Por una Historia de (hacia) el Futuro

Gonzalo Pérez Álvarez

UNP-INSHIS-CONICET

 

 

Carlos Barros sostiene en su texto «Oficio de Historiador» que en nuestras producciones se ha dejado de hablar, ya hace años, de Futuro. Las corrientes hegemónicas de la academia han conquistado «la eliminación del término futuro del lenguaje historiográfico».[1] Reflexionando sobre la necesidad de una nueva historiografía, y retomando para ello la senda construida por Historia a Debate, proponemos una historia que vuelva a fundarse como arquitecta de un futuro alternativo al que aparece como inevitable si no logramos desarticular la concatenación mecanicista pasado-presente-futuro de los vencedores.

Se propone pensar nuestra tarea historiográfica como una irrupción, que desde las preguntas del futuro rompa el continuum de la supuesta historia única construida por los vencedores del pasado y de este presente; su tarea, es conformar un futuro distinto. La historia como futuro y como ruptura: las preguntas del futuro romperán el continuum de la historia del poder, la que funciona como una maquinaria perfecta, con todos sus engranajes aceitados, y que nos tritura en cada una de sus vueltas de tuerca.

Esta historiografía debe partir de una nueva concepción sobre el origen de nuestras preguntas: tenemos que romper con la idea de que investigamos el pasado desde las preguntas del presente, para entender que en verdad lo estudiamos desde las preguntas del futuro; del futuro que soñamos construir, o del que aceptamos como inevitable cuando simplemente nos adaptamos a lo que nos impone el poder.

Una historia que recupere la noción de que su tarea clave es la de constituirse en herramienta que construya conocimiento, fuerza moral, que en manos de los sujetos colectivos concretos se transmute en fuerza material para combatir las injusticias del presente y edificar un futuro justo e igualitario. Recuperamos así la clásica noción de la historia como arma: pero como arma que combate hacia el futuro.

¿Dónde encontrar, cómo construir esas preguntas del futuro? Fundamentalmente en la historia de los vencidos. En sus horizontes de sociedad alternativa no erigidas están las semillas. El nuevo amanecer proviene, necesariamente, de un ocaso; serán las derrotas las que iluminarán los caminos del venturoso porvenir que alumbraremos.

Por eso no puede tratarse ya de «narrar las cosas tal como sucedieron». Esa gris tarea sólo nos mostrará, una y otra vez, a los vencedores festejando y a las victimas lamentando, o aceptando como invariable, la derrota: se trata de develar lo ocultado, la trama invisible de las cosas. Entre ello, también, encontrar lo no sucedido, los proyectos de futuros alternativos que fueron derrotados, lo que podría haber sido distinto y no fue. Allí, en la historia de los vencidos de ayer, están las semillas de la victoria del mañana.

La historia de, y hacia, el futuro, debe conformarse como ruptura de la historia, como irrupción, como emergencia. Esa es la historia que hoy, que mañana, necesitamos.

 

Retomando ideas

Pocas formulaciones pueden resultar más paradójicas, al menos a la mirada tradicional y anquilosada de la historia «oficial» y tributaria del positivismo, que pensar en una «historia del futuro». ¿Cómo hablar de lo que aún no fue? ¿Acaso postulamos transformar a la historia en una especie de disciplina propia de autores de ciencia ficción? ¿O en una prospectiva simple y llana?

¿No era que la historia se trataba, simplemente, de «contar el pasado tal como sucedió»? ¿Cómo podríamos «contar tal como sucedió» aquello que ni siquiera ha sido, que ni tan apenas está sucediendo?

La propuesta es volver a esa ideario que conectaba fuertemente el pasado, el presente y el futuro… la idea de una disciplina de cara al pasado, que se pregunte y se problematice la realidad desde las problemáticas más acuciantes del presente para proyectar otro futuros. Esa es la formulación que realizaba, hace muchos años, Josep Fontana, en su «Historia. Análisis del pasado y proyección de futuro»[2], desde la conocida idea de que los historiadores preguntamos desde el presente, para formular posibles caminos hacia el futuro.

Aquí damos una vuelta de tuerca más a esa idea. Creemos que en verdad las preguntas no se formulan, ni nunca lo hicieron, desde el presente: se formulan desde el futuro, desde los proyectos de transformación social que se encuentran en disputa en la sociedad en una situación concreta.

Por ello la historia, debiese ser siempre un análisis concreto de la situación concreta en vistas de su transformación: cómo se realizará ese análisis concreto, y hasta donde se explicitará el contenido político de su propuesta de futuro, estará en gran medida en la conciencia de su propio accionar por parte del historiador y en la naturaleza de su proyecto. Desde ya postulamos una hipótesis general en torno a estas dos cuestiones: cuanto más rupturista y transformador sea el proyecto de futuro mayor será la conciencia de su involucramiento como sujeto político y de estar conteniendo y expresando, en cada una de sus acciones como historiador, un proyecto de futuro para la sociedad.

Esto es lo que el manifiesto de Historia a Debate plantea como primer punto: la imperiosa necesidad de recuperar una ciencia con sujeto humano; una Historia que se sepa construida por los sujetos de carne y hueso, tanto en su faz de proceso histórico como en su parte de tarea historiográfica. Fases que no son más que aspectos del mismo todo, al que necesitamos diferenciar en términos analíticos pero que se expresa como proceso unitario en la realidad.

El historiador que tiene intenciones de transformar la realidad en la que vivimos es necesariamente consciente de que involucra su mirada política al quehacer historiográfico. Sabe, por lo tanto, que su proyecto de futuro constituye una porción relevante de la explicación de su tarea profesional, de los temas que elige, de los problemas que se plantea, de las preguntas que se hace, de las fuentes que releva o que comprende…

El historiador conservador está mucho más expuesto, sea consciente o inconscientemente, a ocultar y/u ocultarse sus definiciones políticas. Por eso la historiografía conservadora, la que pretende sostener el mundo “tal como es”, suele velar el rol político del historiador; impide así conocer que la historia es una ciencia con sujeto y que ella sólo puede ser explicada desde los proyectos de futuro que sostenga el investigador en cuestión.

