La subjetividad y la objetividad en la Historia, acerca de la crítica a la exterioridad en la ciencia histórica.

Por Dr. Arturo Luis Alonzo Padilla

Escuela Nacional de Antropología e Historia

Ciudad de México

 

Desde su nacimiento, la ciencia histórica, como una creación profesional en el siglo XIX no dejó de estar presionada por el entorno de los grandes logros de las ciencias naturales como la física, la química o la astronomía y de la fragmentación propia del conocimiento tanto de las Ciencias Sociales como de las propias ciencias autollamadas exactas en la modernidad. Quizás en ninguna otra disciplina social o humana (Como se estilaba decirle en el siglo XIX) la implicación de la relación Sujeto-Objeto se encuentra de manera tan complejamente tejida en una multiplicidad de vectores y relaciones invisibles a simple vista como lo es en la ciencia histórica. Aún en el presente los distintos paradigmas históricos en los que se construye el conocimiento, se desprenden de la forma como las relaciones entre el sujeto y el objeto son estudiados.

La discusión de una ciencia con sujeto fue retomada en las jornadas de la creación del Manifiesto Historia a Debate entre los finales del siglo XX e inicios del siglo XXI. Es de tal importancia este tema que los historiadores a debate, herederos de la tradición crítica plasmaron en el primer punto del Manifiesto la necesidad de una Historia con Sujeto:

Ni la historia objetivista de Ranke, ni la historia subjetivista de la posmodernidad: una ciencia con sujeto humano que descubre el pasado conforme lo construye.

Tomar en consideración las dos subjetividades que influyen en nuestro proceso de conocimiento, agentes históricos e historiadores, es la mejor garantía de la objetividad de sus resultados, necesariamente relativos y plurales, por lo tanto rigurosos.

Ha llegado la hora de que la historia ponga al día su concepto de ciencia, abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo del siglo XIX, sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente posmoderna a finales del siglo XX.

La creciente confluencia entre las «dos culturas», científica y humanística, facilitará en el siglo que comienza la doble redefinición de la historia, como ciencia social y como parte de las humanidades, que necesitamos. (Historia a Debate, 2001)

Desde su suscripción, los Congresos de Historia a Debate han venido reflexionando en torno al tema. Por ejemplo, en el III Congreso se presentaron trabajos de Julia Salazar sobre la imaginación, de Miguel Beas sobre los sujetos y las subjetividades en la Historia, el de Jaume Aurell en torno al texto histórico como relato autobiográfico y el mío propio sobre lo objetivo y subjetivo en los conceptos y en la historia. Este debate se retoma de toda la vieja tradición historiográfica que llega a nuestros días (Salazar, 2009; Beas, 2009; Aurell, 2009; Alonzo Padilla, 2010).

Este adelanto en el debate internacional lo situaba el propio coordinador de la HaD de la siguiente forma:

El avance que conlleva el III Congreso de 2004 en la consecución de unos objetivos inseparables de autorreflexión, discusión y consenso con la vista puesta en la reconstrucción paradigmática, tiene lugar en un contexto de no-avance en el sentido de articulación y difusión de una propuesta historiográfica global por parte de las tendencias más latentes y más extremas que predicaban, y que predican, de forma complementaria, la vuelta a Von Ranke o la renuncia posmoderna a la historia como ciencia y compromiso (Barros, 2009).

En el presente artículo desarrollaremos las determinantes de contenidos de esta discusión desde que aparece dentro del historicismo alemán del siglo XIX y el positivismo, como referentes.

Prolegómenos de la cuestión

Autores de la talla de Kant, Hegel, Marx, Dilthey o autores contemporáneos que se ubican en los distintos paradigmas históricos contemporáneos[1] como el neopositivista, posmoderno o marxista tienen como un problema en el debate histórico, el papel o la existencia de una ciencia con sujeto, en este caso la Historia.

