estos rasgos de un nuevo modelo de relaciones historiográficas internacionales se refiere a un intercambio y multilateralidad de reflexiones, investigaciones y experiencias historiográficas y esto incluye las experiencias didácticas o pedagógicas, esto es de enseñanza de la Historia entre países y continentes. La idea es que estos intercambios no deberían estar determinados por la superioridad económica de un país sobre otro. Y éste es un punto muy importante y aunque a menudo no se lo tiene en cuenta, guarda relación con una de las proposiciones hechas por la Comisión Gulbenkian para la renovación de las Ciencias Sociales. Ustedes saben que en el contexto intelectual hay una lengua franca que es el inglés, a veces acompañada por el francés. Pero en general, congreso que se haga en cualquier lugar del mundo, la lengua oficial es el inglés. Hay algunas paradojas terribles cuando se hizo uno de los congresos de la Asociación Internacional de Sociología en Madrid, España, el idioma oficial del congreso era el inglés. Cuando se hizo uno de los Congresos de la Asociación Internacional de Ciencia Política en Buenos Aires, el idioma oficial era el inglés.

Entonces, un conjunto importante de científicos sociales ha empezado a protestar fuertemente contra esto, y la Comision Gulbenkian para la renovación de las Ciencias Sociales hizo suya la necesidad de recuperar a cada idioma que se habla, como idioma oficial en cualquier congreso que se haga a nivel del mundo. No forzar a nadie a expresarse en un idioma que no sea el suyo y ,mucho más, cuando el congreso se hace donde el idioma oficial o ,el idioma predominantemente hablado, no es el inglés. Parece una trivialidad pero, sin embargo, esto hace a la idea de combatir la predominancia de un país sobre otro, y esto implica cuestiones económicas, políticas, lingüísticas, etc.

El segundo rasgo es el del multiculturalismo historiográfico. Esto apunta a la idea de lo que algunos han llamado un plan de mestizaje en el terreno de la equidad entre diferentes historiografías nacionales sin que tampoco una de ellas sea predominante sobre otras y esto significa un giro importante respecto de algunas de las cuestiones o formas que predominaron en el pasado.

Y el tercer rasgo de esta nueva propuesta, gira en torno a la necesidad de utilizar en la constitución de este nuevo modelo de relaciones historiográficas nacionales es el trabajo en red. Porque el trabajo en red lo que hace, en primer lugar, es un intercambio rápido en el tiempo y económico en materia de utilización de recursos, para facilitar el conocimiento entre colegas ubicados en diferentes lugares del mundo. Ustedes saben que la velocidad y sobre todo la economía del traslado de información por la vía digital, suple los problemas que a veces ocasionan en materia de recursos económicos no sólo la participación en un congreso sino también el envío de información, documentación, etc. Hay algunos historiadores que están planteando, además, la necesidad de utilizar Internet como un ámbito en el cual no sólo circule y puedan ser bajadas y consultadas las producciones de los distintos científicos sociales, sino también como un lugar idóneo para construir archivos virtuales para las cuestiones que pueden interesar a distintos historiadoras e historiadores del mundo. Eso es material que cuesta mucho conseguir publicado, aún en algunos casos que han sido de bonanza económica, que puedan estar en la red al alcance de todo el mundo. Los británicos hicieron en este sentido una contribución monumental cuando pusieron en la red, a disposición de todos los interesados en el estudio de la época de Felipe II de España, todo el archivo que digitalizaron tomándolo de los archivos españoles. Cosas como ésta, efectivamente, se pueden hacer y contribuirían a resolver algunos de los grandes problemas.

Hay sin duda muchísimas más cosas para señalar pero yo he querido simplemente, en el lapso de tiempo disponible, y quizás excediéndome un poco en él, plantearles las dieciocho propuestas que el Manifiesto ha señalado. Son propuestas abiertas a la discusión. El Manifiesto no está cerrado, seguramente va a ser revisado en algún momento. Algo discutiremos en el Congreso de Santiago el año que viene y todos los comentarios que están llegando cotidianamente a la red por parte de los intervinientes, indican que seguramente tendremos una renovación importante.

Muchas Gracias.

 

Moderador. -Quiero destacar especialmente la generosidad del Dr. Ansaldi para disponer de su tiempo para venir a esta reunión a discutir y a presentar el Manifiesto de Historia a Debate. Por otro lado les recuerdo que el Manifiesto fue publicado en “La Gaceta” de Agosto y está disponible en la página web de la Asociación de Profesores de Historia.

Vamos a seguir por orden alfabético con la Prof. Raquel García Bouzas. La Prof. García Bouzas es profesora de Historia, tiene una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Humanidades, es Inspectora y Directora del Instituto de Historia de las Ideas de la Facultad de Derecho, y participó en el 2do. Congreso de Historia a Debate en Santiago de Compostela.

 

Raquel García Bouzas. -Muchas gracias. Es para mí muy importante encontrarme con los profesores de Historia que he conocido durante mucho tiempo y con algunos nuevos que no conozco, muchos que no conozco. Reitero la idea que acaba de decir Carlos, de que sigo siendo docente de Historia. Pero en esta ocasión voy a aprovechar para hacer un planteo sobre la especialidad que, luego de mi abandono de la Enseñanza Secundaria, asumí digamos que full-time, que es la Historia de las Ideas. Es una disciplina que de alguna manera encaja muy bien en las reflexiones que acaba de hacer el Dr. Ansaldi y que también tiene que ver con una parte fundamental del Manifiesto.

La Historia de las Ideas como Uds. saben, es una disciplina que de alguna manera puede considerarse como una disciplina histórica en donde hay una filtración fundamentalmente de la Filosofía (uso el término que acaba de utilizar el Dr. Ansaldi), pero es una disciplina histórica. Lo que voy a plantear es lo siguiente: tres ideas del manifiesto que yo quiero conectar entre sí.

Un balance de hasta dónde el relacionamiento de la Historia con las Ciencias Sociales puede ser evaluado luego de décadas de esos intercambios entre la Historia y las llamadas Ciencias Sociales.

Segundo punto, la posibilidad de, en un nuevo paradigma de un relacionamiento realmente fuerte con una disciplina que no es una ciencia, que es la Filosofía, y hasta dónde ese abandono vamos a pagarlo de alguna manera. Hay un retraso notorio en la producción, donde somos todos responsables y me siento yo especialmente responsable como especialista en la disciplina. Es decir, la Historia de las Ideas es una disciplina que ha quedado relativamente estancada y que es necesario reasumirla dentro de las ideas de este nuevo paradigma.

Y el tercer punto al que me voy a referir es el de la función ética de la Historia, en donde creo que la conexión entre Historia y Filosofía nos puede llevar a ciertos cambios de algunas reglas que hemos considerado, hasta ahora, como reglas in cuestionadas de la investigación histórica pero que, para que realmente la Historia asuma una función ética, tendríamos que revisar.

Así que me voy a referir en primer lugar a la idea de la interdisciplinariedad con las Ciencias Sociales, teniendo en cuenta que, como acabamos de escuchar, esa interrelación se basa fundamentalmente en el hecho de que hay disciplinas que han desarrollado ampliamente sus teorías, sus metodologías y han ampliado sus preguntas y la Historia ha resultado, digamos, por un lado una cantera de la cual se han extraído datos empíricos para sustentar esas teorías y por otro lado han resultado preguntas en la función propiamente historiográfica de los historiadores que han usado las preguntas de las Ciencias Sociales a los efectos de llevar adelante sus investigaciones. Creo que hay en este momento una tendencia a mirar críticamente ese interrelacionamiento entre la Historia y las Ciencias Sociales. Yo me voy a referir, fundamentalmente, a la Ciencia Política porque es de ahí que quiero extraer luego el relacionamiento con la Filosofía.

La Ciencia Política, en general, se manifiesta con una metodología muy fuerte que es indudablemente muy atractiva para cualquier investigación histórica, y que hace ya décadas trabaja con un sistema relativamente digamos… voy a usar la palabra simple, perdón, no simple por simpleza sino simple por claro, en donde, en general, los historiadores trabajan con la idea de Estado, sociedades, gobierno, poder, individuo, etc. Todo eso que ha producido una enorme bibliografía está llegando a un punto que podemos pensar si realmente va a dar más. Yo creo que, de alguna manera, el hecho de que nos vinculáramos tanto con las Ciencias sociales residía en que estábamos convencidos de una visión epistemológica determinada. Estábamos convencidos de que la metodología era lo que daba realmente validez al conocimiento y que cuanto más rigurosa fuera la metodología más seguro era el conocimiento. Y había ciencias que tenían un desarrollo teórico tan avanzado que indudablemente resultaban para el historiador un, así lo llamábamos, encuadre teórico, un sustento teórico sobre el cual el historiador podía trabajar con sus datos empíricos. Es decir, encuadrar esos datos, darles una interpretación y llegar entonces a una hipótesis. Por supuesto, que creo que la Historia tiene en este momento una riqueza tan grande que de ninguna manera vamos a hablar de dejar una cosa para hacer otra, simplemente lo que quiero decir es que podemos hacer otras, por ejemplo, reelaborar la fuerza de esa idea de que la epistemología es la que nos da la seguridad que proviene en general de los sociólogos. Fíjense que Giddens, llegó a afirmar que cuanto más fuertemente las investigaciones de los filósofos están epistemológicamente orientadas, tanto más frecuentemente tienen que acercarse al proceder teórico y empírico de los científicos sociales. Es decir que para Giddens, la conexión entre Filosofía y Ciencias Sociales es a través del método, a través de la epistemología. La Filosofía daba la epistemología sobre la cual luego las ciencias sociales iban a sustentar sus propias epistemologías. Para muchos teóricos sociales, la Filosofía fue fundamentalmente epistemología. Las aproximaciones recíprocas entre ambos saberes estuvieron marcadas por el interés metodológico y, por el contrario, sus alejamientos actuales tuvieron que ver con las nuevas preocupaciones de la sociología por la interpretación de la sociedad contemporánea, su trayectoria de desarrollo y su posible futuro. Estas preocupaciones teóricas orientan las investigaciones de las Ciencias Sociales hacia el terreno de la ciencia política y generan nuevos objetos de estudio, incluyendo historias ficticias de comunidades marginadas dentro de un determinado dominio intelectual que atribuye la construcción de la teoría política y en el cual lo que cuenta no es lo que se recuerda institucionalmente sino lo que se olvida en la organización del pasado.