Este ocultamiento puede ser consciente: este es, podríamos decir, el mejor de los casos. Es la situación de los historiadores que se saben conservadores, y que buscan velar la comprensión de su rol como actores políticos que pretenden sostener un orden social injusto y regresivo para las condiciones de vida de las amplias mayorías populares. Aquel que pretende conservar el estatus quo obtiene una gran ventaja de la naturalización de lo existente, y para ello es fundamental anular la comprensión de que cada uno de nosotros, incluidos los historiadores en su quehacer historiográfico, somos constructores de futuro, sujetos del cambio o la continuidad.

Esos historiadores conscientes de su rol conservador son los que, al menos en Argentina, nos han endilgado a los que pretendemos una transformación social, el mote de «historia militante». Nicolás Iñigo Carrera nos recuerda que en verdad todo historiador es militante… o al menos mercenario; pero que todo historiador lucha por algo, sea por ideales (militante) o por dinero.[3]

Pero es mucho más común que la no aceptación de que la historia es una ciencia con sujeto parta de la ignorancia, por parte de muchos historiadores, acerca de las condiciones en que está produciendo conocimiento, de las razones que lo impulsan a investigar un tema y no otros, o a plantearse determinados problemas y preguntas e ignorar aquellas que puedan generar rupturas con el orden social vigente. Opera para ello, como articulador clave de esta ignorancia, la “naturalización” de lo existente: aceptarlo y militar para conservarlo, no es militancia; es simplemente contar las cosas tal como son, tal como fueron (y, por lo tanto, tal como serán, ahora y siempre). Pretender cambiar las cosas, eso es militancia, eso es tergiversar los datos, tensar la realidad para adecuarla a los inconfesados proyectos de renovación social que tendría la «historia militante», no científica, no profesional, no académica.

El ocultamiento de la militancia del historiador (de su rol como sujeto), es lo que permite presentar los resultados de su trabajo como «natural» e «incuestionable», porque simplemente se narra lo que sucedió «tal como fue». Al igual que en los medios de comunicación, como expresión sintetizada del sentido común dominante en la sociedad capitalista, aparece como conflicto social el corte de una ruta por parte de un grupo de desocupados, pero no se presenta como conflicto a la desocupación masiva, aquí es el historiador que plantea conscientemente la necesidad de la ruptura el que hace visible su rol como sujeto: el otro pretende ocultarlo, como el capitalismo pretende velar que es su dinámica intrínseca de acumulación individual la que provoca la verdadera conflictividad social.

Sólo el historiador que rompe, con sus preguntas y problemas, el continuum de la historia impuesto por los vencedores hace evidente la necesidad de la ruptura. Al igual que el movimiento piquetero argentino, que cortando rutas visibilizó el descarnado conflicto social invisibilizado por el capital, el historiador que irrumpe en la carretera de la historia tradicional para piquetearla también abre nuevos caminos. Esa es la intención de construir una historia del futuro.

 

Un sujeto vergonzante, inconfesable:

Postulamos que existe otra razón de peso para ese ocultamiento del sujeto siempre presente en la historiografía, y la negativa a aceptar que esta tarea se hace desde la conformación de proyectos de futuro: es lo vergonzante, y casi inconfesable, que se hace luchar por sostener el orden social vigente, con la evidente y explícita injusticia sistémica que muestra.

En otras épocas abogar por la continuidad del capitalismo podía sostenerse desde proyectos que auguraban un futuro de progreso y desarrollo para todos. No se prometía un mundo de igualdad absoluta, unos serían más beneficiados que otros, pero la búsqueda por parte de cada individuo de su bienestar personal redundaría en la obtención del mayor bienestar (posible) para el conjunto de la humanidad.

Este era el postulado de los liberales clásicos: el hombre era malo por naturaleza, pero a través del libre mercado, y de dar rienda suelta al egoísmo productivo y creador, se podría generar un círculo virtuoso que llevaría al crecimiento económico del conjunto. La desigualdad social seguiría existiendo pero se reduciría, llegando a garantizarse las condiciones básicas de subsistencia a toda la población.

El capitalismo ha demostrado que ese proyecto es el que realmente se constituía como una utopía, como un proyecto de futuro sin visos de hacerse realidad. Y que las previsiones de futuro de los fundadores del socialismo científico se han evidenciado, al menos en lo que hace a su análisis acerca de cuáles serían las consecuencias de la continuidad del capitalismo como forma de organizar la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de la humanidad.

Para no extendernos demasiado en un diagnóstico más que conocido, volcamos aquí algunos datos del último informe de OXFAM[4], publicado el 16 de enero de 2017. Desde su título nos alerta sobre una verdadera aberración: para 2015 el nivel de concentración de la riqueza ha llevado a que el 1% más rico de la población mundial posea más riqueza que el resto del planeta. O sea que el 1% de la humanidad controla más riqueza que el 99% restante.

Otro dato contundente expresa que aún dentro de ese 1% hay una enorme concentración, y que la misma sigue reproduciéndose año a año. Para 2017 ocho personas (ocho hombres) acumulan la misma riqueza que 3.600 millones de sujetos (la mitad de la humanidad). La vorágine de acumulación en poquísimas manos se va acelerando: los ingresos del 10% más pobre de la población mundial han aumentado menos de 3 dólares al año entre 1988 y 2011, mientras que los del 1% más rico se han incrementado 182 veces más.

Un sólo director general de cualquier empresa que cotiza en el índice bursátil FTSE 100, acumula el mismo valor dinerario al que llegarán, juntos, 10.000 trabajadores de las fábricas textiles de Bangladesh. En Vietnam, el hombre más rico del país se apodera en un día de más riqueza que la que recibirá por su trabajo la persona más pobre del país en diez años. Los ejemplos pueden multiplicarse casi hasta el infinito: el informe es rico en esas aberrantes comparaciones.