El problema es viejo, ocupa a todo tipo de autores desde los neo positivistas hasta el debate con la posmodernidad, en autores como Michel De Certeau o Paul Ricoeur que constituyeron una moda en los 80-90 del siglo XX, y que como toda moda es contingente. Hoy con el regreso del neopositivismo, el debate se reinaugura para las jóvenes generaciones.

Como ya señalaba brillantemente Joseph Fontana (Fontana, 1982, pp. 116-117), el quehacer historiográfico no está exento de los intereses y las influencias de una época, ni de las finalidades o sentidos de quiénes escriben. La aparición del positivismo no es el interés científico u objetivo por la «ciencia dura» sino la acción práctica por preservar un orden de cosas. Vivimos una cultura, un sistema económico y político, los hombres están inmersos, no ausentes de tomar posición. La elaboración científica en el caso de la historia, se prueba en la capacidad de explicar y dar cuenta de los problemas, no de eludirlos usando la coartada de la neutralidad. Como en la sociedad del espectáculo, que describía Guy Debord, los historiadores positivistas parecen fingir no tomar posición, para convencernos de que no la tienen y poder elaborar de manera más sofisticada, sus legitimaciones a un orden de cosas existente. El establishment que los favorece. Cumplen con ello su rol social.

Las preocupaciones de Dilthey y su acercamiento a Stuart Mill, e incluso su intento de ruptura con él, de debate a favor de la subjetividad humana y la consciencia histórica son momentos mismos del debate. Si la ciencia política se moderó con Benjamin Constant después del incendio de 1848, donde nació el temor a la autonomía de las masas y su capacidad de transformación. El positivismo despojará a la propia historia humana del sujeto y no sólo del sujeto actuante, la sociedad conciente, como transformadora de la historia; sino también al sujeto que construye la historia para su reflexión, el historiador.

Para el positivismo, el historiador debe recabar los datos sin ninguna emoción, sin ninguna posición para mostrar en exterioridad, en contemplación, un proceso en el que él “se encuentra fuera”. El positivismo postula una ciencia sin científico, un calcador de la realidad social, que debe transcribir «tal cual» los procesos, para que el científico, el sociólogo en este caso, interpretara las leyes y las regularidades como si las muestras de un laboratorio se tratasen. El positivismo no es original, en realidad recupera la ruptura propia de las ciencias naturales, borra el papel del sujeto o la subjetividad en el estudio. Ya Stefan Gandler nos advierte que esta visión del objeto estudio intocado, virgen, es una visión propia de la sociedad concurrencial moderna que debe leerse en el sentido inverso, pues son las sociedades más agresivas contra el objeto, las depredadoras de la naturaleza, las que gustan verlo como un objeto virgen, intocado por la mano del hombre (Gandler & Hoyo, 2016).

Esta tendencia de negar la actividad material del historiador con su objeto de estudio -pues se trataba de negar la acción consciente del sujeto de la historia, su actor principal, el hombre- se funda en esa separación del sujeto del objeto y de la relación contemplativa del sujeto y no de la relación actuante con el objeto o praxis. Es en exterioridad que el historiador o el sociólogo como Comte, puede encontrar las leyes de la historia y de los procesos. La historia no era para Comte, sino la elaboración de un nuevo catecismo; no para reflexionar, sino para enseñar a las masas lo que ha acontecido (Fontana, 1982, p. 124). La historia, no como una reflexión, sino como un proceso de enseñanza y educación, que viniendo desde el poder no podría enseñar el cambio, más que como fuerzas impersonales, leyes fuera de la voluntad humana, como naturaleza en sí de las cosas.

Pero si el positivismo despojó al sujeto histórico de la Historia y al constructor de entendimiento de esos procesos, el historiador y con él la sociedad; sólo para legitimar al poder. El historicismo alemán, a su vez, colocó la piedra de la historia como un acontecer de personajes ilustres y un relato justificante del Estado moderno que se fue construyendo gracias a los “virtuosos” personajes de la Historia. Como ha apuntado Fontana, Leopold von Ranke era contrario a Hegel y destacó combatiendo sus ideas (Fontana, 1982, pp. 127-128)

Combate a los dos sujetos de la Historia.