La Ciencia Política es, en gran medida, un estudio del ejercicio de la coerción de la aplicación de la fuerza y de su posible legitimación. Su objeto de estudio, es la estructura de los sistemas políticos, la utilización de estos modelos para emitir juicios valorativos sobre las ventajas de sistemas distintos, según ciertos criterios normativos generales, y la fundamentación de una antropología hipotética derivada de la exigencia de justificación filosófica, porque el poder coercitivo no es moralmente defendible en sí mismo. Necesita una argumentación que exprese la validez del uso de la fuerza en base a fines de interés colectivo. Señalamos ,entonces, dos conclusiones del carácter del relacionamiento entre Ciencia Política e Historia. Primero, que no existe relación entre esta teoría de las funciones del gobierno y la relación empírica de los orígenes históricos del Estado, que ha surgido por la fuerza de los que tienen más poder para explotar a los menos organizados, más que para aportar beneficios al bienestar colectivo.

Segundo, que desde el punto de vista de la teoría el enfoque ético de la política y de las instituciones ha dejado de sernos familiar. Sin embargo, para la Historia de las Ideas, esto no siempre ha sido así. Los filósofos han proyectado miradas desde la ética hacia las instituciones sociales y ,en particular, sobre el orden del derecho y del Estado. Han construido sus teorías desde el punto de vista de la justicia política, demostrando el carácter irrenunciable de la idea de justicia y dejando en claro que la legitimidad de la coerción estatal y jurídica reside en considerarla teniendo en cuenta principios de justicia. Al avanzar el siglo XX, los grandes autores se interesan prioritariamente por la teoría social, la hermenéutica y la teoría de la ciencia y dejan a los juristas el estudio de las instituciones de derecho y del Estado, sin dejar la Filosofía y aún continuando desarrollos de la Filosofía Política, han abandonado todo impulso hacia la argumentación ética. Se consolida el dominio del positivismo y del historicismo y recién a partir de las décadas de los 60 y 70, se reanuda el debate teórico bajo el impacto de la teoría crítica y del estructuralismo. Productores de profundos análisis críticos del estado capitalista con temáticas relacionadas con las clases sociales, el papel de la ideología, etc., los teóricos avanzaron en la década de los 80 en el debate sobre el rol del Estado, la mercantilización de relaciones sociales, la cultura de masas y el consumismo, el imaginario individualista e intimista y continuaron insistiendo en la vigencia de la discusión sobre los procesos de regulación social, el papel del capital y del trabajo, la discutible primacía de la economía, la naturaleza de las transformaciones culturales del capitalismo y la de los cambios en el movimiento obrero. En el plano más abstracto, se trata de discutir sobre la tensión entre teoría y realidad, sobre la capacidad de los individuos y la sociedad civil para cambiar las estructuras y transformar a la sociedad.

Volvemos a la temática propia del debate intelectual de nuestra generación del 900, a la Filosofía Política. Nos encontramos ahora en una nueva situación en que, como dice Boaventura de Souza Santos, por primera vez la crisis de regulación social corre a la par con la crisis de emancipación social, dentro del nuevo paradigma de posmodernidad inquietante. Crisis de las normas y crisis de la libertad, determinan la existencia de realidades históricas injustas. El grado de injusticia en el orden social puede ser un objeto de estudio para los historiadores. Dicho objeto aparece con una complejidad creciente visto desde el ángulo de las Ciencias Sociales, dado que ellos nos conducen hacia sueños de utopías caóticas en que no hay ningún sujeto histórico privilegiado.

Desde el punto de vista ético, los protagonistas son todos lo que ven sus vidas supeditadas al poder que otros ejercen sobre ellos y en los que la conciencia de la opresión y la explotación alimenta a los movimientos sociales, cuya lucha asegura paradójicamente la paz en muchas situaciones reales.

Sin las demandas de la sociedad civil organizada los desequilibrios llevarían más probablemente a la guerra. El punto central del debate es el de la justicia de las instituciones y de las prácticas sociales. En él podemos intervenir con nuestra producción como historiadores comprometidos en el cambio social, pero siempre que en el conjunto de nuestra acción intelectual, entendida a la vez como investigación, como difusión,como reproducción en el ámbito docente, no abandonemos y ,por el contrario, ahondemos, nuestras reflexiones sobre la relación ética entre individuo y sociedad. Sin haber agotado aún las posibilidades que los temas referidos a la vida privada, a la forma del poder reflejada en la sensibilidad, la economía y la sociedad, el papel del estado y los partidos políticos, y tantos otros que han enriquecido nuestra historiografía, podríamos orientar también nuestro trabajo hacia un tema que nos convoca desde la gente: el de la justicia de las convenciones sociales y de las instituciones, por el camino que ya ha sido abierto por la historia referida al género y por la que se ha producido en relación con la moralidad privada ampliándolo y reconduciéndolo hacia la reflexión de lo político y hacia el estudio de los criterios históricos públicos sobre ética y moral.

Hay otro rumbo en el que la Historia puede involucrarse con las humanidades y es por medio del enfoque antropológico. Yo estoy hablando de Humanidades y no de Ciencias Sociales, en primer lugar porque la Filosofía no es una ciencia y no es una ciencia social. Es decir, que la primer novedad de esta propuesta de interrelacionamiento entre la Historia y la Filosofía es la propuesta de un conocimiento esencialmente empírico que toma contacto con un a disciplina abarcadora, una disciplina que de alguna manera se conecta con todas las otras. Entonces, como la Filosofía no tiene criterios absolutos, gracias a esa liquidación de criterios absolutos, tanto la Filosofía como la Historia plantean criterios de verificación relativas en ese encuentro recíproco. En la interrelación entre Filosofía e Historia puede transitarse en un camino en que el método empírico aporte datos de conocimiento que permitan, a su vez, un alto nivel de interpretación argumentativa. En esta propuesta dentro del campo de las humanidades, el nivel de mayor abstracción teórica asciende al plano filosófico entre los postulados de la escuela de la sospecha, lo positivo y normativo lo relativo y lo absoluto, los hechos empíricos y los juicios de valor.

Y ahora llego al último punto. En qué sentido puede ser que la historia pueda tener un contenido relacionado con los valores, superando las oposiciones entre juicios fácticos y juicios de valor. A pesar de la abundante producción crítica que desató la corriente weberiana de hace un siglo, exigiendo que los valores no entraran de contrabando en el discurso científico, algunos investigadores siguen sintiéndose vigilados por la crítica metodológica que exige la prueba tanto en el conocimiento empírico como en la interpretación valorativa, dando así nueva vida al positivismo filosófico tanto histórico como jurídico, en especial en el estudio de las instituciones. Para poder construir una función ética de la historia en defensa de los valores universales, para lo que habría que ingresar en los argumentos de la polémica filosófica entre visiones éticas universalistas y particularistas, deberíamos admitir que nuestro discurso se impregna de la argumentación y diversidad analítica de la teoría de la justicia. No me refiero a la teoría liberal de la justicia, sino de la justicia como objeto de investigación y a la justicia social, la justicia institucional, los derechos de vida, libertad, igualdad, participación. Eso significa más bien una historia de la injusticia.

Y la última reflexión que voy a hacer, es que todo esto me ha inspirado una relación entre el discurso que ayer hizo Nahum y el que yo ya tenía por escrito y pensaba decirles hoy. Creo que si Uds. conectan ambas cosas les va a quedar bastante claro, no sólo que comparto casi todo lo que dijo Nahum, sino que creo que justamente es interesante, es lo que estoy haciendo en este momento, dado que también se dijo que teníamos que presentar las nuevas investigaciones, una historia de los criterios públicos de la justicia de los uruguayos y creo que sí, que hay un modelo y creo que sí hay un debate y creo que hubo un gran debate que fue de alguna manera el que protagonizaron los intelectuales del 900. Esa generación del 900, que la literatura nos hizo conocer parcializando el enfoque hacia los contenidos literarios, dejó totalmente afuera el debate que hoy nos puede interesar sobre la justicia que fue el que esos mismos autores protagonizaron. Muchas gracias.

 

Moderador -Sigue en orden Aldo Marchesi, profesor de Historia, egresado del I.P.A., investigador del Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos (FHCE) y del Instituto de Ciencia Política (FCS), docente en Enseñanza Secundaria y en la Universidad, estudiante del posgrado del CLAEH.