En el marco de una supuesta crisis, los procesos de acumulación se han exacerbado: a las grandes empresas multinacionales les fue más que bien en 2015 y 2016. Hace años son las verdaderas dueñas del mundo y controlan las grandes decisiones, por encima de los gobiernos elegidos por voto popular. Así va perdiendo legitimidad el sistema formalmente democrático (pero en la práctica dependiente de poderes que nadie ha elegido y se nos imponen dictatorialmente) en casi todos los países del mundo, aún en los dominantes.

Esto también se evidencia en datos: para 2015, las diez mayores empresas del mundo tuvieron una facturación superior a los ingresos de 180 países juntos. ¿Qué autoridad real pueden tener los gobernantes de esos países, aun cuando hayan sido elegidos por el voto popular? ¿Quién ejerce el poder real en una sociedad con estos niveles de concentración de la riqueza y la propiedad?

Se han profundizado los niveles de explotación laboral, consolidando prácticas de trabajo forzado propias de regímenes esclavistas, especialmente hacia niños y mujeres. En la década de los ochenta los productores de cacao recibían el 18% del valor de una tableta de chocolate: hoy adquieren apenas el 6%. La Organización Mundial del Trabajo calcula que el trabajo forzado genera beneficios de unos 150.000 millones de dólares anuales.

El informe sostiene que «si sigue esta tendencia, el incremento de la desigualdad económica amenaza con fracturar nuestras sociedades»[5]. Sin ninguna genialidad afirmamos que en verdad lo que se demuestra es que la sociedad ya está fracturada: y que la quebradura es consecuencia de la dinámica expropiatoria, acumulativa y concentradora del capitalismo.

El hartazgo de parte de la ciudadanía con el orden social vigente está siendo utilizado de manera exitosa por los poderosos. El incremento del racismo, el crecimiento de partidos de extrema derecha, procesos como el Brexit o la victoria en elecciones de millonarios empresarios corruptos con discursos autoritarios, como Trump en EEUU o Macri en Argentina, evidencia que la continuidad de este orden social sólo puede edificarse sobre una mayor y permanente desintegración de las sociedades, y de la destrucción de lo que aún se mantiene de valores precapitalistas, como la solidaridad, la fraternidad, la conciencia de que existen bienes comunes, y que no hay posibilidad de salvaciones individuales.

Según la lista Forbes de 2016 existen 1.810 «milmillonarios» (en dólares estadounidenses): el 89% son hombres y poseen 6,5 billones de dólares, lo mismo que el 70% de la población humana. Son ellos los principales evasores del pago de impuestos: aquellos con más dinero son los más preocupados por ni siquiera abonar lo que la permisiva legalidad capitalista les exige. El uso de paraísos fiscales supone para África un robo estimado en 14.000 millones de dólares al año: suficiente para salvar la vida de cuatro millones y escolarizar a todas las niñas y niños africanos.

En el informe de OXFAM, casi no se habla del hambre: en 60 páginas apenas se utiliza esa palabra en dos ocasiones. Sin embargo el hambre es la mayor evidencia de la impudicia del sistema capitalista. Mientras unos pocos acumulan miles de millones, una de cada nueve personas sigue pasando hambre en el mundo. Datos de 2015, del Programa Mundial de Alimentos,[6] así lo demuestran (si nos atenemos a la profundización de la desigualdad económica, estos datos se deben haber agravado).

Alrededor de 795 millones de personas en el mundo pasan hambre diariamente: esto es, no logran adquirir los alimentos suficientes para que no se deteriore su físico y llevar una vida saludable y activa. Repetimos, esto lo sufre más del 10% de la humanidad. Casi la totalidad de quienes padecen hambre habitan en países dependientes, donde el 12.9% de la población evidencia síntomas de desnutrición. Asia, África y América Latina son los continentes que más sufren esta consecuencia de la acumulación capitalista. En el África subsahariana el hambre es una epidemia: una de cada cuatro personas padece una situación de desnutrición media a grave.

El hambre es la principal causa de muerte evitable y prematura en el mundo: provoca casi la mitad (45%) de las muertes en niños menores de cinco años (3,1 millones de niños cada año). El Programa Mundial de Alimentos estima que se necesitan alrededor de 3,2 mil millones de dólares por año para cubrir a los millones de niños con hambre en edad escolar. El fundador de Microsoft, Bill Gates, tiene una fortuna estimada en 79 mil millones de dólares; Carlos Slim acumularía alrededor de 77 mil millones.

Defender la continuidad de ese mundo tal como existe es un crimen: por eso dicha militancia casi nadie está dispuesto a confesarla. La militancia a favor de los vencedores, de los que tuvieron un proyecto de futuro que hizo posible este presente, no puede declamarse públicamente, a menos que se esté dispuesto a perder toda legitimidad social. Nadie puede embellecer un orden social tan explícitamente injusto, absurdo y brutal. Por ello recurren al subterfugio de ocultar su militancia y velar que la tarea historiográfica es una praxis de construcción de futuro. Es nuestra obligación, es una de nuestras obligaciones, rasgar ese velo.

 

La historia de los vencidos, la clave para la historia del futuro

«no siempre serán estos días una obligada tristeza»

Mater (Vals de una rosa) – Vicente Zito Lema

 

Ese mundo fue construido por la historia tal cual fue, tal como sucedió. Por eso reducir la tarea de la historia a narrar «lo que sucedió» puede derivar en ilustrar solamente la consumación del crimen, la victoria de los vencedores y la imposición de su modelo de futuro. Esa visión de la tarea historiográfica nada nos aporta sobre las formas a través de las cuáles aquellos que devinieron víctimas intentaron evitar esa condición, y menos aún sobre qué mundo existiría hoy, si el derrotado de entonces hubiese sido vencedor.