Desde la aparición del positivismo y posteriormente del historicismo, la constante en la historia ha sido la desaparición del sujeto histórico, la Historia se ha convertido en un objeto sensible, observable, exterior al ser humano. Y se ha desaparecido la acción consciente del sujeto que produce historiografía. Desde Comte a Ranke, hasta los posmodernos subjetivistas Paul Ricoeur y Michel De Certeau. La historiografía es la descripción en reflejo de una realidad que no debe ser alterada por la subjetividad: o bien, en el otro extremo, que no se puede ver la historia más que desde la subjetividad (Ricoeur, 2015, p. 12), aduciendo que el lenguaje matemático de Leibniz pudo desarrollar modelos “sin la realidad misma” o bien el famoso pie de página en el que Michel de Certeau, en el primer artículo de Hacer la Historia,  luego reproducido en La escritura de la Historia, donde dice estar de acuerdo con Marx en el sentido de que la historia sería un producto; pero ese producto lo concibe sólo como el libro de historia como, una “estructura escriturística”. Estos temas los abordaremos puntualmente, más adelante.

En el fondo, se trata de una visión que busca reducir el concepto sujeto a una mera actividad de pensar; sin tener una actividad material con el objeto de estudio. Se trata de separar al sujeto del objeto, o bien mantener al sujeto al margen del objeto. En el caso de Ranke, el objeto se reflejaría a sí mismo como una sustancialidad y en el caso de la posmodernidad, el objeto sería un simple referente de estudio, en el que el principal elaborador -y como dice el propio De Certeau productor- sería el sujeto, pero en una construcción ideal, no es material, tiene que ver con la psicología y las estructuras internas del cerebro, por eso la salida es el psicoanálisis, no la investigación histórica como actividad material no sólo de los historiadores sino de las ciencias y otras comunidades que preservan su memoria.

La operación historiográfica una reducción de la praxis dialéctica.

Ya Hegel había enunciado la insuficiencia del empirismo. La pobreza del empirismo y del “sentido común” tiene que ver con la pobreza esquemática con la que se procesan los “hechos”.

Este modo superficial de ser se ve reforzado, sobre todo por una actitud que toma las cosas como se supone que son. Esta actitud se traduce en un desprecio de la función del pensamiento y en la adoración de los llamados «hechos» (Bloch, 1985, p. 104).

De Certeau recupera la crítica de Marx en contra del empirismo, lo que contrasta con el propio Dilthey que persiste en conceder la exterioridad del objeto que le impone el positivismo y el kantismo. Para Dilthey, como lo señala HG Gadamer, a pesar de que la relación entre lo subjetivo presupone sujeto, el problema es que en este caso lo impone como el mundo del saber y la materialidad; la objetividad del mundo que define como mundo de la vida, y guarda una relación con dicha subjetividad, lo que supone la existencia de ambas, pero no logra realizar la conexión. La crítica contra el empirismo se expone así:

La posición de Dilthey, basada enteramente en la relación entre la vida y el saber, resiste perfectamente a la objeción idealista que la tacha de «relativismo histórico». Arraigar a la vida en el hecho primordial de la vida es abandonar la vida de un simple sistema no contradictorio de enunciados y conceptos. El papel que ocupa toda la vida en la meditación [Besinnung] -toma de conciencia, reflexión- debe valer según Dilthey, para la reflexión Filosófica. Autorreflexión [Selbestbesinnung] que perfecciona la reflexividad de la vida; la filosofía debe comprender como una objetivación de la vida (Gadamer, 2000, pp. 62-63).

Esto vale perfectamente para la Historiografía. La actividad del historiador no consiste sólo en coleccionar «hechos» y presentarlos en cuanto tales, su papel es la proyección colectiva de los seres humanos, para elaborar para todos, una auto reflexividad no sólo de lo que ha acontecido, sino de la actividad humana en cuanto tal, y también de la forma como esta recuperación se ha producido.