 

Aldo Marchesi – Básicamente, a lo que me voy a referir va a ser al Manifiesto en sí, si bien a partir de lo que planteó Waldo hay elementos que uno puede tomar una apertura mayor para analizarlo, el tema del contexto en el cual se realizó, quiénes participaron, las intenciones de la propuesta. En principio, podría decir que comparto básicamente las intenciones y la convocatoria al diálogo que genera una iniciativa de este tipo en el sentido que es la promoción de un diálogo en torno a ciertos problemas que hoy parecen claves en la historiografía más actual y el reconocimiento de que como en el mismo Manifiesto se habla de que es necesario un cambio de giro (se utiliza el término giro para otra cosa en el Manifiesto), pero que, en el comienzo del siglo XXI parece estar presente en varios lados la idea de que ciertas formas de pensar, ciertas maneras de hacer la historia que tuvieron mucho que ver con las últimas dos décadas del siglo XX ya no son tan persuasivas, ya no son tan verosímiles. En ese sentido, comparto ciertos elementos. Sin embargo, la propia ideal del Manifiesto me genera problemas. Yo estaba repasando en qué tipo de comunidades académicas había visto manifiestos, es decir, el objeto manifiesto. Esta idea de puntuar las cosas que se deben hacer, y conozco fundamentalmente en el campo del arte, en el campo de la Historia realmente no conozco muchas iniciativas de ese tipo y tiene ciertas virtudes un texto de ese tipo en el sentido de que sintetiza, condensa, pero a la vez tiene ciertos problemas en el sentido de que yo creo que la posibilidad de salir de ciertas trabas que hoy tiene la historiografía, se da con más producción historiográfica, me parece que todos tenemos claro eso, que no se resuelve con un manifiesto. En todo caso, un manifiesto lo que puede declarar son las voluntades de cambio pero no el cómo desarrollar ese cambio. Sobre esto después me voy a referir un poco más. En principio, hay ciertas críticas que se plantean en el Manifiesto con las que tengo acuerdo. La crítica al posmodernismo extremo en dos sentidos, en el que planteaba Waldo del estudio sólo del sujeto y un descuido muy fuerte en torno al tema de las estructuras, el tema de la crítica al subjetivismo en términos de conocimiento, una crítica a la ciencia muy radical muchas veces, la crítica de la fragmentación, también me parece algo real. La Historia se ha fragmentado, incluso a un grado tal que hoy el diálogo se dificulta en el campo de la propia Historia. Es una Historia tan diversa que incluso es difícil dialogar entre los campos diferentes de la propia Historia y es cierto , me parece, la necesidad de la interdisciplinaridad, de la renovación de las fuentes me parece que son elementos que hace años se vienen planteando y con los cuales comparto. Esto último de avanzar hacia nuevas formas de globalidad me parece central, y sería como una respuesta al tema de la fragmentación. El gran tema es el cómo y me parece que el cómo es parte de una acumulación historiográfica, que se estará dando en diferentes partes del mundo y que se irá desarrollando y me parece que lo que más da cuenta el Manifiesto es de esa inquietud, más que de otra cosa.

Pero a mí me gustaba discutir una idea que está presente en el Manifiesto, que Waldo no la dijo tan enfáticamente, que es un poco la caracterización que se hace de las últimas décadas en torno a la producción historiográfica. Acá un simple detalle autobiográfico: yo soy de los que mi entrada a la Historia, a la Historiografía, es justamente en el marco de los 90; sufrí los 90 y tomé algunas cosas positivas de esos 90. Y hay una caracterización muy fuerte que se hace, se habla del giro positivista y conservador. Waldo hoy no usó el término en esta forma pero dice “el giro positivista y conservador a que nos ha conducido recientemente la crisis de las grandes escuelas historiográficas del pasado siglo y que amenaza con volver nuestra disciplina historiográfica al comienzo del siglo XIX”. Es una afirmación realmente fuerte acerca de la caracterización que se hace de las tendencias historiográficas de los 80 y los 90, y a mí me parece que éste juicio es, en alguna medida, medio injusto en la medida que no da cuenta de que la situación actual de la Historiografía; tiene más que ver con la propia crisis de los relatos previos que con el avance de otras tendencias. Cuando uno empieza a ver las biografías de muchos historiadores, observa que el recorrido tiene que ver con el relato macro explicativo en los 60 y los 70 y que en los 80, empiezan a buscar otro tipo de explicaciones, dando cuenta de que esos macro relatos, estos relatos más estructurales, no daban cuenta de varios problemas para explicar la realidad social. Hay ejemplos más concretos, si uno recorre un historiador como Giovanni Levi, que es uno de los fundadores de la micro historia italiana, justamente recurre a la micro historia, recurre a esta cuestión porque plantea que las teorías de cómo se desarrolló el capitalismo en Italia no son válidas, no sirven, son deficientes y que es necesario lo local para recuestionar algunos enfoques teóricos. El problema de la fragmentación no es que hubiera un campo de batalla, me da la impresión, donde unos vencieron sobre otros, sino que las propias escuelas de los 60 y 70, se empezaron a auto disolver en los 80; a mí me da esa impresión. No es tan fácil volver a lo otro, o para volver a lo otro, hay que darse cuenta de todas las limitaciones que me parece en una forma bastante acertada dieron los 80 y 90.

En cuanto a la calificación de década conservadora y positivista: yo creo que los 90 es clarísimo que fueron una década conservadora en lo político, pero entablar una traslación directa hacia la producción historiográfica me parece relativo, no me queda tan claro si los 90 fue una década conservadora en lo historiográfico. Creo que hay varios temas que fueron positivos. Primero, el dar cuenta de la imposibilidad de ciertos macro relatos, el dar cuenta de otras dimensiones que tenía la Historia del estudio de otros sectores que habían sido descuidados en la Historia más tradicional. En ese sentido, me parece que no necesariamente se debe leer ese proceso como un proceso conservador. Yo no llamaría ese giro de los 80 y 90 como positivista y conservador, sino que, básicamente, lo llamaría como un giro cultural. Me parece que hay una presencia muy fuerte de lo cultural en las lecturas que asumen los historiadores en ese período, hay una recurrencia muy fuerte a dos disciplinas, la antropología y la crítica literaria. En ese sentido este giro que se da tiene sus virtudes y también tiene sus problemas. Repasando algunos autores que fueron muy influyentes en ese período, me parece que Foucault, fue un autor central en ese período, y me parece que hay ciertos elementos de una crítica a un método universal de la ciencia, la idea de la genealogía, fueron ideas útiles para los historiadores; la idea de micro poder también fue muy útil, para analizar el poder como una categoría que no sólo se da a niveles institucionales macro, sino que se da en todos los ámbitos de la vida social. La crítica, o la eliminación de cualquier visión reduccionista entre las formaciones discursivas y las prácticas socioeconómicas, me parece que fue una crítica útil y que después fue retomada por ciertos historiadores como Darnton, Furet o Chartier que ,obviamente, era un crítica al marxismo. Inicialmente a mí me parece que esos temas contribuyeron al desarrollo de la Historiografía.

Otro autor que fue también muy influyente a comienzos de ese período, fue Clifford Geertz y digamos hay una serie de aspectos metodológicos en torno a revalorizar la idea de la descripción, la idea de entender la cultura como un texto de las relaciones sociales y el análisis de ciertas cosas que parecían menores para los historiadores de los 60 y 70, como ciertos aspectos culturales. El trabajo de Geertz sobre la riña de gallos, me parece bastante ejemplificante de esto, o sea cómo un juego puede dar cuenta de las relaciones sociales dentro de una sociedad. Incluso hasta un autor muy polémico como Hayden White, que viene de la crítica literaria que plantea las limitaciones del discurso histórico, plantea el discurso histórico como una forma más de literatura, da una serie de elementos que aportan una crítica fuerte a lo que había sido la producción anterior y el gran tema si esto es entendido como un estadio histórico de la historiografía o como una cuestión definitiva, yo creo que si es entendido como un estadio histórico de la historiografía me parece que es muy positivo. Cuando digo estadio histórico de la historiografía, me estoy refiriendo a que en los 90 hubo fragmentación, hubo disolución, hubo básicamente crítica; lo que no hubo fue la posibilidad de construir nuevos marcos teóricos a partir de esa crítica. Y si se reconoce esa crítica, me parece que la crítica era válida, era interesante, es me parece que lo que el siglo XXI está requiriendo a partir de esa crítica como volver a reconstruir ciertos marcos teóricos. Eso me parece que es la clave. Yo lo de positivismo en principio lo desecharía. También lo de conservador lo desecharía. Esta nueva historiografía da cuenta de fenómenos culturales muy fuertes que hasta los 80 no eran muy incluidos. El tema de géneros es clarísimo; el tema de la etnia, también problematiza al propio discurso histórico, le quita autoridad al discurso histórico en el sentido de un discurso monolítico con capacidad de dominio en lo social y eso a mí me parece interesante, no me parece conservador, me parece progresista. Tal vez yo me puse a pensar ¿y qué cosas de ésas pueden ser consideradas conservadoras? Y me parece que lo conservador, tal vez de los 80 y los 90, venga más que nada por el abandono de ciertos temas, que eso sí me parece puede ser considerado como conservador. Me parece que el gran tema que se abandona en los 90 es el tema de la revolución, el tema del cambio social, la reflexión sobre eso; eso sí es claro que se abandona en los 90. Es un tema que desaparece de la agenda y hay una visión también muy ingenua acerca de las estructuras. Hay autores de la historia cultural que tienen una visión extremadamente simplista o reduccionista de la estructura y digamos que priorizan los intersticios de la estructura. ¿Qué quiero decir con eso?: la idea de que los seres humanos tienen una capacidad de libertad para salir de los marcos de las estructuras y que,en realidad, el peso de las estructuras no es tan fuerte como antes se había planteado. Incluso hay ciertos extremos en que se llega a plantear directamente que no existen estructuras; eso lo llegan a plantear algunos historiadores de la historia cultural y creo que ahí sí hay un problema serio. Los que vivimos en estas sociedades del Cono Sur, sabemos que existen estructuras porque las sufrimos todos los días y que los intersticios son mucho más limitados de lo que, muchas veces, cierta historia cultura plantea. Creo que ahí hay un problema y creo que la historia de la revolución, que era un tema tradicional en el siglo XX desapareció de la agenda. En realidad, es el tema del cambio social incluso para ir en forma más general, más allá del tema estricto de la revolución. Sin embargo, creo que hay temas sobre los que aún no hay respuestas, lo que ocurre más que nada es eso, me parece que el tema de la relación entre lo económico y lo social y los fenómenos discursivos es un tema en el que hoy no hay respuesta. Lo que se ha hecho fue una crítica muy fuerte al marxismo más tradicional, acerca de la noción de infraestructura y superestructura pero sigue siendo un tema pendiente, me parece a mí, más que nada si uno lo vincula con las configuraciones histórico particulares en cada sociedad específica y en cada momento de desarrollo de las sociedades. El tema del cambio social (tal vez no conozco, señalo que en los medios donde me muevo no aparece esa reflexión) y luego, sí es cierto que son necesarias nuevas visiones globales sobre los fenómenos históricos. En los 80, 90, hubo un énfasis en lo local, en lo micro, repito, un énfasis que tuvo una causa específica, que era que las teorías macro no respondían, pero ese énfasis en lo micro me parece que no tiene que ser una actividad en sí, un fin en sí mismo. Tenía una explicación en un momento histórico, pero en este momento me parece que, en cierta medida, hay que volver a intentar relatos más macro.