La historia es temida por la clase dominante, porque demuestra que todo es transitorio y que su poder, que hoy parece absoluto y permanente, alguna vez no existió y, por lo tanto, alguna vez desaparecerá… Demuestra que los que hoy mandan alguna vez serán derrotados, porque su poder también se edificó sobre la derrota de otros. Y que la posibilidad de que eso suceda reside en la acción de quienes, coyunturalmente, no tienen el poder.

Asumimos la necesidad de construir desde la historia una visión de futuro, que ponga en el centro de la escena las cuentas pendientes que tenemos como humanidad. La construcción de un mundo distinto debe ser nuestro horizonte de futuro: para ello debemos construir conocimiento, que en las manos de los luchadores del presente se transformen en abridores de nuevos caminos.

El nuevo amanecer proviene, necesariamente, del ocaso; será de las derrotas, desde donde se alumbrará el conocimiento que iluminará el venturoso porvenir. Moreno Fraginals sostenía, en «La Historia como arma», que: «Quien no sienta la alegría infinita de estar aquí en este mundo revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento como un parto, pero como él creador de nueva vida, está incapacitado para escribir historia. Y quien en esta hora no sienta el deber de crear; quien no sienta el deber de estar aquí aunque sea simplemente quemándose como leña en este fuego; quienes no estén más allá de tu libro y el mío, de te-escribo-la-nota-de-tu-libro para que luego tú-me-escribas-la-nota-de-mi-libro, jamás podrán ser historiadores».[7]

Esa Historia encinta de futuro es la que debemos recuperar. Nadie se regocija de dar a luz el pasado: en el parto nace el futuro, la nueva vida, la esperanza de una transformación renovada.

Por eso creemos que ya no se trata de mostrar las cosas tal cual fueron. La historia no se reduce a representar a los vencedores festejando y a las victimas llorando la derrota; se trata de develar lo ocultado, la trama invisible de las cosas.[8] En ese camino, también, debemos hacer el máximo esfuerzo por recuperar y comprender lo no sucedido, lo que pudo haber ocurrido si eran victoriosos otros proyectos de futuro y no los que construyeron este atroz presente.

José Saramago sostenía que “La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”. Los poderosos nunca están seguros: acechan los vencidos, sabiendo que el tiempo ofrecerá nuevas posibilidades. Porque son ellos los que tienen las semillas de los futuros distintos, de los que no pudieron ser porque sus proyectos fueron, coyunturalmente, derrotados.

Reinhart Koselleck tenía una preocupación central por la manera de construir una historia de la experiencia, y de la experiencia histórica en particular. Porque, para él, la historia empieza con “el recuerdo primario” que es “lava solidificada, que ha sido vertida en el cuerpo y permanece imborrable”; sin embargo, “para poder hablar de incremento de experiencia se necesita el método histórico que ordene sistemáticamente el curso diacrónico”, y en ello han sido los vencidos quienes más han contribuido.[9]

La derrota, el no haber podido llevar adelante su proyecto, los obliga a analizar las causas que los llevaron a perder. Incita a repensar el proyecto de futuro, a comprender qué tenía el proyecto de los otros que le posibilitó ser victorioso, a construir un conocimiento más acabado sobre el proceso histórico que explica el pasado, que hace comprensible el presente, y que reimpulsa el proyecto de futuro. Esas nuevas preguntas-problemas que se hacen los derrotados, son formuladas desde el Futuro: ¿Cómo hacemos para que el Futuro porvenir no sea la repetición incansable de la derrota del pasado y del funesto presente? ¿Cómo impedir que estos días sigan siendo siempre de una obligada tristeza?

Es la contribución de los historiadores convertir esas razones adicionales, que obtienen los vencidos, en enunciados metódicos. Por ello: “Puede que la historia –a corto plazo– sea hecha por los vencedores, pero los avances en el conocimiento de la historia –a largo plazo– se deben a los vencidos”.[10]

Walter Benjamin escribía en 1940 sus «Tesis…»[11], y decía que la historia no es, como postulaba el historicismo, una imagen “eterna” del pasado, la cual sólo tenemos que mirar con atención para darnos cuenta que no es más que aquello que sucedió antes que hoy, porque así tenía que suceder, porque el progreso era, es y será, inevitable.[12]

En los días de Julio en que se iniciaba la revolución francesa, en varios sitios de París se disparó simultáneamente contra los relojes de las torres. Benjamin se pregunta por las razones de semejante acción, que, desprovista de una mirada que rompa el continuum, sólo aparecía como una muestra de violencia irracional ¿Por qué disparar a los relojes? ¿Es que el tiempo era un enemigo de la revolución, de los revolucionarios?

Sí, lo era. Ese tiempo homogéneo, impenetrable, que avanzaba como una locomotora sin frenos ni controles, arrasándolo todo en aras del progreso; ese era el enemigo a vencer. Había que detenerlo, romperlo, para que fuese posible iniciar un nuevo calendario. Se hacía saltar por los aires el continuum de la historia, y la revolución introducía una ruptura con el tiempo tradicional.

Los relojes del viejo orden debían ser destrozados: se inauguraba un nuevo tiempo, otro Futuro, desde la ruptura del continuum que hace surgir el futuro ya muerto del pasado de los vencedores y del presente de tristeza. Romper la continuidad del tiempo es la tarea de los que pretenden cambiar la historia. Detener el tiempo, decir que ya nada pasa ni nada va a pasar, es el sueño de los vencedores. Necesitamos demostrar que esté presente fue construido sobre la derrota de los proyectos de Futuro alternativos, y que podría ser distinto si no hubiesen vencido los asesinos.