Por ello la visión de Dilthey, nos dice Gadamer, no está afectada por el relativismo. Sin embargo, al parecer Dilthey tampoco encuentra una respuesta adecuada al relativismo filosófico. Y ello es porque Dilthey que se confronta sin duda con el materialismo vulgar de su tiempo, lo hace sin la posibilidad de romper con el idealismo filosófico. Es decir, se va al otro extremo, pero no resuelve la contradicción.

En este sentido, E. Troelsch resumía la obra de Dilthey: «ser conscientemente un condicionado». Es evidente que esta forma condensa una crítica del idealismo por el cuál la verdad o la culminación de la conciencia es real en tanto que conciencia infinita, espíritu absoluto. (Gadamer, 2000, pp. 63-64)

A diferencia de Ranke, Dilthey busca justificar epistemológicamente a las ciencias humanas, pues entendía la realidad histórica como un texto que había que descifrar, si bien Ranke acepta que la tarea es descifrar los hechos y encontrarle sentido, sus significados y su comprensión (Gadamer, 2000, pp. 68-69). Dilthey no alcanza a cuestionar porque no resuelve adecuadamente la relación entre ese mundo de la vida y la actividad de descifrador, quedándose en el campo idealista.

En este sentido se acerca a los posmodernos quiénes suponen que el desciframiento es una actividad ideal; la diferencia es que para Dilthey ello no sale de un referente que sólo sirve de inspiración para elaborar la subjetividad humana. Por ello, me parece que De Certeau nos presenta un flanco, que abre y que no es posible dejarlo pasar.

De Certeau parece aceptar que la historia es una actividad producida por el ser humano y propone que tiene condiciones de producción como es el Lugar (Institución que moldea el estilo, el paradigma productivo); el referente que es lo que ha acontecido, los hechos y con base a ella reelaboramos y un arsenal que comprende la estructura escriturística (DISCURSO) que son los medios por los cuáles construimos la Historia.

El referente es entonces un objeto en exterioridad al ser humano, una especie de banco de materiales de los que simplemente se extraen referentes que se procesarán en la fábrica del historiador. El Lugar responde a la tradición donde el historiador, el conjunto de paradigmas o el paradigma dominante, como lo entiende también el Dr. Barros. Los procedimientos científicos de validación de las ciencias, la crítica de fuentes, los métodos e instrumentos de valoración que conforman las instituciones y las carreras de Historia.

En tal sentido De Certeau piensa que recupera el concepto producción de Marx como un elemento que apoya sus tesis.

A fin de evitar que en la producción nos contentemos con señalar una relación necesaria aunque desconocida, entre términos conocidos, es decir, indicar lo que forma la base del discurso histórico pero que no constituye el objeto de análisis, es preciso reconsiderar lo que Marx  indicaba en sus Tesis sobre Feuerbach, a saber “el objeto, la realidad, el mundo sensible”, deben ser captados “como actividad humana concreta”, “como práctica” […] Me he detenido en estos textos clásicos y los he repetido, porque dan más precisión a la interrogante que me he encontrado al hablar de la llamada historia de las “ideas” o de las “mentalidades” La relación que puede establecerse entre lugares determinados y los discursos que allí mismo se producen: Me ha parecido que era posible transportar acá lo que Marx llama “el trabajo es productivo si produce su contrario”, es decir, el capital[2]. Sin duda, el discurso es una forma de “capital”, invertido en símbolos, trasmisibles, susceptibles de ser desplazado, acrecentado o perdido. Es claro que esta perspectiva también para “el trabajo” del historiador que la utiliza como instrumento, y que la historiografía, desde este punto de vista, depende todavía de lo que debe tratar: la relación entre un lugar, un trabajo y este “aumento de capital” que puede ser el discurso (De Certeau, 1985, pp. 28-29)

Desde que me encontré con esta cita cuando era estudiante de historia, noté una lectura distorsionada del planteamiento de Marx, pero no por eso dejaba de ser interesante. Creo, en efecto que cuando Marx elabora el término producción en su famosa introducción de 1857, no se refiere sólo a la producción de mercancías, sino a la producción en general y por producción en general se refiere a la construcción no sólo de bienes, sino también de relaciones sociales, de cultura, de formas de pensar y actuar. La producción es también reproducción, no contiene sólo la reproducción de relaciones sociales de producción sino también de relaciones sociales en general[3].