El gran tema me parece que sigue siendo el cómo y eso tiene que ver con las comunidades académicas, con un desarrollo que lleva años, que es largo y difícil. Dos cosas más. Con otros temas hago más acuerdo. Hay un tema que llamo políticas institucionales, que no sabría como llamarlo, pero me refería a qué papel tiene la Historia en los estados nacionales y qué políticas se desarrollan desde los Estados para mantener la Historia, promover la Historia, etc. etc. Aquí hay dos o tres cosas que son importantes y que el Manifiesto las plantea. Primero el recambio generacional. Me parece un tema importante por lo que yo conozco en Latino América. En Latino América hay un problema muy serio, que es cuál es el papel institucional que tiene la Historia, que básicamente tiene que ver con las universidades públicas en los 90 porque el ámbito de las instituciones privadas no desarrolló. Tengo muy poco tiempo pero cuando Waldo dice que hay jóvenes que son conservadores y habla que la generación del 68 fue más bien una excepción, yo creo que parte del discurso conservador hoy lo tienen justamente los que tienen el poder, que son justamente la gente de la generación del 68, en gran medida, y más en el ámbito académico. Creo que el tema de conservadores o no conservadores, poco tiene que ver con la edad, me parece que los recorridos históricos no acreditan hoy.

Después, el tema de la informática me parece que es un tema central y clave. Considero que una propuesta que se plantee trabajar y desarrollar desde ámbitos más marginales, no desde los centros el desarrollo historiográfico, tiene que plantearse este tema porque efectivamente posibilita una democratización mayor de la actividad académica. Igual no creo que la informática en sí habilite un campo académico trasnacional. Yo tengo mis dudas de que hoy existan campos académicos trasnacionales, lo que creo que hay son centros de poder que invitan a otros a participar a sus centros de poder. Eso tal vez sea el mundo trasnacional. Pero en el sentido que lo planteaba Waldo de una suerte de espacio igualitario donde los centros tengan tanto poder, me quedan mis dudas si se puede generar eso a partir de la informática y que incluso me parece que el ámbito de Historia a Debate puede ser visto desde este punto. No es casual que en este espacio haya tantos españoles por ejemplo. Un centro menor dentro de los centros, quiere, en alguna medida, buscar su espacio en estos centros y periferias que están en disputa.

Lo último, porque ya no voy a tener más tiempo, me parece que esta iniciativa de Historia a Debate sería muy bueno que tuviera un efecto sobre Uruguay, en el sentido de promover el debate entre los historiadores uruguayos; me parece que es algo que falta mucho y que realmente hay muy pocos espacios donde la corporación de historiadores uruguayos debatan públicamente sobre infinitos temas. Me parece que hay un déficit importantísimo en ese sentido. En Uruguay no hay una revista de historiadores, no hay un espacio de discusión común; tal vez el mayor espacio de discusión común sea la APHU. Incluso no hay una actitud corporativa, en el mejor sentido, para defender aspectos muy concretos que tienen que ver con aspectos políticos, por ejemplo el tema de los programas de secundaria. En los últimos meses varios de los que participaron en la elaboración de los programas no eran historiadores directamente. Hay todo un tema que me parece interesante debatirlo y me parece que los historiadores como corporación, aunque queda medio fea esa palabra, tienen un espacio para hablar de la cuestión de la política de archivos y museos en el Uruguay que es central y que directamente los historiadores no existen en las discusiones.Creo que este espacio de Historia a Debate podría ayudar a promover una actitud más corporativa, en el mejor sentido de la palabra, de los historiadores en el contexto uruguayo.

Lo último, que comparto totalmente, es el tercer aspecto que había planteado que es la cuestión en cuanto a la relación entre el historiador y la sociedad y me parece muy bueno que el Manifiesto plantee nuevamente el tema del intelectual público básicamente, el rol que tienen los intelectuales en la sociedad y la posibilidad que tienen de incidir a nivel social lo cual comparto totalmente.

Y nada más. Muchas gracias.

 

Moderador – Muchas gracias, Aldo. Sigue María Inés Moraes, que es Licenciada en Historia, tiene la maestría en Historia Económica, es docente en el programa de Historia Económica y Social de la Facultad de Ciencias Sociales.

 

María Inés Moraes – Primero que nada, mi agradecimiento a los que me invitaron a participar en esta mesa. Estoy muy honrada y un poco asustada. En realidad, hice tal vez la más osada de las opciones, porque cuando leí el Manifiesto me identifiqué un poco con un comentario que me había hecho Carlos, en el sentido de que a veces los textos que están pensados justamente para provocar la reflexión en un conjunto tan diferente de países y seguramente de comunidades científicas tan diversas como las que participaron en la elaboración de este manifiesto, tienen un cierto grado de generalidad, y uno siente en determinado momento que está mirando el planeta Tierra desde Marte, que se ve todo muy lejano y cuesta un poco aterrizar las cosas. Que, bueno, estaría interesante aterrizar un poco en casa. Vamos a ver si ponemos un poco la mirada en la azotea de la casa nuestra a ver qué se ve. Y eso supone hablar del Uruguay, de nuestra comunidad de historiadores, de nuestra historiografía, o sea de nuestros colegas. Es una tarea difícil, y por lo tanto voy a hacer gala de cuanta cintura pueda, para decir alguna cosa interesante sin quedar demasiado mal parada.

A mí me parecía que el sentido de discutir este Manifiesto, era sobre todo ayudarnos a reflexionar un poco sobre cuál es la situación de la historiografía uruguaya antes que ponernos a pensar si estamos de acuerdo o no con tales o cuales afirmaciones y propuestas que el Manifiesto contiene. Todos nos íbamos a quedar pensando desde nuestro lugar cómo se ve esta problemática. Yo no soy una experta en historiografía, voy a hablar desde el lugar que me permite estar en esta mesa, que es el lugar de alguien que está comprometida con la investigación histórica en un campo disciplinario de investigación que hasta el momento ha desarrollado, en el acierto o en el error, la pretensión de tener autonomía de objeto y método respecto de la Historia. De manera que yo soy acá una especie de prima incómoda que fue invitada a discutir algunos asuntos familiares. Yo, si tuviera que hacer una versión, por lo tanto muy somera, muy a vuelo de pájaro sobre algunos de los aspectos fundamentales que nos permitan describir la situación historiográfica del Uruguay en los últimos quince o dieciocho años, es decir, desde la reinsitucionalización democrática para acá, señalaría primero que nada un par de cuestiones de contexto, porque la producción historiográfica como todos sabemos, no transcurre en el aire, sino que está siempre metida, inserta en aluna clase de realidad económica, política y social. Yo creo que hay dos aspectos de esta historia reciente de los últimos dieciocho años, que importan para entender o para empezar a pensar qué pasa con la historiografía uruguaya.

Una es alguna cuestión relativa a la reinstitucionalización democrática en el Uruguay y en particular a una cierta especificidad, que en alguna época se dijo, después se abandonó esta cuestión, que estaba teniendo el proceso de la re institucionalización democrática y que era esta cuestión de la restauración, de las generaciones de hacedores en distintos campos de la actividad nacional que estaban antes de la dictadura y que vuelven a ocupar sus puestos de trabajo o sus puestos de mando cuando la dictadura termina. No sé si recuerdan, seguramente que algunos de los que ya tienen algunos añitos recordarán muy bien, cómo este proceso de definir de alguna manera una vez que se desplazaban todos los que habían sido los “cuadros intelectuales” (entre comillas), que la dictadura puso en distintos ámbitos relativos a la investigación y a la enseñanza, quién ocupaba esos lugares. Esa fue una cuestión que tenía implicancias de todo tipo, naturalmente eso hacía a los puestos de trabajo de mucha gente, eso hacía a los relevos generacionales y tenía impactos para muchos lados, me parece a mí, y fue vivido no sin conflictos en nuestro país, particularmente en la Universidad de la República, que es el ámbito que yo mejor conozco, pero hasta donde tengo entendido también en los ámbitos, por ejemplo, de la ANEP. De manera que ése es un tema que aunque es incómodo mencionar, conviene tener presente porque para mí ha sido un poco el “background” (¡ay!, perdón, dije una palabra en inglés), hace un poco al trasfondo de esta cuestión. No el único, por supuesto.