Gramsci, en sus “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas”[13], nos alerta sobre las dificultades que suelen tener los trabajadores para articular una acumulación histórica. Los grupos dominantes intentan quebrar (muchas veces en forma exitosa) esa posible construcción de experiencias en común. Las luchas obreras, por eso, muchas veces parecen empezar de cero. Rodolfo Walsh retoma esa mirada, en su reflexión sobre la dificultad de los trabajadores para sostener la continuidad de sus experiencias.[14] Un planteo similar formuló Eric Wolf, destacando el uso de la fuerza para coartar la posible acumulación histórica de los dominados.[15]

La compenetración con el vencedor siempre es más próspera para el historiador, porque resulta ventajosa para el amo del momento en el que se escribe. Por supuesto, el historiador siempre toma partido, lo haga explícito o no.[16] En el mismo tratamiento de los documentos, en los que selecciona y en cómo los selecciona, el historiador siempre intenta encender o ahogar la chispa. El que intenta ahogarla, también toma partido, aunque en general lo oculte.

Abogamos entonces por una Historia de, hacia, el Futuro. Esa historia debe construirse, fundamentalmente, desde las preguntas y problemas de los vencidos. Y esa historia será un corte abrupto a la historia tradicional, que tanto se identifica con la «locomotora del progreso» capitalista.

Dice Débora Cerio, sobre Benjamin: «así como el Mesías no comparece al final de un desarrollo evolutivo sino que interrumpe la historia, su idea de la revolución no se sirve de la metáfora de una locomotora que avanza barriendo todos los obstáculos para alcanzar la estación «utopía», sino, justamente, de la interrupción de la lógica del movimiento progresista».[17]

 

El aporte clave de «Historia a Debate»

Comenzamos este artículo haciendo referencia a la preocupación expresada por Carlos Barros sobre la eliminación del término futuro del “lenguaje historiográfico”. Así lo desarrolla: “se impone en medios académicos de distinto signo ideológico la eliminación del término futuro (…) En plena marcha atrás historiográfica muchos han dejado caer imprudentemente el “futuro” del trinomio pasado/presente/futuro (estudiar el pasado para comprender críticamente el presente y construir un futuro mejor) (…) raramente se habla de historia y futuro, en el mejor de los casos se relaciona pasado y presente. Pensemos: ¿qué utilidad social tiene una historia que dice comprometerse críticamente con un presente pero “interrumpe” su análisis cuando se trata de interactuar con los actuales actores históricos a fin de proyectar su conocimiento coadyuvando a la viabilidad de futuros alternativos?”.[18]

En este apartado retomamos esa cita para adentrarnos en un breve estudio sobre los aportes, que consideramos centrales, realizados por el colectivo de Historia a Debate, y su principal referente, el catedrático Carlos Barros, a nuestra propuesta de pensar y construir una Historia de, y hacia, el Futuro.

Barros profundiza su crítica a una historia que se pretende sin sujeto, y no comprometida con la construcción del futuro, a la vez que sin relaciones con los vencidos: «Otro indicio nefasto del revival positivista es separar y enfrentar la historia (académica) con la memoria (social), el objeto con el sujeto histórico. Enfoque historia versus memoria formulado en Francia por Pierre Nora, con algún eco y bastante oposición en España y países latinoamericanos. Entraña una insensibilidad suprema hacia los vencidos de la historia oficial».[19]

Nos invita, contra esa intención, a construir: «una historia más comprometida con el presente y el futuro»[20]; en tiempos de futuros cada vez más inciertos y peligrosos, en épocas de presentes catastróficos, la necesidad de una historia que se construya desde horizontes de futuro solidarios e igualitarios, se hace cada vez más imperiosa. Sino ¿para qué otra cosa habremos de seguir escribiendo historia? Para construir otro futuro, y esto: «implica reintroducir al historiador, y a la comunidad de historiadores, como hacedor “en última instancia” de la historia que se escribe: condición subjetiva sine qua non del realismo y la cientificidad de nuestra disciplina».[21]

Es clave la lectura de que no existe ni realismo ni ciencia desvinculada del presente concreto, y de las tareas de futuro que nos planteemos. El historiador debe asumirse como hacedor de la misma historia que escribe: aunque esto parezca una obviedad, es lo que las miradas viejo y neo positivistas siempre han pretendido escamotear; subterfugios para naturalizar, y así legitimar, el poder de los dominadores. El historiador cual un simple notario, que debe narrar lo que fue, como explicación/legitimación del origen de lo que hoy es, que ya no debe cambiar, que seguirá siendo siempre igual. Por eso no hay futuro posible en esa mirada de la historia: el pasado parió este presente, que no podía ser otro, que era inevitable… Y el “futuro” será la repetición incansable de estos días; será un eterno presente, un tiempo continuo, sin rupturas, y siempre igual a sí mismo.

En la sección de debates de la página de HaD, están sintetizadas cientos de intervenciones de gran nivel teórico. Entre ellas Maximiliano Fuentes Codera, destaca que «Innegable es el horror en el cual nos está sumergiendo hoy la clase que domina el mundo», y, al mismo tiempo, nos alerta sobre el rol de los historiadores: «¿Estarán, estaremos, los historiadores eternamente condenados a escribir, describir y analizar la barbarie? ¿Será ésta la única función que queda por ejercer? ¿Estaremos, finalmente, condenados (en el mejor de los casos) a repudiar y desnudar la barbarie en la cual vivimos?».[22] Nos convoca a no encorsertarnos en la importante, pero no suficiente, denuncia de lo hoy existente y de las causas que hicieron posible que estos días sean de tal innegable tristeza. Nos invita, como lo hemos repetido en estas páginas, a construir otro futuro, y a ser sujetos claves de esa tarea.

En otro texto, Barros sigue profundizando estos conceptos.[23] Destaca que las escuelas marxistas y de annales, como emblemas de la revolución historiográfica del siglo XX que hoy pretende ser arrasada por el neopositivismo, no consiguieron romper la visión dominante en términos de cómo se entendía “la relación pasado/presente/futuro, por la endeblez de una base epistemológica que no pudo, o no supo, romper con la ciencia mecanicista y la ingenua modernidad del progreso indefinido de los siglos XVII-XIX”.[24] Fracturar esa imagen historicista de que el pasado construyó este presente, inevitable, y que de allí surgiría un futuro ya previsible y siempre igual a sí mismo, es una tarea de la nueva historia a construir.