Pero al mismo tiempo, y no es un asunto huero, De Certeau reduce la producción histórica sólo a la producción de ideas cuya “objetividad” estaría dada por las estructuras lingüísticas retratadas en las palabras impresas en el papel del libro y no en la interacción del sujeto histórico con su objeto de estudio.

Por esto me parece de vital importancia porque la praxis no es sólo una actividad reflexiva, sino tiene que ver con la actividad material (investigación) que el historiador tiene con el objeto de estudio. Praxis que es un concepto muy útil para entender este tipo de relaciones y que revela también una insuficiencia comprensiva en la obra de De Certeau.

Praxis como concepto fundamental para entender el quehacer histórico.

La Tesis I sobre Feuerbach ha sido discutida en su interpretación por filósofos marxistas contemporáneos. Por desgracia la traducción atribuida a Wenceslao Roces[4], presenta al momento de leer, muchas dudas, traducción que por lo menos es parecida a la que refiere De Certeau, en el texto que citamos.

El defecto fundamental de todo materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente no conoce la actividad real sensorial, como tal Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos a los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad humana como actividad objetiva.[…]Por tanto, no comprende la importancia de la actuación «revolucionaria», «práctico-crítica»(Marx, 1978, pp. 7-8).

En esta tesis Marx expone su crítica al materialismo, por extensión válido para las visiones empiristas y positivistas, aunque esas visones fueron posteriores. Trataré de mostrar también como esa crítica se vuelve contra los propios razonamientos de Michel De Certeau. El problema de traducción obedece a que Marx utiliza dos conceptos alemanes para designar objeto tal y como señala en su texto el filósofo latinoamericano Bolívar Echeverría.

La principal insuficiencia de todo materialismo tradicional [bishering] (incluido el de Feuerbach) es que (, en él), el Objeto I [Gegestand], la realidad, la materialidad [Sinnlichkeit] solo es captada bajo la forma del Objeto II [Objekt] o de la intuición sensible [Anchauung]; y no como actividad humana material [sinnlich] en cuanto tal. Feuerbach quiere (referirse a) objetos materiales [sinnliche objekte] realmente diferentes de los objetos pensados [Gedankenoobjekte]: pero no capta la materialidad [Sinnlichkeit] como actividad práctica, material-humana. [Por lo tanto no comprende la actividad revolucionaria, la praxis] (Echeverría, 1986, p. 22).

El objeto I en el que se utiliza el término Gegestand se refiere al objeto trabajado con finalidades, en el que ha incidido la actividad humana, es como un objeto humanizado, por el efecto de la praxis. Mientras que el objeto II al que califica de Objekt es un objeto inalterado por la actividad humana, es el objeto natural. Dicho en otras palabras, la principal insuficiencia del materialismo vulgar es que no comprende que la actividad histórica real; no es un objeto natural al que se le deba estudiar de manera contemplativa; exterior, sino que al ser nosotros, los seres humanos quienes la producimos, debemos entenderla como una acción teórica-práctica al mismo tiempo. Es decir, producto de acciones humanas de la praxis.

Y en efecto, el historiador tampoco desarrolla una actividad meramente subjetiva, aunque es un sujeto. También tiene una praxis al escudriñar el pasado que mantiene una actividad humana material. No sólo ve discursos, escritos, tiene métodos que buscan la reconstrucción de las actividades humanas en el pasado y por lo tanto también perfecciona los métodos que le permiten obtener dicha información, herramientas teóricas, pero también herramientas prácticas en la resolución de problemas que se le presentan.