Otra cuestión que apareció en la segunda mitad de los ochenta, y después se dejó de lado, pero yo creo que en realidad vino para quedarse, es la cuestión de la relación entre los centros privados y la Universidad. Durante la dictadura había habido toda una floración de centros privados de investigación que tuvieron que redefinir su posicionamiento en el campo profesional cuando la Universidad deja de estar intervenida, se redemocratiza, vuelve la autonomía, el cogobierno y entonces hay que resolver un poco cómo va a ser la forma de relacionamiento tanto de los centros como de la Universidad, entre estos dos polos de la producción científica. Esta cuestión no fue vivida tampoco sin conflicto, hubo posiciones de diferente tipo, a cierta altura se buscó un cierto acuerdo de cooperación aunque, en general, como después el tema como objeto de análisis fue abandonado. Me da la impresión, por alguna cosa que he leído, ciertamente es que en verdad lo que ocurrió fue una especie de división del trabajo, y los centros privados se reconvirtieron a sí mismos en otro tipo de centros más orientados, tal vez, a las consultorías o a ciertos programas de extensión y dejaron que la Universidad llevara el peso de la investigación científica más dura, por decirlo de alguna manera. Esta cuestión, que parece olvidada, y que hoy día podemos decir que ya pasó, bien o mal ese es un tema superado, yo creo que se reedita en los 90 cuando aparece la floración de las Universidades privadas. Entonces, nuevamente, vuelve a haber un factor de incomodidad y un factor, yo diría, que de malestar profundo. Acá estoy hablando en general de la investigación científica en relación a cómo manejarse en esta multiplicidad de centros de producción de saberes, al menos de producción de puestos de trabajo y las dificultades para mantener y redefinir lealtades e identidades que antes, en un mundo en donde sólo existía la Universidad de la República, era mucho más fácil de llevar y sobrellevar en el peor de los casos. Esta es una cuestión que hace entonces a la reinstitucionalización democrática y que me parece que está en el trasfondo de lo que luego voy a tratar de mencionar.

Hay otro aspecto que también remite, a finales de los ochenta, que yo no sé cómo llamar y entonces sólo a efectos de esta mesa redonda (por favor no vayan a repetir esto), yo llamaría que es el fin del ciclo revolucionario iniciado en los 60. Es decir, hay toda una oleada en el plano de las luchas políticas, sociales, pero también en el plano de la producción de conocimiento de fuerte inspiración revolucionaria, que de alguna manera había empezado en los 60 y yo creo que recién viene a terminar a finales de los 80 en el país, aunque en el medio está la dictadura. Yo creo que en todo caso la dictadura lo que hizo fue desplazar a los agentes, reprimirlos, intentar de alguna manera llevarlos a su mínima expresión, o aniquilarlos si le hubiera resultado posible. Pero en los hechos, podemos constatar que durante la dictadura, en la producción científico social del período, uno comprueba que ese plan no funcionó, el aniquilamiento no funcionó, y segundo, cuando recién termina la dictadura, si uno lee las cosas que se escribían y se producían en aquellos años, es notorio que hay todavía mucha más continuidad con aquellos programas de investigación de los años 70 que con lo que iba a venir después. A veces me gusta jugar con la idea de que el ciclo revolucionario de los 60, en el Uruguay, terminó en el año 1989 con el plebiscito del voto verde. No soy historiadora política, pero como ciudadana me quedé un poco con esa impresión.

Estos dos procesos a mí me parece que es importante señalarlos para entender algunas cosas de la historiografía uruguaya de los últimos quince o dieciocho años. Creo entonces, que la producción historiográfica de estos últimos quince o dieciocho años transcurre entre algo así como silencios incómodos, porque la mayor parte de estas cuestiones no fueron discutidas en foros abiertos sino que algunas de estas cuestiones, o se zanjaron en los ámbitos cerrados de los departamentos o los institutos universitarios, o directamente no se zanjaron, quedaron en una rendición de cuentas de tipo personal entre colegas. De manera que cuando uno se pone a mirar los cambios, lo primero que se encuentra es que hay como un ambiente de silencio incómodo, de rencores, más o menos evidentes, más o menos disimulados. Pero hay, sin embargo, algunas revoluciones silenciosas; vamos a abusar un poquito de esa palabra que está de moda, que han estado registrándose, me parece a mí.

Entre esas novedades, tal vez la que yo considero más robusta o rotunda, es la concreción de algunos desgloses disciplinarios. Yo no sé si la palabra correcta es la de desgloses disciplinarios, pero yo tengo la sensación de que se ha estado cultivando una historia política no sólo desde ámbitos institucionales específicos, sino que me parece que con un cierto sentido o con una cierta intención de construir una cierta identidad disciplinaria específica. Tengo la sensación de que tanto entre quienes cultivan esto que se ha dado en llamar la nueva historia política, como entre quienes la combaten, parece aflorar un sentimiento identitario novedoso donde la Historia Política pasaría a ser un campo disciplinario que pasa a tener algunas especificidades en cuanto a la definición de objeto, y el objeto no son problemas de las disciplinas, (es un tema que en todo caso habría que hablar en otro momento), sino también unas cuantas especificidades metodológicas y por lo tanto que la validan como disciplina. Un proceso muy de este tipo, (creo que en el caso que voy a mencionar, como lo conozco mejor, sí me animo a hacer afirmaciones más rotundas), ya con un grado más avanzado de madurez, se registró en la Historia Económica. De alguna manera, a cierta altura de los 90 aflora esta concepción de la Historia Económica como una especie de ciencia social que hibrida la historia con la economía, pero que de alguna manera es diferente de las dos. Se desarrollan ámbitos de investigación específicos para esta disciplina y además se ponen en marcha procesos de formación de posgrados en ese sentido, un poco para formar investigadores con este perfil y con esta cabeza. Y escuchando también lo que nos contaba la Prof. García Bouzas sobre su propio proyecto de investigación en relación a la cuestión de la justicia, más las reflexiones sobre la relación entre la Historia de las Ideas con las Ciencias Sociales y con la Filosofía que la Prof. nos presenta, a mí me dio la impresión también de estar frente a un proceso de desarrollo de un desglose disciplinario que parece presentar también un grado avanzado de madurez. De manera que nosotros tenemos acá algo que yo creo que no es la fragmentación de temas y problemas, sino que es en todo caso un proceso de otra naturaleza y hasta capaz que de implicaciones más definitivas, que es esta como autonomización, no de determinados temas y problemas, sino de ciertas prácticas en relación con la construcción del conocimiento histórico.

Hay otra novedad que me parece importante registrar, que es que por fuera de estos desgloses, o sea que dentro de lo que uno podría considerar que es la corriente clásica del la Historia, (los que uno podría decir que no están tan problematizados por el adjetivo, por si además de historia son “historia algo”), igual uno encuentra irrupciones novedosas e importantes. Yo creo que toda la obra de los 90 de Barrán debería ser analizada un poco a la luz de esta hipótesis. Tengo la sensación de que el ejemplo posmoderno uruguayo más cabal es justamente la obra, nada más y nada menos que de José Pedro Barrán. Yo creo que hay que ser muy ingenuo teóricamente para leer la “Historia de la Sensibilidad” de Barrán, para pensar que Barrán no leyó a Foucault, que es el Papa, no es el Papa, pero es algo así como San Pedro en el cielo de los posmodernos. Creo que toda su línea de trabajo sobre el control, sobre el poder médico, sobre la medicalización del cuerpo y, por supuesto, el libro reciente “Amor y trasgresión en Montevideo”, creo que encaja, también, dentro de todo este conjunto de estilos historiográficos novedosos. De manera que algún día habrá que sentarse a estudiar con la seriedad que la obra de José Pedro Barrán merece, qué significa este cambio en la historiografía uruguaya. Pero me parece que no es lo único, hay una cantidad de afloraciones nuevas, a veces algún historiador que parece estar absolutamente al margen de todos estos malestares y estas preocupaciones epistemológicas, que parece que en general somos más jóvenes los que solemos meternos en estos vericuetos y en estas cosas, como por ejemplo Raúl Jacob, se nos descuelga con un libro como La valija del tío Hugo. Entonces, un hombre que hizo el pase a la Historia Económica, que ejerce su magisterio entre todos nosotros, se nos aparece con un libro que parece micro historia. Yo, tal vez, estoy tentada de pensar que es el mejor libro de micro historia que se ha escrito en Uruguay. Sin embargo, es un libro al que uno no puede negarle todo el contenido que tiene adentro de este pasado estructuralista que este historiador tiene detrás. Creo que hay allí algunas, no sé si llamar irrupciones o erupciones, pero renovadoras incluso dentro de los historiadores que uno podría pensar, “bueno, son los historiadores que escribieron las consecuencias sociales del alambramiento, son de la generación del 68”. Eppur si muove.