Para ello debemos atacar ese Peligroso reduccionismo de la historia profesional a la empiria que deja terreno libre, al presente, a los poderes interesados en escribir la historia pasada, presente y futura, pretendiendo reubicar a los historiadores como simples técnicos especialistas en archivos y fuentes, académicos enclaustrados, proveedores de datos históricos pero no pensadores de la historia”.[25] Desde allí podremos construir una historiografía rica y problematizada, que integre como tema central el estudio de las conflictividades sociales, las revueltas y revoluciones (hechos sociales claves para entender las transformaciones y las construcciones de proyectos alternativos), y el impulso de la Historia Inmediata o Actual, buscando “comprender el presente desde una óptica histórica, examinar los hechos actuales o recientes de relevancia histórica, empleando fuentes directas (prensa, TV, Internet) y el propio testimonio y opinión de los miembros de la unidad de aprendizaje. Demostrando que la historia no es solamente “cosa del pasado” y que también ellos hacen la historia”.[26]

Desde las teorías que buscan sostener el poder de turno han pretendido explicar las transformaciones sociales a partir de miradas que ocultan la relevancia del sujeto histórico como hacedor de esos procesos. El rol de propulsor de los cambios se reservó a las modificaciones tecnológicas o a la mudanza política, donde sólo tendrían relevancia explicativa quienes ya integran espacios de poder. La clave, para ellos, es expulsar a los sujetos populares del sitial de constructores de la historia: así se les oculta que ellos pueden también transformar este presente y construir otro futuro: El papel tan secundario que el paradigma objetivista dominante hacía jugar al sujeto de la historia lleva casi a su desaparición de la escena historiográfica.[27]

Para romper con esto necesitamos analizar el pasado para construir un futuro mejor; situando, antes que nada, en su contexto histórico, el incuestionable regreso de los conflictos, las revueltas y las revoluciones en el umbral del siglo XXI; asumiendo, en resumen, el cambio en el concepto del tiempo histórico que se deriva de estos acelerados acontecimientos de fin de siglo, cuando lo que parecía el pasado resulta que es el futuro.[28] Estudiar los momentos de radicalidad de la confrontación social, para entender que las sociedades, y las ciencias, avanzan a través de rupturas y no de monótonas evoluciones, que funcionarían cual mecánicas cadenas de montaje.

En Argentina, el reconocido historiador Nicolás Iñigo Carrera fue un promotor permanente de la necesidad de tener como central la dimensión enfrentamiento social, en tanto motor de los procesos históricos; enfrentamientos sociales que, mediante alianzas, se producen, fundamentalmente, entre clases sociales (aunque con múltiples manifestaciones que aparecen protagonizadas por las más diversas personificaciones de relaciones sociales); clases que se constituyen en el enfrentamiento y que tienen su asiento material en las relaciones establecidas en la producción y reproducción de la vida”.[29]

Tras los repetidos “fines de la historia” que nos pretendieron imponer, y luego de la ofensiva postmodernista que buscó hacernos creer que no existían posibilidades de transformación, ya que la misma noción de hecho histórico era descartada, hoy es evidente que los futuros son varios, y la función del historiador, dando a conocer las encrucijadas de la historia, es hacer ver -a nuestros contemporáneos- que existen futuros alternativos, contingentes.[30]

Fukuyama y los filosofos postmodernos, desde enfoques diversos, quisieron borrar el futuro, dejarnos sin opciones de transformar lo que hoy es. Cuando los historiadores callan sobre el futuro, nada aportan a la comprensión de lo que ya sucedió, “…porque si no tenemos nada que decir sobre el futuro es que tampoco tenemos nada que decir del pasado.[31] Por eso nuestra tarea es la opuesta: mostrar que las opciones de futuro son diversas y que dependen de nuestras acciones, de nuestro compromiso, de los proyectos que llevemos adelante.

En “Historiografía de valores”, Barros cita la reflexión de Bloch, acerca de que “el historiador se parece más a su tiempo que al sus padres”, añadiendo que “una ciencia tiene algo de incompleto si no nos ayuda a vivir mejor”.[32] Esa propuesta de una historia que sirva para edificar un futuro más bello para la humanidad, se observa también en Febvre, que, junto a Bloch, decían que hay que comprender el pasado por el presente y el presente por el pasado, que el historiador no es un anticuario y debe nutrirse de la vida que le rodea, que la historia ha de servir para que la gente viva mejor”.[33] La presencia permanente de la dimensión de futuro es aún más emblemática en una corriente como la marxista, que desde su origen se plantea contribuir a la transformación social.

Cerramos este apartado, el más extenso del artículo, recogiendo los aportes volcados en el Manifiesto de HaD y en las conclusiones de su tercer congreso internacional. El manifiesto se inicia destacando la ya comentada necesidad de recuperar la concepción de una ciencia con sujeto humano. En el quinto punto se afirma la necesidad de avanzar hacia nuevas formas de globalidad historiográfica, que, entre otras tareas, consiga “articular temporalidades (que engloben presente y futuro) y escalas diversas”.[34]

El inciso catorce, “Fines de la historia”, muestra que no existen metas pre-establecidas”, siendo nuestra tarea analizar cada proyecto de futuro, investigando “adónde nos lleva éste, quién lo conduce, en favor de qué intereses y cuáles son las alternativas”. Esto porque “El futuro está abierto. Es responsabilidad de los historiadores y de las historiadoras ayudar a que los sujetos de la historia construyan mundos futuros que garanticen una vida libre y pacífica, plena y creativa”.[35]

Su decimosexto enunciado convoca al compromiso de los historiadores con las causas sociales y políticas vinculadas a la defensa de valores universales de educación y salud, justicia e igualdad, paz y democracia”, para “contrarrestar otros compromisos académicos con los grandes poderes económicos y políticos, mediáticos y editoriales”. Finalmente, en su sección decimoséptima, nos llama a articular el presente y el futuro en nuestra tarea historiográfica, como dimensiones esenciales del quehacer profesional.