El principal error de Michel De Certeau, consiste en reducir el conocimiento histórico a una elaboración representativa de lo que sucedió, usando la actividad humana anterior como una especie de referente exterior, extraño, al que irrumpimos sin pertenecer a él. Por lo tanto, nos presenta a la ciencia histórica, como una mera ciencia de interpretación y reelaboración, no como una ciencia de reconstrucción de las actividades del devenir humano. El propio autor que tratamos, declara que ese pasado es una especie de alteridad, calidad de ajenidad en el que hay un agnosticismo implícito. La defensa, de que es la subjetividad separada del mundo de la vida los medios e instrumentos en la producción en historia Michel De Certeau parece reducir la producción historiográfica a su “producto”, el libro, despojándolo de lo que la historia ofrece, la objetivación de conocimientos para comprender el pasado de los seres humanos.

Mientras Ranke o los historiadores positivistas pretenden reconstruir el objeto por el objeto mismo, como si se tratase de un objeto natural y no de un objeto con finalidades humanas; solo describiendo desde una ingenua neutralidad, como si el objeto no fuera pensado, reflejado, como si no fuese alterado por la propia investigación del historiador desde donde se interpreta, se dilucida, se comprende. Los idealistas históricos piensan que el objeto exterior, sólo puede ser pensado e interpretado como parte de un terreno especulativo en el que no existe una actividad material humana de investigación.

Paul Ricoeur va más lejos, para él:

La oposición que esta menos de moda, pero que es más radical, oposición introducida por Marx entre un pensamiento que sólo considera y contempla y una praxis que transforma al mundo, me parece que debe ser recusada con una fuerza aún mayor.  Como se dice de diversas maneras en varios de estos textos, el advenimiento mismo de un pensamiento contemplativo a la manera de Parménides, de Platón y del neoplatonismo (para tomar un ejemplo extremo), transformó el mundo al darnos, junto con la negación de las apariencias sensibles y de las manipulaciones, la matemática euclidiana, luego la física matemática y, por intermedio de la medida y del cálculo, el mundo de las máquinas y la civilización técnica (Ricoeur, 2015, p. 12)

El problema no es tanto que no tenga relación la construcción matemática y la construcción de las matemáticas con el cálculo necesario para construir una máquina, sino el hecho simplista de pensar que las máquinas sólo se producen por el conocimiento de las matemáticas. Desde luego, sin el cálculo vectorial o diferencial sería poco probable la construcción de maquinaria; el problema es que no sólo puede reducirse a ello. Se requiere no sólo condiciones sociales y humanas para que sea posible, desarrollo histórico, de materiales, una actividad humana que las desarrolle. Las máquinas como todas las actividades humanas tienen historia. Sin la revolución de las manufacturas no se podría pensar cómo se desarrolló el maquinismo. La respuesta de Marx a la interpelación de la primera tesis de Feuerbach se encuentra en los capítulos IX, X, XI y XII del tomo I de El Capital. El desarrollo de la técnica social necesaria en Inglaterra, tiene como respuesta el excelente libro de Christopher Hill sobre los orígenes intelectuales de la Revolución industrial en Inglaterra. Tanto las matemáticas, como las máquinas, requieren un conjunto de trabajos que reflejan la capacidad humana por revolucionar lo existente. Como nos enseña el excelente filósofo español-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez “Toda praxis es actividad, pero no toda actividad es praxis” (Sánchez Vázquez, 1980, p. 245). Son seres humanos quienes construyeron matemáticas y los modelos de construcción tienen desde luego tensión y relación con la astronomía, la física y la sociedad humana.