Quedan unos cuantos problemas sin resolver. Yo creo que en esta historiografía que ha transitado los cambios con dificultad para discutir, con malestares más o menos disimulados en mi opinión, y no hay que temerle a los conflictos, o sea, no estoy censurando los malestares, pero estoy nombrándolos, o sea, somos adultos, vamos a decir las cosas como son. Basta leer algunos de los libros de historiografía que se han escrito recientemente para comprender hasta qué punto los debates académicos que no se dan terminan apareciendo bajo la forma de ajustes de cuentas prácticamente personales. Entonces, acá hay una cosa, que no es que no esté dilucidada y que hay que dilucidar, yo no sé si hay algo que dilucidar, yo no sé si nos tenemos que poner todos de acuerdo, (más bien me parece que no) , lo cierto es que tenemos que decirnos lo que pensamos y decir las cosas por su nombre. En ese contexto quedan unas cuantas cosas sin resolver que me parece que no deberíamos seguir postergando. Sólo las voy a nombrar: Creo que la formación de los historiadores debe ser revisada a la luz de la crisis de los paradigmas, no tengo claro en qué dirección, pero estoy convencida que no podemos seguir formando historiadores como si la crisis nunca hubiera ocurrido. Algo nos debe haber enseñado todo este cambio historiográfico que hubo en el mundo y más que ahora tenemos posgrados; así que hay muchas cosas que se pueden hacer.

La relación investigación – difusión es todo un tema que me interesa mucho, pero que la dejo nombrada nomás, la cuestión de las asociaciones científicas también. A mí las asociaciones profesionales me parece que son sólo profesionales, hay que tener además asociaciones científicas, asociaciones que hagan actividades, eventos, que hagan congresos, en fin, que junten la investigación con el gran público o con otro tipo de público y profesionales que consumen historia, como son los profesores,

Y la financiación de la investigación. Como buena universitaria llegó el momento en que me tengo que poner a llorar por plata. Pero bueno, les voy a ahorrar ese momento, Uds. no van a ser quienes van a resolver esa situación. Pero éstos son algunos de los puntos que yo creo que están en la agenda y que sin desmedro de que sigamos discutiendo sobre qué pasó en estos dieciocho años, yo creo que tenemos que apurarnos a discutir eso, así podemos encarar un poquito estos problemas. Esta es mi mirada desde el patio de casa.

 

Moderador- Sigue a continuación Ana Zavala, que es Prof. de Historia egresada del I.P.A., Posgrado en Didáctica en la Universidad de Buenos Aires, Prof. de Didáctica Especial del I.P.A. y que asistió a ese segundo congreso de Historia a Debate en Santiago de Compostela.

 

Ana Zavala.- Buenos días. Me ha resultado un poco complicado pensar cómo organizar esto; en principio, porque hay dos puntos. Uno, que tiene que ver con las personas que están en la mesa y con el tema del Manifiesto sobre Historiografía, en el que yo no estoy involucrada, yo no produzco Historiografía sino que, como la mayoría de nosotros, la leo. Y por otro lado, saber de dónde arrancar y cómo hacer con un público tan heterogéneo en vínculos. Porque me queda siempre la idea de que algunos van a decir “otra vez lo mismo” ¿no?, y es un público numeroso que hay acá que ya escuchó algunas cosas.

Pero bueno, nos disciplinamos y aguantamos un ratito hasta que llegue algo novedoso, porque hay alguna gente que ya lo sintió y voy a tratar de ser por lo menos novedosa con el asunto, para los ex alumnos y para los colegas. Vamos a ver.

El punto es tratar de establecer en qué sentido existe un puente o una relación entre didáctica e historiografía. Y una vez que hayamos podido pasar por ese puente, tratar de aterrizarlo en qué relación puede tener el tema de Historia a Debate y de la presencia y la circulación social de un manifiesto. Un poco lo que decía Aldo, a ver qué es un manifiesto y para qué sirve un manifiesto y qué función tiene para nosotros aterrizarlo en concreto.

Entonces arrancamos desde el big bang. La enseñanza es una práctica y la didáctica es la teoría de esa práctica. Es desde ahí de donde vamos a arrancar, aunque parezca una cosa ya dicha veinte mil veces . Porque, en realidad, como dimensión teórica de la práctica, una vez más para muchos, lo que cuenta para nosotros es la naturaleza doblemente epistemológica de la didáctica, o sea que por un lado está nutrida por la epistemología de la práctica y por todo lo que significa hacer esa práctica, que aunque parezca raro, en realidad, es el punto que más tenemos en común con los historiadores, porque escribir un libro también es una practica, es otra práctica. Tiene las mismas dimensiones de acción práctica, de practicar algo, de hacerlo y tiene las mismas relaciones con las teorías que tienen las demás. Pero, también en la didáctica tiene el otro aspecto de una fuente en la epistemología del conocimiento enseñado, en el caso nuestro la Historia, o la historia Económica o la Historia Social, que tiene que ver con algo de eso. O sea que, en realidad, por más que haya discursos que a veces son un poco oscuros con respecto a esto, en realidad siempre que se habla de enseñanza de la Historia, se habla de Historia en sentido historiográfico, es decir, a veces hay algunos discursos que dicen enseñanza, pero de Historia, como diciendo enseñanza es todo lo mismo, pero la historia es… como si dijéramos zapatos, pero negros ¿no?. Como que hay una categoría más fuerte para enseñanza que para el tema que se está tratando esa enseñanza, cuando cualquiera de nosotros sabe que cualquier comentario, análisis, relato sobre una clase de historia de lo primero que habla es de Historia; lo primero que preguntamos es qué vas a dar, qué enseñaste, por dónde vas a agarrar el tema, qué te falta, y en realidad el peso de eso es extremadamente fuerte.

Entonces, el sentido historiográfico de la historia enseñada, nos pasa muchas veces que en razón de las otras epistemologías que se cruzan a veces es irreconocible, a veces nos terminamos de dar cuenta de qué se trata lo que estamos enseñando, porque atravesado, por ejemplo, por algunas cuestiones autobiográficas del propio sujeto de la práctica de la enseñanza, que cree que las cosas son de otra manera que como las leyó en un libro o que debe seleccionarlas de determinada forma. A veces, es el poder normalizador del Estado que termina pidiendo dar tal cosa y no tal otra, pidiendo poner tal cosa en un programa y sacar otra, y la concepción de entrar en ese punto. A veces, son algunas dimensiones hegemónicas o atravesamientos de otros saberes de visiones particulares para, por ejemplo, nociones sociales sobre lo que es la Historia, básicamente son fechas y datos para la gente común. Entonces, a veces el cruce con esas demandas nos dejan el resto de la historiografía colgada o en un ámbito que no es exactamente silencioso, pero silencioso de los ámbitos que representa el poder como por ejemplo la evaluación o la valoración. Muchas veces terminamos valorando que un alumno, por lo menos, pueda decir una fecha; por lo menos, decimos, algo sabe. Termina destrozando toda la concepción de la Historia, pero por lo menos como puede decir “1848”, por lo menos, ¡salvó! Como pudo decir un nombre, dijo “Artigas”, entonces sí, pero algo sabe, sabe decir un nombre… (Ahora no nos vamos a hacer los inocentes; exámenes tomamos varias veces al año y corregimos escritos). Muchas veces, el punto es en qué manera esa dimensión historiográfica de la historia enseñada es una dimensión extremadamente compleja y, en cierta medida, tenemos que llegar a una conclusión cuando escuchamos una clase o cuando la damos y la tratamos de analizar que es escuchándonos a nosotros mismos, es que hay una negociación entre dos sujetos y ese es un elemento que aparece explícitamente planteado en el Manifiesto, que aparece muy interesante. No es que aparezca con el Manifiesto, ha estado siempre, pero decirlo parece que es como que lo hace aparecer. Una negociación entre dos sujetos: el sujeto historiador, que escribió esa obra por algunas razones, sujeto a poderes, o iniciativas, a desafíos, a combates con otros como decía María Inés, sea ajustes de cuentas o no… Nosotros, a veces, leemos una historiografía que es una ajuste de cuentas con el otro que dijo lo contrario, y de pasada va pasando el cuchillo, en el medio de las demostraciones y las argumentaciones, y sentimos la sangre correr de los otros historiadores y decimos “¡Por Dios, perdónale una!”. Pero funciona, y el sujeto profesor, (que es un sujeto muy complejo como sujeto de práctica y como sujeto de poder), además, de poder en sumisión, porque está en una especie de entre que es sometido de muchos, pero poderoso frente a otros, y hasta qué punto es poderoso frente a sí mismo. Y, entonces, de alguna manera la enseñanza de la Historia termina haciendo unos pactos con la Historiografía de lo más complejos, que es muy interesante y que, incluso muchas veces, son parte de lo silenciado y oculto bajo un manto de lo que pasó, la verdad, cuando ,en realidad, nadie tiene esas concepciones positivistas, pero que son muy buenas para ser dichas. Enseño objetivamente, enseño lo que se dio, lo que pasó, no me comprometo con nada, y hay unos cortes historiográficos impresionantes dentro de una clase, pero a veces conviene por el espacio de poder que uno ocupa, conviene no andar haciendo demasiado aspaviento porque me comprometo con esto. Entonces eso es uno de los puntos.