Cerramos con esta conclusión, de hace ya casi 13 años, que hoy sigue siendo de absoluta actualidad: “No se trata, por descontado, de “repetir” la historia o la historiografía del pasado siglo, si no de llevar a la práctica una memoria historiográfica y una memoria histórica activas, integradas en las nuevas tareas pasado/presente/futuro, abandonadas precisamente por aquellos que las desprecian por “sabidas”.[36]

 

Reflexiones finales, a modo de atalaya hacia el futuro

Articular el pasado históricamente no significa descubrir

‘el modo en que fue’ sino apropiarse de la memoria

cuando ésta destella en un momento de peligro.

Walter Benjamin

 

Nicolás Iñigo Carrera sostuvo hace unos años, en un prólogo al libro de un reciente doctorado, que en Argentina estamos ante «una nueva generación de historiadores, la generación que se formó profesional y humanamente en la década pasada, los hijos de la rebelión de diciembre de 2001, que abordó con renovado interés el análisis de los conflictos sociales y de la lucha de la clase obrera, y rompió la proscripción impuesta sobre estos temas en el mundo académico desde la segunda mitad de la década del ’70 y durante los años ‘80 y ’90″.[37]

Los hijos de la rebelión de diciembre de 2001 afirmaba, generosamente, Iñigo. La lucha de clases, la rebelión callejera de las masas populares insurrectas del país, había parido una nueva generación de historiadores. Ellos eran los que podían, y debían, romper los diques impuestos por la historiografía oficial y la fosilizada academia.

Se renovó el interés por los conflictos sociales y la lucha de clases, y hasta se ha logrado que muchas de esas investigaciones obtuviesen becas y posibilidades de ser desarrolladas desde las instituciones oficiales. Sin embargo poco hizo, esa nueva generación de la que me siento parte, por romper los diques para pensar nuestro rol como historiadores. Poco hicimos aún para des fosilizar la academia, o para, simplemente, remitirla al museo.

En ese mismo prólogo Iñigo Carrera afirmaba también que «Es por esto también que el lector encontrará en estas páginas numerosas referencias a cómo hacer historia, al oficio de historiador, puestas en confrontaciones con las habituales en el mundo académico».[38] Destacando la necesaria unidad entre la renovación temática y el pensar nuestro oficio de manera renovada y radical, Iñigo nos convocaba allí a continuar esa necesaria ruptura con los modos de hacer historia que se habían constituido como dominantes en la historiografía argentina y mundial.

Creo que aún no hemos sabido, como generación, provocar esa ruptura. O quizás no nos hemos animado. La propuesta historiográfica de Historia a Debate abre puertas imprescindibles en este camino. La idea aquí postulada, a partir de la iniciativa del manifiesto de HaD y varios de sus principales textos, es pensar una Historia de, y hacia, el Futuro.

Una Historia que comience por recuperar el primer postulado de aquel manifiesto: la Historia como una ciencia con sujeto humano. Y la de un sujeto que siempre es militante, que siempre es proyector de un futuro, sea este de continuidad o de cambio (que a su vez puede ser más o menos radical) del orden social vigente.

Una Historia donde los problemas y preguntas, y hasta los temas y las fuentes, que elegimos, construimos y creamos, los hacemos de cara a nuestro proyecto de Futuro. La conciencia sobre el lugar que ocupamos en la construcción de conocimiento es más plena cuanto más rupturista sea el proyecto de Futuro que propiciemos. Las iniciativas de continuidad suelen ocultar, por ignorancia/naturalización o vergüenza/complicidad, su rol de sujeto activo, militante, que defiende un orden social cada vez más injusto, absurdo y brutal.

Las propuestas que, en cambio, pretenden formular una forma de organización social alternativa, que recupere valores como la igualdad, la solidaridad y la defensa de los bienes comunes por sobre la codicia de la acumulación individual, son necesariamente conscientes de su rol activo como sujetos de la transformación. Y son por ello muchas veces estigmatizados, por aquellos que se presentan como los narradores «de lo que realmente sucedió», de «lo que sigue sucediendo», y, por lo tanto, de «lo que nunca dejará de pasar».

La Historia del Futuro tendrá como elemento constructor clave, como argamasa, a la historia de los vencidos, la recuperación de los proyectos de futuro que fueron derrotados por quienes hicieron posible el pasado y presente de los vencedores.

La Historia del Futuro es, también, la Historia de la humanidad redimida: la ruptura del continuum del tiempo, la abrupta interrupción que hará saltar por los aires la maquinaria capitalista que tritura los cuerpos, los sueños y los futuros alternativos.

Irrumpir en la Historia, cortarla, romperla, hacer un piquete que abra nuevos caminos. En eso estamos, y estaremos.

 

[1] Barros, Carlos; Oficio de historiador, ¿nuevo paradigma o positivismo?; en https://www.cbarros.com/; p. 9. Todas las publicaciones de Carlos Barros, principal impulsor y referente de Historia a Debate, pueden encontrarse en la citada dirección web.

[2] Fontana, Josep; Historia. Análisis del pasado y proyecto social; Crítica, Barcelona, 1982. Un Fontana que, quizás como expresión de una etapa de retroceso político de las propuestas políticas transformadoras en la sociedad, ya no sostiene estas tesis, tomando en sus últimas publicaciones posturas más cercanas al tradicionalismo historiográfico.

[3] Iñigo Carrera, Nicolás; «¿Qué historia y qué militancia?», en Razón y Revolución nro. 7, verano de 2001, reedición electrónica. https://revistaryr.org.ar/index.php/RyR/article/viewFile/346/388.