Para que se pudiera llegar a encontrar los principios del Cálculo diferencial, fue necesario el desarrollo de décadas de actividad intelectual de los matemáticos. Sin la praxis, es decir la aplicación de conocimientos a nuevos cálculos, sujetos a fines, a la resolución de problemas que conscientemente busca el investigador, la matemática no habría avanzado. La matemática no es sólo un pensamiento abstracto, es una actividad material reflejada en resolución de problemas prácticos, cálculos, fórmulas, resultados, verificación y justificación de los mismos. Ricoeur parece creer que la actividad social revolucionaria es la única praxis social.

El hombre construye objetos, no sólo ideas, y esos objetos no sólo son pensamientos, sino herramientas de interpretación y actuación en la realidad:

Lo más elemental y fundamental, lo determinante “en” el ámbito de la teoría es la manera en que allí se da cuenta de la experiencia irreductible en la presencia de sentido real, de la presencia de lo real como dotado de sentido y no como un caos inefable o como un en sí absolutamente indefinido: o, lo que es lo mismo, la manera en que allí se da cuenta de la propia capacidad de aseverar algo -así sea la simple existencia- del objeto, de la propia capacidad de producir significaciones (Echeverría, 1986, p. 25).

Al reivindicar la exterioridad del objeto, tanto positivistas como posmodernos están incapacitados para adentrarse a las complejidades del mundo humano en cuanto tal.

λóγος no es sólo “discurso”.

La palabra λóγος no es sólo discurso, implica también tratado, ciencia, conocimientos, razón. Cuando el historiador elabora un “discurso” en sentido amplio no es sólo una pieza literaria o de oratoria. Aunque es una forma narrativa, no es sólo una forma de narrar. Presenta los resultados de un proceso de investigación material que se mueve en el terreno de momentos históricos de avance en la ciencia.

La ciencia histórica progresa al lado de otras disciplinas como la antropología física, la astronomía, la biología molecular. Hoy sabemos muchas más cosas de la edad media que hace 100 años. No es sólo que los historiadores hayan mejorado su discurso, las ciencias aportan nuevos conocimientos y por lo tanto nuevo material de reflexión para el devenir del hombre en el tiempo.

A los aciertos de la teoría de la evolución, y su poderosa explicación para definir las razones del proceso de hominización. La biología molecular ha mejorado la información que antes se obtenía por conocimientos filogenéticos, que se conformaba e incluso basaba por medio de la medición de cráneos, huesos, análisis bioquímico de restos o de fósiles. A todas esas evidencias científicas se ha sumado mejores métodos de clasificación de las especies que han desmentido hipótesis y han reforzado nuevas. Hoy sabemos que la evolución humana no fue una mera sucesión de homínidos, sino que hubo una compleja serie de intentos, unos extintos que construían herramientas como los Neandertales. La acción de la investigación entonces no se mueve sólo en el campo especulativo, útil si, sino también en el terreno de la actividad material humana de los científicos.

Tomando en cuenta la semejanza externa que puede darse entre ciertos actos de animales y humanos hay que concluir que la actividad del hombre no puede reducirse a su mera expresión exterior y que de ella forma parte esencialmente la actividad de la conciencia. Esta actividad se despliega como producción de fines que prefiguran idealmente el resultado ideal que se quiere obtener, pero se manifiesta, asimismo, como producción de conocimientos, es decir en forma de conceptos, hipótesis, teorías o leyes mediante los cuales el hombre conoce la realidad (Sánchez Vázquez, 1980, p. 250).

La actividad de la ciencia histórica, como la de otras ciencias no produce solamente discursos (como piezas de oratoria), produce ciencia y conocimientos que se miden en colectivos y que ponen a prueba a los propios paradigmas de la ciencia como quehaceres. Estos conocimientos al encontrarse insertos en actos humanos no pueden sino empatarse de otra forma. Los mismos conocimientos históricos se modifican, se ratifican, se desmienten, se perfeccionan se profundizan.

La historia, el devenir de los hombres en el tiempo, las praxis para entender este devenir no están exentas de valoraciones, ni de exclusiones. Vivimos en sociedad, vivimos en culturas y en momentos históricos específicos. Los historiadores somos habitantes sociales, no marcianos de otros planetas, como tales estamos implicados. Por ello, no estamos exentos de una ciencia humana valorativa y en eso le doy toda la razón a Agustín Domingo Moratalla.