Y el último, respecto del sentido historiográfico de la historia enseñada, es que en realidad nos debemos un manifiesto para nosotros respecto de la diferencia que hay de las distancias y las cercanías que existen entre el sentido de investigar y el sentido de enseñar Historia, que no son el mismo. Es cierto que hay un sentido para enseñar lo que se ha investigado, pero no es el mismo sentido que existe para investigar un tema. A veces, hay como una especie de transmutación en el sentido de que (y eso está en los programas) si se han escrito ochocientos mil libros sobre algunas cosas, el programa se empieza a volver bulímico y empieza a entrar todo lo que se ha investigado porque parece que hay una necesidad de enseñarlo porque se investigó. Y el sentido de la enseñaza de la Historia ¿ es, o no es, escriturístico?; es decir, tiene o no que ver con lo que se investigó, no quiere decir que haya que dejarlo de lado pero es un sentido propio de la enseñanza de la Historia que se vincula,necesariamente, con enseñar la historia investigada, obviamente, pero que no tiene el mismo sentido que yo pueda enseñar una cosa que se investigó ayer de tarde porque también tiene el mismo sentido enseñar, de repente, lo que se investigó hace 200 años, y puedo levantar una clase preciosa con Adam Smith , con historiadores antiguos o viejos, con Pivel. De pronto, no tiene actualidad historiográfica ; no es la investigación de último momento, pero los profesores lo que enseñamos es historiografía y toda la historiografía. Podemos enseñarla toda. La de hoy, la de ayer, no podemos enseñar la de mañana, es un detalle, pero las otras sí; ése es el punto. Tratar de encontrar un sentido para la enseñanza de la Historia, que remite al sentido de investigación, pero que no es un cálculo, voy a decir, no es una mímesis,(para algunos que estamos en el tema de la mimesis).

Ahora, en otro punto que tenemos que ver nosotros los profesores de Historia, los trescientos profesores que estamos acá más los otros con una acción como el Manifiesto Historia a Debate, que existe, que lo tenemos a través de la revista, que lo podemos consultar en Internet, de qué manera con estas relaciones que hemos planteado con la historiografía, ese manifiesto nos significa un dato importante o una situación, que nos pueda dar algo para la enseñanza de la Historia.

En primera medida, el problema es que el Manifiesto plantea un análisis crítico sobre cosas que han pasado y una presentación hacia el futuro, tiene mucho más fuerte la carga de intenciones que los motivos, tiene una carga de motivos pero proyecta mucho hacia la dimensión de las intenciones, y, bueno, no vamos a enseñar lo que no se ha escrito aún, eso es una regla, así que nos cuesta un poco relacionarnos con normas para los historiadores que van a hacer Historia mañana de mañana. La clase nuestra tiene que ser con la Historia que se puede leer y que se ha podido estudiar. Sin embargo, me parece un detalle importante y de manejo por los estudiantes y los profesores de Historia, porque a través de los 18 puntos que leyó Ansaldi van apareciendo ejes de miradas, ejes desde los cuales leer la historia que uno va a enseñar, por si buena o por si mala, por si superada o no superada, demasiado posmoderna o demasiado individualista o demasiado positivista, pero que provee de una serie de ejes o de puntos de mirada para compartir o para discutir pero sobre todo desde el punto de vista nuestro, que no hacemos historiografía, que solamente la consumimos, me parece que documentos de este tipo que circulan nos ayudan a poder poner en claro y a tener puntos de mira sobre historiografías vigentes y que de alguna manera nos ayuda porque nosotros lo que siempre enseñamos, de alguna manera, siempre es historiografía, reconocido o no, pero de hecho siempre hay algún apoyo sobre la historiografía. Como, en realidad, la historiografía para nosotros también es un tema de enseñanza, no es solamente una dimensión de escritura de la Historia lo que enseñamos, de alguna manera enseñamos lo que los historiadores dicen, entonces leemos un historiador que dice que pasó tal cosa o que tal otra es la consecuencia de tal o cual. La mayor parte de nuestro trabajo es transmitir la escritura de la Historia para otros ; pero, también nosotros, de alguna manera, estamos tomando para los ejercicios, para las preguntas, para los documentos que les damos para analizar, el texto que llevamos para ilustrar la clase, o aún la presentación de esos documento son el entorno de “esto lo escribió el historiador fulano de tal”. De alguna manera, los otros dos componentes que aparecen claramente, que son la escritura de la Historia como práctica, o sea la historiografía como una práctica y el otro componente, el del lugar, o sea quién es, que no quede oculto, o que no quede subyacente la idea de que nosotros estamos presentando un autor como inglés, o un autor como nazi, o un autor como blanco, colorado, socialista, que los presentamos desde su ideología, o desde el siglo XIX, o desde su país, o de su tiempo o desde sus combates, de su participación De alguna manera, me parece que la circulación de un documento de este tipo es una ayuda para abrir los puntos de mira, más allá de la escritura propiamente de la Historia en el sentido de lo escriturístico que es como nosotros estamos acostumbrados a manejarlo.

Creo que también es un desafío para muchos historiadores. Particularmente la visión que yo tengo de la comunidad de historiadores del Uruguay contiene un poco la idea de que lo referido a lugar, a método, son relativamente inmanentes. De que existen, más allá de ser dichas, y en algunos yo creo que están en la categoría de innombrables en el sentido de Wittgenstein de lo que no se puede pensar, más vale ni hablar, es decir, como que en realidad el método no existe y el lugar no existe y la posición no existe y hay una especie de defensa pública muchas veces de situaciones objetivistas, cuesta mucho, salvo en discusiones de congresos o similares,   encontrar algo para poder morder ese asunto.

Finalmente, yo creo que todo aquello que contribuye a poder ver la historiografía dentro de su propio debate de creación como es el ámbito, no tanto del Manifiesto, sino de todo el movimiento de Historia a Debate, para nosotros es una cuestión extremadamente productiva. Y la difusión del debate historiográfico, también nos alienta a romper los márgenes, un poco estrechos, que teníamos al decir: “enseño historia, lo leí en un libro”.

 

(*) Transcripción de la versión grabada, no corregida por los panelistas.

Comentarios al Manifiesto de Historia a Debate.

Teniendo en cuenta la amplitud de los temas presentes en el Manifiesto, ya la vez las enormes posibilidades de comentario y de aportes críticos que el texto ofrece a una gran variedad de posibles lecturas, creo que lo que puede ser interesante en esta mesa es, precisamente, el enfoque que cada uno de nosotros pueda presentar desde el ángulo de su especialidad, desde el centro de las preocupaciones suscitadas por los problemas teóricos o prácticos que debe enfrentar en su trabajo como investigador o docente de historia. En mi caso particular, desde una especialidad referida a la Historia de las Ideas, el interés se orienta a las partes del Manifiesto en que se alude a la redefinición de la historia como ciencia social y parte de las humanidades, porque esta propuesta presentada en el texto muy brevemente encierra uno de los problemas teóricos que tanto los investigadores como los docentes deberíamos debatir, el de la evaluación de los resultados de nuestra orientación hacia las ciencias sociales, cumplida durante décadas, y el de una posible y nueva reorientación de nuestro trabajo hacia las humanidades.De modo que me voy a referir a este punto, relacionándolo con otro que está también presente en el Manifiesto, que es el de la interdisciplinariedad hacia adentro y hacia fuera, el intercambiar métodos técnicas y enfoques además de con las ciencias sociales, con la literatura y con la filosofía, para llegar finalmente al problema que está en mis preocupaciones actuales, el de la función ética de la historia, el compromiso en la defensa de valores universales y la fecunda interrelación entre la historia y el actual debate de la filosofía política sobre la elaboración de principios que legitimen el orden estatal y jurídico y los vinculen con la construcción histórica de criterios o valores públicos de justicia.

Como ustedes ven, se trata de analizar críticamente nuestras ganancias en el relacionamiento con las ciencias sociales, nuestras posibilidades de crecimiento en una mirada hacia la filosofía, y nuestra ubicación dentro de las humanidades.

Comencemos con el primer punto, intentando una redefinición de la historia como ciencia social. Señalemos la importancia de la influencia de la visión epistemológica. Las ciencias sociales son disciplinas profundamente signadas por la filosofía y la metodología. En este sentido, podría sostenerse que la filosofía estuvo siempre presente y mezclada con la teoría de las ciencias sociales. Sin embargo, hay que tener en cuenta cuál fue la mirada que desde la teoría social se proyectaba hacia la filosofía. Para ello parece suficiente la afirmación de Giddens cuando sostenía que cuanto más fuertemente las investigaciones de los filósofos estén epistemológicamente orientadas, tanto más frecuentemente tienen que acercarse al proceder teórico y empírico de los científicos sociales. En síntesis, para muchos teóricos sociales la filosofía fue fundamentalmente epistemología. Las aproximaciones recíprocas entre ambos saberes estuvieron marcadas por el interés metodológico y, por el contrario, sus alejamientos actuales tuvieron que ver con las preocupaciones de la sociología por la interpretación de la sociedad contemporánea, su trayectoria de desarrollo y su posible futuro.

Esas preocupaciones teóricas orientaron la investigación social hacia el terreno de la ciencia política y generaron nuevos objetos de estudio, incluyendo historias ficticias de comunidades imaginadas dentro de un determinado dominio intelectual al que se atribuye la construcción de la teoría política y en el cual lo que cuenta no es sólo lo que se recuerda institucionalmente, sino lo que se olvida en la reorganización del pasado.

La ciencia política se apoya en la información histórica selectivamente, tomando ejemplos adaptables a sus argumentaciones y explicaciones y validándolos por medio de la metodología de la sociología y la economía. La ciencia política es en gran medida un estudio del ejercicio de la coerción, de la aplicación de la fuerza y de su posible legitimación. Su objeto de estudio es la estructura de los sistemas políticos, la utilización de estos modelos para emitir juicios valorativos sobre la ventaja de sistemas distintos según ciertos criterios normativos generales y la fundamentación de una antropología hipotética derivada de la exigencia de justificación filosófica ya que el poder coercitivo no es moralmente defendible en sí mismo, necesita una argumentación que exprese la validez del uso de la fuerza en base a fines de interés colectivo.