[4] Se trata de una organización internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales nacionales. Entre otras tareas realiza contundentes informes acerca de las condiciones de vida de las mayorías populares y de los niveles de concentración de la riqueza provocados por el desarrollo capitalista. Sin embargo no observa que el problema surge de la lógica intrínseca del sistema, y que por ello la posibilidad de modificar las aberrantes condiciones de vida de las mayorías populares reside en construir otra forma de organización de la sociedad. Para OXFAM el problema parte, unicámente, de las formas de distribución de la riqueza y la codicia de algunos pocos. Por ellos los datos redundan en cifras, que ya veremos son relevantes, acerca de la desigualdad y la concentración económica, pero casi no se refieren a los efectos que estos procesos generan en la vida de las mayorías populares (desocupación, hambre, muertes evitables y prematuras, etc.).Ver el informe que trabajamos, el último al momento de redactar este artículo, en: https://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/bp-economy-for-99-percent-160117-es.pdf.

[5] Idem; p. 2.

[6] Es una agencia especializada de la Organización de las Naciones Unidas. Ver: https://es.wfp.org/hambre/el-hambre

[7] Ver en https://uhphistoria.files.wordpress.com/2011/02/moreno-fraginals-la-historia-como-arma.pdf. O en Moreno Fraginals, Manuel; La historia como arma y otro estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones; Crítica, Barcelona, 1983, p. 22-23.

[8] «Toda ciencia sería superflua si la forma de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directamente», Marx, Carlos, El Capital, libro 8, México, 1981, p. 1041.

[9] Koselleck, R.; Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, tr. Daniel Innerarity, Paidós, Barcelona, 2001.

[10] Idem; p. 8.

[11] Ver en Benjamín, Walter; Conceptos de filosofía de la historia, Caronte, Bs. As. 2007; o en la web, “Tesis sobre el concepto de la Historia”, en https://www.uv.es/benjamin_historia.

[12] Como bien lo plantea en la sección «Debates» de la página web de Historia a Debate, el investigador Maximiliano Fuentes Codera, de la Universitat de Girona, con su “Fines de la Historia”, en https://www.h-debate.com/Spanish/ debateesp/fines/fuentes.htm.

[13] «La historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica. No hay duda de que en la actividad histórica de estos grupos hay una tendencia a la unificación, aunque sea a niveles provisionales; pero esa tendencia se rompe constantemente por la iniciativa de los grupos dirigentes y, por tanto, sólo es posible mostrar su existencia cuando se ha consumado ya el ciclo histórico, y siempre que esa conclusión haya sido un éxito. Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos dominantes, incluso cuando se rebelan y se levantan» (Gramsci, https://www.gramsci.org.ar/).

[14] «Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas«. Walsh, R. Extraído de “Periódico de la CGT de los Argentinos”; en https://www.cgtargentinos.org/documentos6.htm.

[15] «Para sostener su hegemonía ideológica, los defensores de la ortodoxia deben hacer llegar su mensaje cada vez mayor de dominios instrumentales, pero al mismo tiempo estorbarán la capacidad de los grupos subalternos para hacer progresar opciones viables. Cuando la redundancia titubea y falla la creación de ideología, el déficit se deberá compensar por la fuerza» (Wolf, 2000: 472).

[16] Ver Fuentes Codera, M.; Fines de la Historia, en https://www.h-debate.com/Spanish/debateesp /fines/fuentes.htm.

[17] Cerio, Débora; «Una cita revolucionaria: Walter Benjamin y la historia de los vencidos»; en Viano, Cristina (edit.) Miradas sobre la Historia. Fragmentos de un recorrido, Prohistoria, Rosario, 2014, pp. 15-34; p. 28.

[18] Barros, Carlos; Oficio de historiador, ¿nuevo paradigma o positivismo?; en https://www.cbarros.com/; p. 9.

[19] Idem; p. 9.

[20] Idem; p. 21.

[21] Idem; p. 22.

[22] Fuentes Codera, M.; Fines de la Historia, en https://www.h-debate.com/Spanish/debateesp /fines/fuentes.htm

[23] Barros, Carlos; Defensa e ilustración del Manifiesto historiográfico de Historia a Debate, en https://www.h-debate.com/

[24] Idem; p. 46.

[25] Barros, Carlos; Propuestas para el nuevo paradigma educativo de la historia; en https://www.h-debate.com/. p. 6.

[26] Idem; p. 16.

[27] Barros, Carlos; El retorno del sujeto social en la historiografía española; en https://www.h-debate.com/; p. 5.

[28] Idem; p. 12.

[29] Iñigo Carrera, Nicolás; La cuestión de los paradigmas: Sobre el Manifiesto de Historia a Debate, en https://www.h-debate.com/Spanish/manifiesto/opiniones/carrera.htm.

[30] Barros, Carlos; Hacia un nuevo paradigma historiográfico, en https://www.h-debate.com/; p. 4.

[31] Idem; p. 4.

[32] Barros, Carlos; “Historiografía de valores”; en Estudios Históricos –Año VI – Diciembre 2014 – Nº 13 – CDHRPyB- Uruguay; p. 7.

[33] Barros, Carlos; La escuela de Annales y la historia que viene; en https://www.h-debate.com/cbarros/spanish/articulos/historiografia_inmediata/escueladeannales.htm; p. 4.

[34] Grupo Manifiesto Historia a Debate, en https://www.h-debate.com/Spanish/manifiesto/idiomas_manf /manifiesto_had_esp.htm.

[35] Idem, p. 2.

[36] Barros, Carlos; Primeras conclusiones del III Congreso Internacional Historia a Debate (14-18 julio de 2004), en https://www.h-debate.com/congresos/3/conclusiones/primeras%20conclusiones.htm; p. 8.

[37] Iñigo Carrera, Nicolás; «Prólogo», en Pérez Álvarez, Gonzalo; Patagonia, conflictividad social y neoliberalismo, Imago Mundi, Bs. As. 2013; p. 3.

[38] Idem; p. 3.