…el problema de la conciencia histórica no es sólo el problema de la verdad en el seno del devenir histórico (fragmentación de la racionalidad, perspectivismo, relativismo); tampoco es únicamente el problema de la unidad de las referencias en las múltiples disciplinas que abordan la realidad humana (convergencia, pluralidad o unidad de métodos); se trata básicamente, de responder a la pregunta de cómo y en virtud de que se conforma la voluntad humana en una voluntad memorante, es decir, en una voluntad de responsabilidad histórica (Domingo, 2001, p. 23).

El primer punto del Manifiesto Historia a Debate recupera un posicionamiento necesario y esencial para la ciencia histórica de cara al siglo XXI. Este punto ha ido configurando y dando base al resto del manifiesto. Parece un punto sencillo, pero tiene un fondo que condensa los avances de la reflexión en torno a la historia que viene desde el siglo XVIII. Articula desde luego la aparición del pensamiento dialéctico como una propuesta para afrontar la complejidad. La pluralidad, nos ha dicho Carlos Barros, no debe confundirse con el eclecticismo y con ello los planteamientos incoherentes y contradictorios. La búsqueda de la verdad en el conocimiento histórico requiere el abordar una realidad concreta. En su complejidad y con sus respuestas. Una ciencia histórica que no busca hacernos mejores como sociedad, como seres humanos, está destinada al fracaso.

Referencias

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[1] Tomo el término en el sentido del Dr. Carlos Barros Guimerans quién dirige el grupo Historia a Debate que reúne a cientos de historiadores de todo el mundo. Para el Dr. Barros existen paradigmas que se constituyeron en el XIX como el marxismo, el positivismo (al que suma el historicismo alemán de Ranke). En el siglo XX aparece en Francia la Escuela de los Annales como ruptura con el positivismo. Hacia finales de los años 80 toma fuerza un nuevo paradigma, el paradigma posmoderno, subjetivo que perdió fuerza en el siglo XXI. Marxismo y Escuela de los Annales serían paradigmas compartidos con similitudes. Aunque el concepto proviene de Kuhn, el Dr. Barros lo enfoca de manera muy especial, propia. (Barros, 2011)

[2] Una equivocación poco diestra en el manejo de la obra de Marx, pues no todo trabajo produce mercancías, no todo trabajo produce capital como relación social y como valor acumulado. Sólo el trabajo productivo en el capitalismo produce capital, el trabajo que produce plusvalía. El trabajo en la edad media, no produce plusvalía sino plus-trabajo y por lo tanto no incrementa la acumulación de capital. Ver el apartado Trabajo productivo y trabajo improductivo en el llamado Capítulo VI (Inédito) (Marx, 1975) Ver en particular pp. 77-93. En este caso, al decir que el capital es un discurso, De Certeau no parece comprender, ni haber leído con profundidad la obra de Marx, por lo que juega con los términos sin ninguna conexión con la obra que refiere.

[3] Quiénes suelen acusar a Marx de economicista, suelen no entender que Marx es un crítico de la economía política. El concepto producción no se reduce a la producción de bienes sino de relaciones sociales. El hombre construye estructuras complejas de relaciones sociales como la familia, el derecho, las clases sociales, las formas de la conciencia social. El punto nodal de la construcción de todos esos edificios ya sea en la base económica de la sociedad o en los edificios que se construyen arriba de ella, dependen de la producción de relaciones sociales de los hombres en épocas determinadas. El hombre, esa es la principal crítica del filósofo alemán, no sólo produce mercancías, como dice la economía, sino también sociedad y cultura. La Introducción del 57 es la peor leída por los detractores y los distorsionadores de la obra.

[4] Se le atribuye, aunque no tengo bases para sostenerlo. Las Obras Escogidas establecen que la traducción al español es obra de Editorial Progreso, en la extinta URSS.