Señalamos entonces dos conclusiones sobre el carácter del relacionamiento entre ciencia política e historia. Primero, que no existe relación entre esta teoría de las funciones del gobierno y la relación empírica de los orígenes históricos del Estado, que ha surgido por la fuerza de los que tienen más poder para explotar a los menos organizados, más que para aportar beneficios al bienestar colectivo. Segundo, que desde el punto de vista de la teoría, el enfoque ético de la política y las instituciones ha dejado de sernos familiar.

Sin embargo, para la historia de las ideas esto no siempre ha sido así. Los filósofos han proyectado miradas desde la ética hacia las instituciones sociales, y en particular sobre el orden del derecho y del estado. Han construido sus teorías desde el punto de vista de la justicia política, demostrando el carácter irrenunciable de la idea de justicia, y dejando en claro que la legitimidad de la coerción estatal y jurídica reside en considerarla teniendo en cuenta principios de justicia. Al avanzar el siglo XX los grandes autores se interesan prioritariamente por la teoría social, la hermenéutica y la teoría de la ciencia, y dejan a los juristas el estudio de las instituciones del derecho y del estado. Sin dejar la filosofía, y aún continuando desarrollos de la filosofía analítica de Hobbes, de Bentham o de Kant, los estudiosos de la filosofía política han abandonado todo impulso hacia la argumentación ética. Se consolida el dominio del positivismo y del historicismo, y recién a partir de las décadas de los 60 y 70 se reanuda el debate teórico, bajo el impacto de la teoría crítica y del estructuralismo.Productores de profundos análisis críticos del estado capitalista con temáticas relacionadas con las clases sociales, el papel de la ideología , etc, los teóricos avanzaron en la década de los 80 en el debate sobre el rol del Estado, la mercantilización de las relaciones sociales, la cultura de masas y el consumismo, el imaginario individualista e intimista, y continuaron insistiendo en la vigencia de la discusión sobre los procesos de regulación social, el papel del capital y el trabajo, la discutible primacía de la economía, la naturaleza de las transformaciones culturales del capitalismo, y la de los cambios en el movimiento obrero .En el plano más abstracto, se trata de discutir sobre la tensión entre teoría y realidad, sobre la capacidad de los individuos y la sociedad civil para cambiar las estructuras y transformar la sociedad. Volvemos a la temática propia del debate intelectual de nuestra generación del 900, a la filosofía política.Nos encontramos ahora en una nueva situación, en que, como dice Boaventura de Souza Santos, por primera vez la crisis de regulación social corre a la par con la crisis de emancipación social dentro del nuevo paradigma de postmodernidad inquietante.

Crisis de las normas y crisis de la libertad determinan la existencia de realidades históricas injustas. El grado de injusticia del orden social puede ser un objeto de estudio para los historiadores. Dicho objeto aparece con una complejidad creciente visto desde el ángulo de las ciencias sociales, dado que ellas nos conducen hacia modelos de utopías caóticas en que no hay un sujeto histórico privilegiado. Desde el punto de vista ético los protagonistas son todos los que ven sus vidas supeditadas al poder que otros ejercen sobre ellos y en que la conciencia de la opresión y de la explotación alimenta a los movimientos sociales, cuya lucha asegura paradójicamente la paz en muchas situaciones reales. Sin sus demandas organizadas los desequilibrios llevarían más probablemente a la guerra.El punto central del debate es el de la justicia de las instituciones y de las prácticas sociales. En él podemos intervenir con nuestra producción como historiadores comprometidos en el cambio social , pero siempre que en el conjunto de nuestra acción intelectual (entendida a la vez como investigación y como difusión y reproducción en el ámbito docente) no abandonemos , y por el contrario, ahondemos, nuestras reflexiones sobre la relación ética entre individuo y sociedad.

Sin haber agotado aún las posibilidades que los temas referidos a la vida privada, a las formas del poder reflejadas en la sensibilidad, de la economía y la sociedad , del papel del Estado y los partidos políticos, y tantos otros que han enriquecido nuestra historiografía, podríamos orientar también nuestro trabajo hacia un tema que nos convoca desde la gente, el de la justicia de las convenciones sociales y de las instituciones, por el camino que ya ha sido abierto con la historia referida al género y por la que se ha producido en relación con la moralidad privada, ampliándolo y reconduciendo la reflexión nuevamente hacia lo público, al estudio de los criterios históricos públicos sobre ética y moral. Ante el avance de lo privado, el culto a la llamada realización personal, en que cada uno da cuentas a sí mismo, podría preguntarse, desde la comunidad de historiadores de un país del tercer mundo, si se hace o no necesario un estudio de las responsabilidades por la injusticia existente, teniendo en cuenta que la injusticia reside prioritariamente en las instituciones, porque son ellas las que clasifican a las personas.

Aquí ciencia política e historia podrían convocarse en proyectos comunes sobre democracia y republicanismo, y filosofía e historia aclararían el debate sobre la equidad, la justicia compensatoria y la igualdad de oportunidades.

Por este camino podríamos intentar el encuentro nuevamente con las humanidades, cuya versión literaria histórica hemos últimamente disfrutado más en la novela histórica que en el ensayo. El ensayo histórico sobre temas éticos merecería espacios más significativos en nuestra producción.Finalmente, hay otro rumbo en que la historia puede involucrarse con las humanidades, y es por medio del enfoque antropológico. Este nos ofrece dos caminos abiertos a la investigación.

Uno es el de lo que llamó Kant la antropología pragmática, que ofrece una descripción positiva, no filosófica-trascendental del hombre, teniendo en cuenta lo que éste ha hecho por sí mismo, las instituciones, las formas simbólicas, la cultura. El conocimiento empírico reconoce entonces objetos de estudio que pretenden ser reales.

El otro es el que nos señala Vattimo, por ejemplo, en el que lo que tiene sentido es reconocer como realidad del mundo algo que se constituye como contexto de múltiples fabulaciones. Tematizar el mundo en esos términos es la tarea y significación de las ciencias humanas. De acuerdo a esta propuesta, el debate metodológico pasa a segundo plano, aunque su rol consista en algo tan fundamental como desdogmatizar y relativizar el conocimiento, para que el producto de la imaginación histórica se vuelva fábula consciente de ser tal, mediante la liquidación crítica del mito de la transparencia.

Gracias a esta liquidación de criterios absolutos, tanto la filosofía como la historia plantean criterios de verificación relativos. No es admisible en filosofía, aún más que en historia, la posibilidad teórica de la invalidez por refutación o falsacIón. Las verdades filosóficas tienen la pretensión de lo absoluto, no son relativas, jamás pueden ser hipótesis, no fueron presentadas para ser probadas, por lo que los sistemas filosóficos son entre ellos comparables, pero no refutables.

En la interrelación entre filosofía e historia puede entonces transitarse por un camino en que el método empírico aporte datos de conocimiento que permitan a su vez un alto nivel de interpretación argumentativa. En esta propuesta , dentro del campo de las humanidades, el nivel de mayor abstracción teórica asciende al plano filosófico, entre los postulados de la escuela de la sospecha, lo positivo y lo normativo, lo relativo y lo absoluto, los hechos empíricos y los juicios de valor. Y aquí llegamos al último punto al que queremos hacer referencia en esta breve intervención la función ética de la historia y la defensa de valores universales.Volvemos a la filosofía, a la filosofía de la historia, a la historia de la filosofía y a la historia de las ideas, a los grandes debates de la filosofía contemporánea, y a cómo aparece la historia en esos debates.

De acuerdo a lo que vamos exponiendo, el problema planteado tiene que ver con la superación de las oposiciones entre juicios fácticos y juicios de valor. A pesar de la abundante producción crítica que desató la concepción weberiana de hace un siglo exigiendo que los valores no entraran de contrabando en el discurso científico, algunos investigadores siguen sintiéndose vigilados por la crítica metodológica que exige la prueba tanto en el conocimiento empírico como en la interpretación valorativa, dando así nueva vida al positivismo filosófico como al histórico y jurídico, en especial en el estudio de las instituciones.

Para poder concebir una función ética de la historia en defensa de los valores universales (para lo que habría que ingresar en los argumentos de la polémica filosófica entre visiones éticas universalistas y particularistas), deberíamos admitir que nuestro discurso se impregnara de la argumentación y la diversidad analítica de la teoría de la justicia, no me refiero a la teoría liberal de la justicia, sino de la justicia como objeto de

investigación, la justicia social, la justicia institucional, los derechos de vida, libertad, igualdad, participación, etc. Eso nos permitiría ingresar contenidos de la filosofía a la historia, pero otros contenidos, no ya los epistemológicos, sino los éticos Y aún más, podríamos llegar a concebir que la metodología es , desde este punto de vista, un asunto ético, y sobre todo cuando valida o invalida la selección del sujeto de investigación. El individuo, la intimidad, la autonomía del propio proyecto de vida, han sido valiosos para dejar en evidencia la injusticia social y han sido el tema preferido tanto de la novela histórica romántica como de la filosofía política liberal más actual, pero pueden propiciar nuevos avances del individualismo (tomando el término como lo usaba Vaz Ferreira), dejando en el olvido las referencias históricas sobre la relación entre individuo y sociedad, sobre los límites entre estas dos esferas.

Raquel García Bouzas
Universidad de la República
Uruguay